lunes, 30 de septiembre de 2019

VALDELAGRANA



Soñar en Valdelagrana.
Pasear en Valdelagrana.
Evocar otros tiempos,
volverlos a vivir
no solo en el recuerdo,
sentirlos como epitelio
recubriendo mi ser.
Arena donde añoro,
desde donde oro
indiferente al fluir del que corre
y la levanta destruyendo su calma.


Dorado atardecer,
cielo dorado que se hace violeta
mientras tras el espigón
se esconde el sol.



Una palmera en medio de la arena,
silueta y penumbra,
me grita los perfiles que afloran
desde mi vida llena.
Vuelvo a la arena.
Se hunden en ella mis pies
y mis ojos se llenan
del añil estrellado.
Callado …  pienso:
Es hora de volver.
Y mi mano saluda al día que se ha ido.
Abrazan, mis brazos
voluptuosos, la noche.
Y , yo, me sé enamorado
                            José Luis Molina
                                 29 septiembre  2019

sábado, 21 de septiembre de 2019

SANTIAGO VEGA




Acabo de enterarme.
Con el corazón apretado, borrosa la mirada y el pulso alterado, siento necesidad de expresarme.
Ha muerto Santiago Vega en Quito, exalumno de la Escuela Inti.
Es de justicia llorar por él. Pero creo que este llanto solo estará justificado si en su momento lloramos con él y por él.
Santiago fue un niño exponente claro de una vida y un sistema que hicieron se cebara en él una serie de injusticias .
Tuvo que soportar una rara enfermedad que le llevó a tener que sufrir la amputación de sus pies, heridas que le supuraban y eran malolientes y que le provocaron ser excluido del sistema educativo ordinario y, como consecuencia, una situación de analfabetismo como consecuencia. Largo proceso de diálisis y numerosos ingresos en la Unidad de Cuidados Intensivos en hospitales. Y, lo que es más importante, serias carencias en las atenciones que tenía derecho a recibir de parte de quienes debían proporcionárselos.
Pero, al mismo tiempo, Santiago  provoca mi oración de acción de gracias:
Porque la Escuela Inti supo reclamarlo y luchar para insertarlo contra los obstáculos que tenía que enfrentar; supo estar siempre a la altura debida en el acompañamiento académico, sanitario y humano desde los propios niños (compañeros de él que cargaba con Santiago a cuestas para llevarlo al patio del recreo hasta que pudimos proporcionarle una silla de ruedas); igual el acompañamiento y compromiso con el proceso de Santiago por parte del profesorado y de muchos de los sanitarios que lo atendieron.
Santiago despertó gestos de solidaridad desde España (desde Fuente del Maestre. Badajoz). En definitiva impulsó, en nosotros, nuestro proceso de humanización.
En definitiva, Santiago fue voz de Dios para que tomáramos conciencia de solidaridad.
Por eso podemos llorarlo ahora desde la esperanza de que el Dios de la misericordia ya lo habrá recibido en sus brazos.
                                                        José Luis Molina
                                                              21 septiembre 2019


jueves, 19 de septiembre de 2019

HA LLOVIDO




Ayer llovió. A eso de las cinco de la tarde, más o menos, como las corridas de toros, llovió. Llovió puntual, lo mismo que las corridas de toros. Y digo puntual no porque haya una hora determinada para llover, sino porque los prolegómenos lo anunciaban, y llovió. Por eso digo que llovió puntualmente. En este país son pocas las cosas puntuales: los toros, el tren AVE, … y pare de contar. Aunque, a decir verdad, algo se va mejorando. Pero eso no quiere decir que hayan desaparecido las largas esperas. Ahora hay largas esperas, por ejemplo, en  las oficinas de empleo: las filas, largas esperas  para presentar solicitudes. Pero hay varias clases de espera. Esta de la fila es una espera física y emocional. Después viene otra larga espera también física, también emocional , pero en sentido inverso: va haciendo desaparecer la emoción del pensamiento y el corazón que soñaba con un trabajo, con un empleo. Esta espera, a veces, y no van siendo tan raros los casos, es tan larga que empalma con la eternidad. En algunos casos, en la tumba habría que poner un epitafio:

Fue un ser de esperanza. Esperó en la vida, esperó poder trabajar y, de tanto esperar, se le pasó de largo la vida, poquito a poco, sin darse cuenta. Pero también fue un hombre de fe. Por eso sigue esperando se haga justicia, que esperan las islas”.

Porque este esperar tiene que tener un final. No podemos quedarnos indiferentes ante el cinismo con el que, a veces, oímos, desde la sociología , el anuncio de que no serán  extrañas las personas que no consigan un trabajo que se pueda llamar “estable” a lo largo de toda su vida.
El ser humano se dignificaba con el trabajo.
El ser humano se realizaba en el trabajo.
El ser humano, a través del trabajo, se encontraba con sus semejantes no solo como compañeros de la tarea sino como donante, en su hacer, en favor de la colectividad.
Hemos tardado en reinterpretar el pasaje del Paraíso para superar la dimensión del trabajo como castigo. Y, cuando lo hemos  logrado, volvemos a revelarnos contra Dios para arrancar la dimensión humanizadora del trabajo. Y, sin rubor,  instituimos el templo de la espera vacía.
Ayer  llovió. Llovió bonito. Ni mucho ni poco. Ni mezquino ni torrencial. No como escucho en otros lugares donde, después de la lluvia, las lágrimas entran en competencia con las aguas salvajes que arrasan, inundan y desolan.
Llovió bonito después de un largo verano de sequía.
La tierra comenzó a oler. ¿Te gusta el olor a tierra mojada, el olor a tierra húmeda que se levanta con las primeras gotas? A mí siempre me ha gustado. Huele a esperanza abierta, a esperanza expectante, que no es lo mismo que la espera vacía.
Después llovió. Oía tras los cristales la lluvia. Eran sonios conocidos, familiares, sonidos reales de mi historia. Después de un rato, cuando terminó de llover, salí fuera. Seguían oyéndose las gotas que, pausadas, caían de los árboles y repicaban en el césped. Las hojas estaban de un verde brillante. El cielo volvió a abrirse. El aire era tan limpio que lo único que se veía era la transparencia.
Así permanecí mucho tiempo. Estoy jubilado. Puedo amoldar el tiempo a mis circunstancias. Pero nunca convertir ese ver el aire después de la lluvia en una espera vacía. No, no estoy contemplativo esperando la muerte. No quiero estar así. No me pongo en esa fila. Tendrá que venir, no se puede huir de ella. Pero que me encuentre oyendo caer las gotas sobre la hierba tras la lluvia y cantando a la diafanidad de cada día. Si ha llovido no tendré que regar pero si retirar las hojas secas que el viento y la lluvia arrancaron. Hay tarea.

                                                           José Luis Molina
                                                                        6 de septiembre 2019