Intiruna, como fundación cuyos miembros se confiesan creyentes en Jesucristo y se declaran miembros de la Iglesia y en una opción definida por el Evangelio del Reino, este miércoles 14 nos reunimos en torno a la celebración de la ceniza.
Fue una celebración tranquila, pausada, profunda en torno al texto de Malaquías tratando de reflexionar sobre o que realmente se corresponde con lo que Dios quiere y otro montón de actitudes, sacralizadas a través de los siglos pero que normalmente sirven para ocultar o disimular la verdadera conversión.
Creo que realmente se celebró lo que significa la celebración e imposición de la ceniza. La imposición de la ceniza hoy corrió a cargo de los miembros del grupo de Liturgia.
Está celebración estuvo ubicada en el contexto de una eucaristía
miércoles, 14 de febrero de 2018
lunes, 5 de febrero de 2018
CRIA CUERVOS
No quisiera que decidirme a publicar el siguiente video nazca de una postura de pesimismo sino de un tratar de mirar hacia la realidad comprometidamente para trabajar por aportarle lo mejor de lo que uno sea capaz. José Lus Molina
sábado, 3 de febrero de 2018
LLENAS LA NADA
Pasando por la calle
me hiciste levantar la mirada.
Mirando al suelo, caminaba
sin apenas ver nada,
tan solo, tenuemente,
unas pisadas no identificadas,
apenas señaladas,
que rápidamente se difuminaban
en el asfalto duro,
apenas húmedo,
apenas nada.
Tu sombra me rozó
o, tal vez, solo pensé
que me rozabas con tu sombra.
Tu sombra, ¿fue, tal vez, tu mirada?,
se clavó en mi epidermis
y te sentí en la ausencia de ti
y medí el tiempo que quedabas
permaneciendo mientras te veía,
viéndote mientras no estabas,
pero fuiste suficiente
para hacerme levantar la mirada
y situarme de frente
contemplando la vida,
mirándonos cara a cara
en esos ojos que miro y que me miran
y mirando te abrazo y me abrazan
ensanchándonos porque nos sentimos,
porque no somos algo,
somos tú y soy yo
y abrazados llenamos la nada.
José Luis Molina
3 febrero 2018
jueves, 1 de febrero de 2018
LA SOLEDAD NO QUERIDA
GABRIEL Mª OTALORA, gabriel.otalora@outlook.com BILBAO (VIZCAYA).
ECLESALIA, 02/02/18.- Leo que Theresa May se toma en serio la soledad de los suyos. Y no es para menos, ante las cifras de personas que están solas y se sienten solas; las dos cosas a la vez, que no solo la sufren en Gran Bretaña sino en todos los países llamados “civilizados”, incluido el nuestro. Son muchos los millones de personas que se sienten mortalmente solos sin tener a nadie con quien compartir si no es robando conversación a jirones mientras compran el pan o mendigando palabras al vecino coincidente en el ascensor. Y lo peor no es la soledad sino el no saber qué hacer para salir de esa situación ominosa que preside cada minuto de cada día.
Es un agujero negro de nuestro tiempo que corroe y destruye por dentro y que no gusta de ser aireado: depresión, una pena muy grande, una mala temporada... solo los viejos que se han quedado solos no temen las palabras y proclaman su dolor sin ambages en cuanto se les presenta la ocasión. Son muchos los miedos que nos acechan y el de la soledad no querida es uno de los más grandes. Quien pasa por ello sabe bien el mordisco que deja en el alma. A veces es coyuntural, otras veces son razones de temperamento o predisposición al decaimiento; en ocasiones viene dado por acontecimientos desdichados de la vida que fabrican enfermos crónicos sociales. El estilo de vida que llevamos en el primer mundo contribuye a que el ser humano se sienta solo, esté solo, entre desasosiegos e incertidumbres.
“El gran silencio universal, el miedo”, en acertadas palabras del poeta Luis Rosales. Lo verdaderamente temible, por lo peligroso, es el miedo a la soledad no querida. El desvalimiento y la incomunicación producen temor y resistencia que al final desemboca en angustia. Ignacio Larrañaga repetía a menudo: “el mal del fracaso no es el fracaso en sí, sino el miedo al fracaso. El mal de la muerte no es la muerte, sino el miedo a la muerte”.
El daño que hace esta soledad llega a producir marginados; es la enfermedad del momento capaz de romper el espíritu a cualquiera ante el debilitamiento del consuelo y la fortaleza de la fe en Dios. La caridad (ahora la llaman solidaridad) necesita más que nunca de nuestro tiempo para perder las horas con aquellos que claman compartir con un igual que pide sentirse entre sus semejantes, no sólo estar entre ellos. Qué soledades tuvo que pasar Sartre para decir que “el infierno son los otros”. O Kafka, al escribir que los humanos somos extranjeros sin pasaporte en un mundo glacial.
Sé muy bien de lo que estoy escribiendo pues me toco experimentar el agujero negro de la soledad como el mayor zarpazo que he recibido de la vida, hasta ahora. Me suenan cercanos los versos de José Luis Martín Descalzo: “Estamos solos, flores, frutas, cosas / Estamos solos en el infinito / Yo sé muy bien que si en esta noche grito / Continuarán impávidas las rosas”. No son tiempos para huir de uno mismo ni para vivir esperando que otros arreglen mi felicidad derrochando grandes energías. Sentir la soledad no querida es una forma de dolor que obliga a afrontar los hechos con capacidad de espera; y mientras no podamos cambiar el aislamiento que nos machaca, adaptemos los ojos a la oscuridad para seguir viendo, aunque se haya hecho de noche...
El tiempo pasa y solo quedan las cicatrices que duelen como la rotura lejana de un hueso, “cuando hay cambio de tiempo”. También quedan los recuerdos de la pelea por salir adelante y lo que has conseguido crear durante ese tiempo negro con la ayuda de Dios y de algunas personas estratégicamente diseminadas por Él en ese período doloroso de la vida. Martín Descalzo hizo de faro cuando sentenció: “En la manera de sufrir es donde verdaderamente se retrata un ser humano” (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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