lunes, 22 de enero de 2018

YO TAMBIÉN QUIERO DECIR




Soy cristiano y católico. Además sacerdote que llevo 21 años en Ecuador trabajando, como misionero, en los barrios de la periferia del sur de Quito. Y, precisamente, todo lo anterior, me mueve a escribir estas líneas con las que no pretendo dogmatizar pero sí, desde mi compromiso que intento revierta fundamentalmente en favor de los más pobres y desfavorecidos (también intelectualmente),  manifestar mi opinión po si puedo aportar algo de positivo a nuestra realidad en la actual coyuntura social y política.

He leído la carta de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. En principio no tengo nada que objetar a las recomendaciones  y orientaciones sobre la responsabilidad de sufragar, el deber de informarnos adecuadamente, etc. Pero, sin que se mencione explicitamente, creo que en esa carta hay un respaldo muy fácil de detectar a favor de pronunciarse por el si como la vía del buen católico.

Sobre todo me ha removido cuando he leído como se sugiere que el sí favorecerá la paz pública. Desde aquí quiero decir, y creo no se me podrá refutar (al menos desde argumentos de fe cristiana) que "la paz es ruto de la justicia"   o lo que es lo mismo que no esperemos paz mientras no se opte por la justicia. (Para respaldar esto también publico un texto dl teólogo Leonardo Boff).
Y sigo pensando, preguntando, diciendo:

1.' ¿Será posible construir justicia social, económica, etc,  desde una pregunta (Plusvalía) que pretende favorecer a los ricos para que lo sean más y crezcan las distancias y diferencias abismales entre ricos y pobres?

2.- ¿ Será JUSTO respaldar la "dedocracia" en favor de intereses políticos que se hayan instalado en elpoder?

3.- ¿Se puede pensar construir la paz cuando se altera el sentido de lajusticia manipulando la conciencia de la gente (sobre todo de las más sencillas y elementales) con preguntas que no son necesarias pero que si favorecen  y predisponen a un clima en favor del si,sobre todo cuando se produce un aturdimiento  por una formulación de las preguntas (junto con los anexos), que no las entiende ni Dios?

Creo que esta consulta puede producir muchos efectos, pero estoy convencido que uno de los que no engendrará será el de la paz pública. Lo estamos vendo. Y me duele que la "voz oficial" de la comunidad católica sea, y haya sido,  parca o muda para respaldar las gestiones que en diez años se han hecho en favor de los más débiles y vulnerables de nuestro país (política de izquierda pero política cristiana) y sin embargo si suene para ser respaldo de los de siempre, de la derecha oligárquica que es quien genera estas diferencias injustas.

Yo,como cristiano y católico, no me siento expresado en esa "voz oficial". Y por eso quiero levantar la mía para decir

                                                        VOTARÉ  NO

José Luis Molina


La Paz como “la obra de la Justicia” 






Lo que más se escucha al comienzo de cada nuevo año son los deseos de paz y felicidad.
Si miramos de manera realista la situación actual del mundo, e incluso de los diferentes países, incluido el nuestro, lo que más falta es precisamente la paz. Pero es tan preciosa que siempre se desea. Y tenemos que empeñarnos un montón (casi iba a decir… hay que luchar, lo que sería contradictorio) para conseguir ese mínimo de paz que hace la vida más apetecible: la paz interior, la paz en la familia, la paz en las relaciones laborales, la paz en el juego político, la paz entre los pueblos y la paz con Dios  ¡Y cómo se necesita! Además de los ataques terroristas, hay en el mundo 40 focos de guerras o conflictos generalmente devastadores.
Son muchas y hasta misteriosas las causas que destruyen la paz e impiden su construcción. Me limito a la primera: la profunda desigualdad social mundial. Thomas Piketty ha escrito un libro entero sobre La economía de las desigualdades. El simple hecho de que alrededor del 1% de multibillonarios controlen gran parte de los ingresos de los pueblos, y en Brasil, según el experto en el campo Marcio Pochman, cinco mil familias detenten el 46% del PIB nacional muestra el nivel de desigualdad. Piketty reconoce que «la cuestión de la desigualdad de los ingresos del trabajo se ha convertido en el tema central de la desigualdad contemporánea, si no de todos los tiempos». Ingresos altísimos para unos pocos y pobreza infame para las grandes mayorías.
No olvidemos que la desigualdad es una categoría analítico-descriptiva. Es fría, ya que no deja escuchar el grito del sufrimiento que esconde. Ética y políticamente se traduce por injusticia social. Y teológicamente, en pecado social y estructural que afecta al plan del Creador que creó a todos los seres humanos a su imagen y semejanza, con la misma dignidad y los mismos derechos a los bienes de la vida. Esta justicia original (pacto social y creacional) se rompió a lo largo de la historia y nos legó la injusticia atroz que tenemos actualmente, pues afecta a aquellos que no pueden defenderse por sí mismos.
Una de las partes más contundentes de la encíclica del Papa Francisco sobre el Cuidado de la Casa Común está dedicada a “la desigualdad planetaria” (nn.48-52) Vale la pena citar sus palabras:
«Los excluidos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar… deberían integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el grito de la Tierra como el grito de los pobres» (n.49).
En esto radica la principal causa de la destrucción de las condiciones para la paz entre los seres humanos o con la Madre Tierra: tratamos injustamente a nuestros semejantes; no alimentamos ningún sentido de equidad o de solidaridad con los que menos tienen y pasan todo tipo de necesidades, condenados a morir prematuramente. La encíclica va al punto neurálgico al decir: «Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia» (n.52).
La indiferencia es la ausencia de amor, es expresión de cinismo y de falta de inteligencia cordial y sensible. Retomo siempre esta última en mis reflexiones, porque sin ella no nos animamos a tender la mano al otro para cuidar de la Tierra, que también está sujeta a una gravísima injusticia ecológica: le hacemos la guerra en todos los frentes hasta el punto de que ha entrado en un proceso de caos con el calentamiento global y los efectos extremos que provoca.
En resumen, o vamos a ser personal, social y ecológicamente justos o nunca gozaremos de paz serena.
A mi modo de ver, la mejor definición de paz la dio la Carta de la Tierra al afirmar: «la paz es la plenitud que resulta de las relaciones correctas con uno mismo, con otras personas, otras culturas, otras formas de vida, con la Tierra y con el Todo del cual formamos parte» (n.16, f). Aquí está claro que la paz no es algo que existe por sí mismo. Es el resultado de relaciones correctas con las diferentes realidades que nos rodean. Sin estas relaciones correctas (esto es la justicia) nunca disfrutaremos de la paz.
Para mí es evidente que en el marco actual de una sociedad productivista, consumista, competitiva y nada cooperativa, indiferente y egoísta, mundialmente globalizada, no puede haber paz. A lo sumo algo de pacificación.
Tenemos que crear políticamente otro tipo de sociedad que se base en las relaciones justas entre todos, con la naturaleza, con la Madre Tierra y con el Todo (el misterio del mundo o Dios) al que pertenecemos. Entonces florecerá la paz que la tradición ética ha definido como «la obra de la justicia» (opus justiciae, pax).
 Leonardo Boff


viernes, 12 de enero de 2018

Los inmigrantes que vienen

por Blogger
migrantes-viendo-a-la-cruzLOS INMIGRANTES QUE VIENEN
GABRIEL Mª OTALORA, gabriel.otalora@outlook.com
BILBAO (VIZCAYA).
ECLESALIA, 12/01/18.- Los inmigrantes se han convertido en tema de conversación y pasto de comentarios y sensaciones mayoritariamente negativas; del corazón y sus miedos habla la boca. Cada vez vienen en mayor número, a pesar de que el gobierno español no llega ni de lejos a la cuota de acogida que le ha fijado la UE. Y los católicos no somos ajenos a muchas descalificaciones.
Es fácil captar una actitud generalizada de miedo ante la llegada de los inmigrantes: turismo médico, delincuencia, menores oportunidades de trabajo para nuestros hijos, falta de integración social, costes suplementarios en ayudas básicas... y miedo también a la colonización islamista. Rechazo al diferente, en suma, por lo que pueda perjudicarme, sin pensar en mayores consideraciones. Pero la realidad no es tan simple ni tan negativa porque tiene su lado luminoso.
Trabajo. La mayoría viene a trabajar, con ganas de aportar a la sociedad lo que en sus países no les deja la miseria o las injusticias estructurales. Los inmigrantes suelen coger los trabajos que no queremos el resto. Si se comparan las estadísticas del tipo de ocupación, es evidente que en el reparto de empleos entre los trabajadores autóctonos y extranjeros, los inmigrantes copan las tareas no cualificadas.
Legalidad. Los que huyen de las guerras deberían tener estatus de refugiado según la Carta de Naciones Unidas que obliga a los Estados a acogerlos.  La Unión Europea comete una injusticia además de una ilegalidad flagrante. No pueden ser tratados como apestados, como ocurre en las vallas de Ceuta y Melilla y a espaldas de todos en pleno mar Mediterráneo. Pero aparte de que no se cumple la ley con los exiliados, (qué vergüenza el “centro de acogida” de Archidona), basta reflexionar sobre la cantidad de organizaciones solidarias que existen para atender sus necesidades más primarias, para entender que el colectivo se caracteriza porque sus miembros necesitan urgentemente un contexto humanitario básico como seres humanos que son.
Ayudas públicas. Las ayudas instauradas en Euskadi las disfrutan foráneos y autóctonos. Y el fraude en las prestaciones, es mayor en los de casa (Seguridad Social, IVA, IRPF, autónomos...). Un ejemplo más: a finales de 2015, los extranjeros empadronados en Euskadi aportaban más ingresos a las arcas públicas vascas que el gasto que suponen para el sistema de bienestar social: 631 frente a 593. Y sin la llegada de los inmigrantes, hubiésemos perdido 50.000 habitantes en los últimos años.  
Delitos violentos. Es una realidad que no es exclusiva de los foráneos: un informe realizado por la Fundación Aspacia alerta de los obstáculos a los que las mujeres en situación irregular se enfrentan a la hora de denunciar una agresión sexual, como son el miedo a ser expulsadas y la desatención sanitaria. Mujeres sin tarjeta sanitaria que no tienen nada y que son presa fácil para las mafias. Hay estudios que demuestran que no hay una correlación causal entre migración y criminalidad. Como ha denunciado la Cruz Roja, en algunos conjuntos de datos sobre criminalidad se mezclan delitos con simples faltas administrativas como carecer de documentación o entrada al país de manera irregular.
Tratamiento informativo. Cualquier noticia negativa de este colectivo, tiene una repercusión exponencialmente peor que la de uno de los nuestros.
Problema político. Algunos opinan que se les dé ayuda en sus países de origen y así no tendrían que emigrar. No es precisamente lo que hemos hecho los refinados europeos con el colonialismo, ni seguimos haciendo al disminuirles la ayuda a la cooperación internacional cuando más la necesitan. Fuimos a sus países a robarles de mala manera sus recursos naturales y ahora que el mundo está como está, con tantos millones de desplazados huyendo de la miseria y la guerra, se encuentran con las puertas del bienestar cerradas o con muchas dificultades para traspasarlas. Lo peor es que el problema alcanza unas magnitudes colosales.
No son pocos los que quisieran volver a sus países en el momento en que la situación que motivó su salida desapareciese. No vienen por gusto. Si han dejado todo -su casa, su familia-, y ponen en riesgo su vida y la de sus hijos, lo hacen porque el resto de opciones han estrepitosamente. Qué son las 600.000 peticiones de asilo en Europa si se comparan con los 60 millones desplazados internos en Asia y África. El caso de Líbano es tremendo: 1.200.000  refugiados a los que añadir medio millón de palestinos, en una población que tiene unos cuatro millones de habitantes. Es como si a España llegasen 12 millones de refugiados.
Efecto llamada. Lo de justificar el endurecimiento de normas y fronteras para evitar el "efecto llamada", se desmonta recordando que a las personas desesperadas no les las puede parar ni con vallas, ni con riesgo mortal para sus vidas, ni con la militarización de las fronteras. Lo curioso es que el comisario europeo de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, dijo que la llegada de tres millones de inmigrantes no sería un caos para la UE; por el contrario, es un factor que elevaría el PIB de la economía europea.
Europa perderá su identidad y su cultura cristiana. Muchos piensan como el ultraderechista húngaro Viktor Orbán, cuando alerta de que podemos ser minoría en nuestro propio continente ante el riesgo de llegada masiva de refugiados musulmanes. La decadencia no nos deja ver que los pretendidos valores están desvalorizados hace tiempo, la ética expulsada de las aulas y la religión cristiana puesta en cuestión sine die, además del poco ejemplo de quienes nos decimos creyentes. Lo fundamental es preservar los valores de tolerancia, de respeto por la diversidad, de solidaridad, que es lo que nos va a propiciar las actitudes necesarias ante los retos a los que nos tendremos que enfrentar pronto. Discursos intolerantes como los de Orbán son la mejor propaganda para que grupos radicales capten a más gente.
Saturan la sanidad pública, que no la financian. Como explica Amnistía Internacional, el impacto fiscal de la inmigración en España, arroja un resultado positivo que representa medio punto del PIB, es decir, más de 5.000 millones de euros. En otras palabras, las personas migrantes obtienen menos de lo que aportan, y disfrutan de menos beneficios sociales que los autóctonos. En cuanto a la financiación, desde 1999 la Sanidad se paga a través de impuestos indirectos, como el IVA o el IRPF, y no mediante las cotizaciones a la Seguridad Social. Por lo tanto, los migrantes que consumen y pagan este tipo de impuestos, contribuyen a financiar los servicios sanitarios.
Acabo con una realidad que no puede soslayarse: no nos olvidemos que el exilio sigue siendo exilio aun estando en la ciudad más bonita del mundo (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Blogger | 12 enero, 2018 en 00:00 | Etiquetas: CristianosExcluidosMigraciónMundoSociedad | Categorías: DENUNCIA / ANUNCIO | URL: https://wp.me/pICCL-48l

RECONOCIMIENTO DE UNA COBARDÍA






Simplemente quise conocerte.
Me acerqué, ¿por qué negarlo?
Mi corazón sonaba
en mis sienes,
en mi pulso
y en los repliegues de mi alma.
Simplemente quería conocerte.
Me acerqué.
No sé cómo, pero me decidí.
De pronto fui consciente
de que mis pasos
hacia ti me encaminaban.
Dude si detenerme
y marchar hacia atrás.
¡Pero seguí!
Cuando te tuve cerca,
cuando podía tocarte,
cuando mis manos
podían detenerse en tu pelo,
quedé paralizado.
Me miraste… y esperabas.
Seguías mirándome
y yo permanecí mirándote.
Se fue yendo la luz,
fue yéndose la tarde
y tras el sol tú te desvaneciste.
Hoy no contemplo el sol.
Tan solo me contemplo
con luz morada de luna derrotada.
Pudo ser y, sin serlo,
en mis pasos dejaste
polvo de estrellas y cenizas de sueños.
A la luz morada de la luna
te veo y no te tengo
y despierto te sueño.
Simplemente quise conocerte.
Me faltaron agallas.

José Luis Molina.
                     11 de enero 2018



martes, 2 de enero de 2018

Entrada nueva en ecleSALia.net

¡Un feliz 2018 desde otros valores!

por Blogger
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¡UN FELIZ 2018 DESDE OTROS VALORES!JUAN ZAPATERO BALLESTEROS, zapatero_j@yahoo.es
SANT FELIU DE LLOBREGAT (BARCELONA).
ECLESALIA, 01/01/18.- Tengo la plena certeza de que el deseo de un ¡Feliz año!, será una de las expresiones que más vamos a oír durante el primer día del 2018 y también durante algunos días después. Lo haremos de palabra o a través de los diferentes medios que las técnicas actuales nos ofrecen. Estoy seguro de que, a pesar de las dosis de rutina que dicha expresión pudiera llevar en más o menos medida, nuestro deseo de felicidad será sincero cuando se lo expresemos a nuestros familiares, amigos y conocidos. Los deseos hoy por hoy aún siguen siendo gratuitos; por tanto, no me cabe la menor duda de que no vamos a entrar en el regateo a la hora de decirles que queremos que sean de verdad felices. Otra cosa sería que, junto a la palabra, hubiera que aportar también obras; pero no es el caso.
Por tanto, como no cuesta nada, ¡sigamos haciéndolo tal y como lo hemos hecho hasta ahora!; ¿qué motivos hay para lo contrario? Permitidme, sin embargo, que me convierta un poco en portavoz de lo que pensarán la mayoría, por la sencilla razón de que yo también lo pienso, cuando oigan los deseos de felicidad que les lancemos. ¿Cómo y de qué manera conseguiré dicha felicidad? Yo supongo que sobre esto habrá tantas teorías como personas o como grupos y lobbies. De entrada, me gustaría augurar que quienes pretendan aportar soluciones, lo van a tener muy crudo, por la sencilla razón que se las van a tener que ver con unos medios cuyo poder e influencia pueden llegar a ser letales por naturaleza. Cuando hablo de estos medios no me refiero a otros que a los que conocemos como “Medios de Comunicación Social”. Los tenemos demasiado vistos y oídos, ¿verdad? Pues sí; pero no por ello dejan de ser igualmente de perniciosos y nocivos a como lo han sido hasta ahora. El instrumento que pretenden hacer servir es conocido por todas, o por lo menos, por la mayor parte de personas y no es otro que el de dejarnos dominar por los sentidos corporales que es por donde, según dichos medios, nos llegan las sensaciones que, en principio, son las que nos deben aportar la felicidad que tanto anhelamos. Las sensaciones propias y peculiares de cada uno de los sentidos que, para que puedan convertirse en realidad y aportarnos esa felicidad tan anhelada, tanto nos van a exigir a nivel material principalmente, llegando en muchos casos al frenesí y a un cierto grado de locura que pueden llegar a provocar unas ansias inusitadas de visualizar lo máximo posible, de gustar los productos más sofisticados y exóticos que se puede llegar a imaginar, y así podríamos ir nombrando lo propio de todos y de cada uno de los sentidos. No importa si para ello tenemos que pagar buenas dosis de estrés y de ansiedad; ya estamos dispuestos o, para ser más exactos, ya nos han sugestionados para que lo estemos. Sin caer en la cuenta también que la mayor parte de las veces son sensaciones momentáneas que acaban dejando con demasiada frecuencia un buen lastre de frustración, malestar y desasosiego.
Pues bien, hay quien no se conforma o no nos conformamos con que la felicidad tenga que venir por estos caminos y mucho menos de manera exclusiva. Creemos que existe en nuestro ser de personas otros medios muy eficaces que nos pueden hacer felices de verdad. Medios que no tienen que estar en contradicción con los anteriores, ni mucho menos, pero sí deben ocupar un papel prioritario, porque, a mi parecer, son los únicos que pueden marcar el equilibrio de los otros. De entre estos medios, me gustaría destacar uno de manera especial: la capacidad de pensar y de reflexionar, propia y exclusiva, por otra parte, de los seres humanos. Al llegar aquí, no puedo por menos de traer a colación las palabras que un día pronunció el Dalai Lama: “He hecho un compromiso: de trabajar hasta que muera para dar a conocer que la fuente de la felicidad se encuentra dentro de nosotros”. Porque es dentro de ti y de mí donde anidan: la capacidad de amar, de contagiar paz, de vivir con sencillez; el conocimiento que te ayuda y me ayuda a descubrir que la bondad y la humildad son capaces de tirar por tierra todas las mayores grandezas construidas a base de orgullo y de soberbia; la convicción de que el odio nunca puede ser la respuesta al mal que otra persona te haya o me haya podido hacer; el deseo de amar sin poner nunca límites, porque es precisamente del amor de lo único que nunca nadie se harta; la compasión hacia quien la vida le ha tratado de manera injusta, sin entrar ahora a pensar en las posibles causas que hayan podido provocar semejante situación; la certeza de que el mundo comenzará a convertirse un poco más en familia en la medida que vaya dejando de ser un poco menos mercado, etc.
Pero, como todo en la vida, también esto tiene un precio. Pero no precisamente el que te imaginas, concretamente, el que muchos ricos querrían pagar, porque pueden, para llegar a conseguir esa felicidad que les niegan tantas y tantas sensaciones de las que están hartos. Es el precio del pensar, del reflexionar, del buscar espacios de soledad, etc., con un poco, o para ser más exactos, con un “mucho” más de frecuencia. Un precio que, además, está al alcance, por suerte, de los que menos tienen o de los que se consideran o consideramos menos afortunados. Aquí reside, precisamente, la grandeza del secreto.
¡Feliz 2018 desde las sensaciones que es bueno que disfrutes; pero no las dejes huérfanas de los valores que pueden hacer que sean equilibradas y que, entre otros, está la capacidad de meterte dentro de ti mismo/a y escuchar el profundo mensaje que, con toda seguridad, te van a ofrecer el silencio y la reflexión interior! (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).