Me parece interesante, en estos momentos en que en España, a pesar de la lamentable y crítica situación que se vive, impera, al menos esa es mi impresión, la postura quemeimportista, pasota, de inhibición, de queja (que no de protesta) o a lo sumo de protesta no comprometida, esperando sean otros quienes se pringuen y arriesguen, pero no de intentar modificar esquemas y posicionamientos, etc, me parece interesante, repito, el siguiente artículo de Javier Marías con el deseo de que contribuya a despertar nuestra conciencia, nuestro descontento existencial y a buscar caminos que obstaculicen los derroteros políticos, sociales y éticos por los que se camina en este país y que al menos en las votaciones (falaz ilusión de lo que llamamos democracia) se sea responsable y consciente de que luego hay que asumir lo que entre todos hacemos posible.
Julio Anguita decía más o menos (no cito literalmente) que si bien hay políticos corruptos, deshonestos, etc, los políticos salen de la misma población que hace posible su existencia.
José Luis Molina

La baraja
rota
por Javier Marías
Yo ya no sé si, entre el grueso de la población, muchos se
acuerdan de cómo nos regimos, ni de por qué. Cuando se decide convivir en
comunidad y en paz, se produce, tácitamente o no, lo que suele conocerse como
“contrato o pacto social”. No es cuestión de remontarse aquí a Hobbes ni a Locke
ni a Rousseau, menos aún a los sofistas griegos. Se trata de ver y recordar a
qué hemos renunciado voluntariamente cada uno, y a cambio de qué. Los ciudadanos
deponen parte de su libertad de acción individual; abjuran de la ley del más
fuerte, que nos llevaría a miniguerras constantes y particulares, o incluso
colectivas; se abstienen de la acumulación indiscriminada de bienes basada en el
mero poder de adquirirlos y en el abuso de éste; evitan el monopolio y el
oligopolio; se dotan de leyes que ponen límites a las ansias de riqueza de unos
pocos que empobrecen al conjunto y ahondan las desigualdades. Se comprometen a
una serie de deberes, a refrenarse, a no avasallar, a respetar a las minorías y
a los más desafortunados. Se desprenden de buena parte de sus ganancias
legítimas y la entregan, en forma de impuestos, al Estado, representado
transitoriamente por cada Gobierno elegido (hablamos, claro está, de regímenes
democráticos). Por supuesto, dejan de lado su afán de venganza y depositan en
los jueces la tarea de impartir justicia, de castigar los crímenes y delitos del
tipo que sean: los asesinatos y las violaciones, pero también las estafas, el
latrocinio, la malversación del dinero público e incluso el despilfarro
injustificado.
A
cambio de todo esto, a cambio de organizarse delegando en el Estado –es decir,
en el Gobierno de turno–, éste se compromete a otorgar a los ciudadanos una
serie de libertades y derechos, protección y justicia. Más concretamente, en
nuestros tiempos y sociedades, educación y sanidad públicas, Ejército y policía
públicos, jueces imparciales e independientes del poder político, libertad de
opinión, de expresión y de prensa, libertad religiosa (también para ser ateo).
Nuestro Estado

acuerda no ser totalitario ni despótico, no intervenir en todos
los órdenes y aspectos ni regularlos todos, no inmiscuirse en la vida privada de
las personas ni en sus decisiones; pero también –es un equilibrio delicado–
poner barreras a la capacidad de dominación de los más ricos y fuertes, impedir
que el poder efectivo se concentre en unas pocas manos, o que quien posee un
imperio mediático sea también Primer Ministro, como ha sucedido durante años con
Berlusconi en Italia. Son sólo unos pocos
ejemplos.

Lo cierto
es que nuestro actual Gobierno del PP y de Rajoy, en sólo dos años, ha hecho
trizas el contrato social. Si se privatizan la sanidad y la educación (con
escaso disimulo), y resulta que el dinero destinado por la población a eso no va
a parar a eso, sino que ésta debe pagar dos o tres veces sus tratamientos y
medicinas, así como abonar unas tasas universitarias prohibitivas; si se tiende
a privatizar el Ejército y la policía, y nos van a poder detener vigilantes de
empresas privadas que no obedecerán al Gobierno, sino a sus jefes; si el Estado
obliga a dar a luz a una criatura con malformaciones tan graves que la
condenarán a una existencia de sufrimiento y de costosísima asistencia médica
permanente, pero al mismo tiempo se desentiende de esa criatura en cuanto haya
nacido (la “ayuda a los dependientes” se acabó con la llegada de Rajoy y
Montoro); es decir, va a “proteger” al feto pero no al niño ni al adulto en que
aquél se convertirá con el tiempo; si las carreteras están abandonadas; si se
suben los impuestos sin cesar, directos e indirectos, y los salarios se congelan
o bajan; si los bancos rescatados con el dinero de todos niegan los créditos a
las pequeñas y medianas empresas; si además la Fiscalía Anticorrupción debería
cambiar de una vez su nombre y llamarse Procorrupción, y los fiscales y jueces
obedecen cada día más a los gobernantes, y no hay casi corrupto ni ladrón
político castigado; si se nos coarta el derecho a la protesta y la crítica y se
nos multa demencialmente por ejercerlo …

Desobediencia civil.- Oswaldo Guayasamín
Llega un momento en el que no queda razón alguna para que
los ciudadanos sigamos cumpliendo nuestra parte del pacto o contrato. Si el
Estado es “adelgazado” –esto es, privatizado–, ¿por qué he de pagarle un sueldo
al Presidente del Gobierno, y de ahí para abajo? ¿Por qué he de obedecer a unos
vigilantes privados con los que yo no he firmado acuerdo? ¿Por qué unos soldados
mercenarios habrían de acatar órdenes del Rey, máximo jefe del Ejército? ¿Por
qué he de pagar impuestos a quien ha incumplido su parte del trato y no me
proporciona, a cambio de ellos, ni sanidad ni educación ni investigación ni
cultura ni seguridad directa ni carreteras en buen estado ni justicia justa, que
son el motivo por el que se los he entregado? ¿Por qué este Gobierno delega o
vende sus competencias al sector privado y a la vez me pone mil trabas para
crear una empresa? ¿Por qué me prohíbe cada vez más cosas, si es “liberal”,
según proclama? ¿Por qué me aumenta los impuestos a voluntad, si desiste de sus
obligaciones? ¿Por qué cercena mis derechos e incrementa mis deberes, si tiene
como política hacer continua dejación de sus funciones? ¿Por qué pretende ser
“Estado” si lo que quiere es cargárselo? Hemos llegado a un punto en el que la
“desobediencia civil” (otro viejo concepto que demasiados ignoran, quizá habrá
que hablar de él otro día) está justificada. Si este Gobierno ha roto el
contrato social, y la baraja, los ciudadanos no tenemos por qué respetarlo, ni
que intentar seguir jugando.
Fin