España en manos de sinvergüenzas y ladrones
05 de septiembre de 2014
Publicado en Público.es el 3 de septiembre de 2014
Ahora que el escándalo de Jordi Pujol y familia está en pleno apogeo
conviene tener en cuenta que no nos encontramos ante un caso aislado sino ante
una nueva expresión de auténtica corrupción sistémica.
Hace un par de años se publicó un libro titulado
Oligarquía
financiera y poder político en España (Arresta 2012) escrito por
Manuel Puerto Ducet. A pesar de lo que pueda parecer por ese título, el autor
no es un izquierdista ni un radical dirigente de Podemos empeñado en hundir la
economía española a base de pedir justicia fiscal y democracia económica. Es un
economista que trabajó como directivo en el banco que gestionaba inversiones
vinculadas a fortunas tan singulares, según declara en el libro (p. 97), como
las del rey Juan Carlos o las del teniente general golpista Miláns del Bosch.El
libro tiene lagunas, como seguramente sea lógico tratándose de una exposición
más bien autobiográfica, y comete evidentes errores de apreciación (posiblemente
por dejarse llevar por sus preferencias ideológicas a la hora de juzgar a las
personas) como los que le llevan a considerar que Jordi Pujol es un ejemplo de
honestidad. Pero, con independencia de ello, es un testimonio
extraordinariamente útil para comprobar que el problema principal de la
economía española es el enorme poder de un puñado de familias que la dominan
condicionando a su favor todo tipo de decisiones económicas y políticas, y
también para corroborar que ese poder se fraguó en la dictadura franquista.
Prácticamente todos los apellidos que hoy día dominan los consejos de
administración de las grandes empresas españolas son los que hicieron fortunas
de la mano sangrienta del dictador, alguno de cuyos ex ministros (como Sánchez
Bella, según el testimonio presencial de Puerto Ducet) “traficaba con oro,
diamantes y piedras preciosas, con una impunidad alarmante y con una cartera de
ilustres clientes que hacían cola en la antesala de su despacho” mientras que
“a ningún comisario de policía se le hubiera ocurrido meter la mano allí” (p.
110). O cuando los constructores que todavía siguen llenando de cemento nuestro
territorio, o sus padres y abuelos, vendían a 175.000 pesetas viviendas que
costaban 30.000 y que tenían una subvención del gobierno de 60.000 (p. 37).
El libro es un testimonio de primera mano de cómo actúa el “Sanedrín
financiero”, según la expresión del autor del libro, que maneja la economía
española imponiendo siempre su voluntad al gobierno o al Banco de España, bajo
la batuta todopoderosa de Emilio Botín, presidente del Banco de Santander y,
según el autor de este libro, “de profesión impune” (p. 17). Un banquero
de algunas de cuyas andanzas para dominar el sector financiero se da cuenta en
el libro y que ha sido varias veces imputado por causas como estafas,
enriquecimiento ilícito, negligencia o mala praxis profesional (p. 126). Y el
libro tiene un especial interés precisamente porque su autor fue directivo de
Banif, el banco de inversión vinculado al de Botín que protagonizó un auténtico
corralito abusando de la confianza de sus clientes y produciéndoles grandes
perjuicios económicos. Una estafa y un corralito posterior que, por cierto,
nunca preocupó demasiado a quienes ahora se empeñan en asegurar que si un
partido como Podemos sigue recolectando votos producirá el hundimiento del
sistema financiero.
Y en el libro se muestra además que las estafas y engaños de todo tipo que
viene realizando esta oligarquía financiera se llevan a cabo no solo con la
ayuda permanente y más visible de una gran parte de la clase política
sino también con la de intelectuales que dicen realizar análisis independientes
y, sobre todo, con la de numerosos jueces y fiscales. Dice el autor, con razón,
que “los departamentos de estudios y análisis de la mayoría de bancos y
sociedades no solo se han transformado en coladeros de basura financiera, sino
que actúan como departamentos de cosmética al servicio de estos subproductos”
(p. 67). Y cuenta el libro cómo en España puede ocurrir que Luis de Usera -que
llegó a ser director general del Banco Hispano Americano- y su colega Antonio
Morenés “se asociaran en la Agencia de Valores Usera & Morenés,
falsificando centenares de firmas y utilizando sin su conocimiento los
documentos de identidad de jornaleros gaditanos para hacerse con un paquete de
acciones de Repsol (…) dos fedatarios públicos, como quien no quiere la cosa,
montaron una estafa y sustrajeron la posibilidad de rentabilizar sus ahorros a
medio millar de pequeños accionistas de la petrolera (…) con el paso del tiempo
y cuando la alarma social se había diluido, un juicio de vergüenza y una
condena de compromiso dieron carpetazo al asunto” (p. 128). No en vano, como
señala el propio autor de este libro, en España “las sentencias en firme
falladas en contra de bancos y cajas no superan el 8% del total de querellas”
(p. 194). Y, como es bien sabido, si acaso no hay más remedio que condenar a
algún que otro delincuente financiero y de cuello banco, el indulto vuelve las
aguas de la corrupción a su cauce habitual.
Lo que cuenta este libro, como lo que estamos ahora conociendo sobre la
fortuna de Pujol, no son hechos aislados, ni simples anécdotas. Este tipo de
testimonios muestran que el poder oligárquico impone que los incentivos, la
financiación, el orden institucional e incluso el discurrir de la vida política
se dediquen por entero a alimentar sus negocios y no a la creación de riqueza y
al mejor aprovechamiento de nuestros recursos o a la satisfacción de las
necesidades del conjunto de la sociedad. Es la prueba palpable de que la
oligarquía financiera es la responsable de la gran desigualdad que produce
burbujas constantes, la debilidad de nuestra industria y la desertización de
nuestro aparato productivo. Y lo que demuestra que mientras no se ponga coto a
su poder, democratizando la economía y evitando que un puñado de viejas y
parásitas familias decidan el porvenir y se queden con la hacienda de todos, no
habrá manera de levantar de verdad nuestra economía.

Muchos economistas y comentaristas políticos dicen ahora que si fuerzas
políticas como Podemos, que han nacido de la mano de la creciente y justa
indignación de la gente, tuvieran votos suficientes para gobernar se produciría
un caos porque “los mercados” (es decir, esa oligarquía financiera con nombres
y apellidos) reaccionarían provocando paro, pobreza y deterioro del clima
económico (¡como si los de ahora fueran buenos!).
Llevan razón. Hay que ser muy ingenuo para creer que estos grupos de
auténticos ladrones financieros que llevan decenios enriqueciéndose a costa de
engañar a los demás y de quedarse con los recursos públicos se van a quedar
quietos, sin más. Pero dar por hecho que el temor a esa reacción debe llevar a
la sumisión y decir que poner en cuestión el poder oligárquico es una amenaza
para la economía española es como haberle dicho a los esclavos que se
mantuvieran quietos porque si reclamaban la abolición provocarían una
sangrienta reacción de sus amos o, a las mujeres que reclamaban sus derechos,
que permanecieran siempre calladas porque, en caso contrario, los hombres
cargarán contra ellas.
A mí me parece que la cuestión que se debe plantear quien tenga un mínimo de
dignidad y contemple su existencia con un elemental sentido ético es otra:
sobre qué valores puede descansar una sociedad en materia económica, qué tipo
de reparto es el que garantiza que los seres humanos seamos realmente iguales
en derechos y posibilidades de realización y, sobre todo, a dónde vamos
realmente si seguimos aceptando que una minoría, por muy poderosa que sea,
imponga su voluntad y sus intereses al resto de la sociedad. Decir que hemos de
claudicar ante “los mercados” es justificar lo que está pasando y darle alas a
quienes provocan los males que nos afligen.
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