Si usted es hombre, lea esto antes de contratar los servicios de una prostituta
De Carme Chaparro – dom, 1 feb 2015
Con el tiempo esta mujer ha aprendido a disimular el asco, a que no se le noten las arcadas. Con el tiempo ha aprendido a no llorar, a tragarse las lágrimas y el vómito y la rabia y el miedo. Con el tiempo ha aprendido a gemir y moverse como quieren los clientes. A fingir orgasmos. A hacerles sentir unas fieras sexuales. Porque si no, ya no volverán más. Porque si no, se quejarán. Y entonces el jefe le pegará otra paliza. Y el jefe de su jefe. O quizá aún peor. Peor aún que veinte o treinta clientes al día. Peor aún que lo que le hicieron la última vez que alguien protestó o la última que no ganó suficiente dinero.
Sin embargo, esta otra mujer no sabe lo que es el dinero, ni el tiempo, porque las agujas de su reloj se cuentan en pastillas de ketamina –barra libre de un potente anestésico veterinario para no protestar, para no sentir, para aguantar a un cerdo tras otro-, y nunca sale de ese cuarto escondido en un piso de Madrid. No sabemos su nombre, pero sí que es muy joven y que la trajeron hace poco de China. Engañada, como todas. Entre hombre y hombre, entre pastilla y pastilla, ella espera, dolorida y aturdida, al próximo cliente. ¿Cuántos van ya? Sólo sabe que no puede quejarse. Dieciocho horas al día. Siete días a la semana. Sin descanso. Porque ya ni siquiera tiene la regla. Acaba de darse cuenta. Ya ni siquiera tiene la regla. ¿Cuánto hace de la última vez? ¿Le estarán dando algo? Pero ya no se lo puede preguntar otra vez, porque por la puerta entra el siguiente cliente.
El siguiente cliente que puede ser el hombre que tiene usted sentado frente a usted en el autobús. O su compañero de trabajo. O su hermano. O su padre. O su esposo. Imposible saber cuántos, aunque algunos estudios calculan que uno de cada cuatro españoles ha contratado alguna vez los servicios de una prostituta. Mujeres que, casi con toda seguridad, son esclavas sexuales, aquí, a su lado, en cualquier ciudad y pueblo de cada país del mundo. Son esclavas sexuales, el segundo negocio ilegal más rentable del mundo (mueve 32.000 millones de euros al año), por encima incluso de las drogas, y sólo superado por el tráfico de armas. Son esclavas del siglo XXI, controladas completamente por otras personas, que usan la violencia para mantener ese control y explotarlas económicamente.
¿Cuántas prostitutas son libres y cuántas no? Imposible también dar una cifra, aunque algunos estudios aseguran que sólo una de cada diez ejerce la prostitución en libertad (aunque en la pobreza nunca hay libertad). El resto están en manos de mafias de tráfico de personas, atrapadas en redes poderosísimas que entroncan con los grupos mafiosos más peligrosos del mundo. Un negocio redondo en el que no cuesta nada fabricar la materia prima, esas dos millones de mujeres y niñas que, según la ONU, viven como esclavas sexuales.
“Esclavas del sexo. Trabajadoras sin sueldo. Drogadas para rendir más. Importadas para su placer por una red de traficantes de personas. 24 horas. Piso discreto”. “Secuestradas a los dieciséis años. Separadas de sus familias. Meses sin salir del prostíbulo. Garantizada discreción”.
Si usted es hombre, piense por favor en todo esto antes de contratar otro servicio.
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