A lo largo de mis años he practicado,
frecuentemente, el deporte del espejo. Hace mucho que me compré un espejo y en
él me he mirado largas y repetidas veces.
Honesta y sinceramente no ha sido
desde una motivación narcisista. La verdad, y lo digo con verdad, es que esa
imagen física que se puede recoger en un “flahs” fotográfico, nunca me ha
importado demasiado. ¡Y eso que llevo ganado!. Ahora, cuando los años se
encargan de quitar muchas cosas y de poner más en arrugas y deterioros múltiples,
no tengo que invertir muchas energías y afanes para irlo encajando.
A todo el mundo, al menos
mayoritariamente, le gusta agradar. A mi también. Pero puedo decir que, en mi
caso, el deseo de agradar no estuvo nunca impulsado por ninguna intención
posesiva del otro. Todo lo contrario. Lo motivaba mi intención de donación de
lo mejor que hubiera en mi. Y eso no pasa por el camino de ser más o menos
guapo, estar bien “plantao” o ser más o menos interesante.
Pero lo cierto es que me he mirado en
mi espejo. Y, frente a él, me he puesto de un lado, de otro, de frete o de
espalda, de pie o tendido.
Me he mirado en el espejo para
descubrir mi perfil, para verificar coincidencias o desacuerdos entre la imagen a la que
aspiraba y el perfil que descubría.
Y en ese mirarme a lo largo de mi
vida, siempre he descubierto muchos huecos. Huecos que aplastan. Huecos
sangrantes. Huecos que producen paroxismos, pesadillas y terror.
En mi cama hay un hueco, como lo hay
en la hierba justo al lado de donde me he semitumbado mientras mis dedos
rellenan su tiempo jugando con una brizna de paja.
En mis manos, a veces tan cargadas,
hay un hueco que permanece vacío aunque la sobreocupación aparente rebase
y haga resbalarse parte de su contenido.
Y en mis bolsillos está el mismo
hueco. Introduzco en ellos mis manos pero, después de explorarlos, salen vacías
Estos huecos, ¿me hicieron infeliz?.
Ciertamente creo que no.
Me hicieron pasarlo mal. Me
produjeron angustia. En otros momentos me hicieron descubrir, colgada a mis
espaldas, la sensación de fracaso.
Me han perseguido, pero no me han
arruinado la existencia.
Algunas veces sentí que mi pecho se
hundía. Por el hueco intentaba explorarme hacia dentro y no encontraba rastro
del corazón.
El mayor hueco de mi vida (en
realidad creo que es el mismo que todos los otros) o enarbola mi yo en una
pancarta perforada por un gran agujero por donde pasa el aire que no es capaz
de derribarla.
¡Compañeros de caminos, estos huecos
no me han estorbado! No han sido obstáculo para mi andadura. Creo que todo lo
contrario.
Estos huecos, su presencia en mi, no
me permitieron me quedara en la cama cada amanecida.
José Luis
Molina
13 septiembre 2018