DONDE NO HAY UTOPÍA, NO HAY FUTURO
Pedro Casaldáliga, obispo emérito de Brasil (nacido en España) y poeta, fue entrevistado por Brasil de Fato. Y ante la pregunta ¿Cómo ha visto la devastadora crisis que ya afecta a todos los países y sobre todo a la clase trabajadora?, responde:
Con mucha indignación y revuelta; con una sensación de impotencia y a la vez la voluntad radical de denunciar y combatir a los grandes causantes de esa crisis. Olvidamos muy fácil que la crisis, fundamentalmente, es provocada por el capitalismo neoliberal. Irrita ver a gobernantes y a toda la oligarquía justificando que las economías nacionales deban servir al capitalismo financiero. Los pobres deben salvar económicamente a los ricos. Los bancos sustituyen a la comida de la familia, al presupuesto para la escuela, a los equipamientos de los hospitales...
(...)Está creciendo cada día más el absurdo criminal de constituir la sociedad en dos sociedades de heecho: la oligarquía privilegiada, intocable, y todo el inmenso resto de la humanidad arrojada al hambre, al sinsentido, a la violencia enloquecida. Se cierran las empresas cuando no consiguen un lucro voraz, y se cierra el futuro de un trabajo digno, de una sociedad verdaderamente humana.
La alternativa es creeeer precisamente que "Otro Mundo es Posible" y entregarse individualmente y en comunidad o grupo solidario e ir haciendo real ese "mundo posible". El capitalismo neoliberal es la raiz de esta crisis y solamente hay un camino para que la justicia y la paz reinen en el mundo: socializar las estructuras contestando de hecho la desigualdad socioeconómica, la absolutización de la propiedad y la propia existencia de un Primer Mundo y un Tercer Mundo para ir construyendo u n solo Mundo igualitario y plural.
Con frecuencia respondo a periodista y amistades del Primer Mundo que solamente la construcción de un solo mundo (y no dos o tres o cuatro) podrá salvar a la humanidad. Es utopía, una utopía "necesaria como el pan de cada día". Donde no hay utopía no hay futuro.
1 comentario:
Quiero morder la tierra,
dejadme morder la tierra
hasta encontrarla.
Escarbo con mis uñas desangrándolas,
pierdo falanges,
hundo mis muñones en tus entrañas
y... no me oyes,
no me quieres,
no quieres mis espermas arbolados,
hembra podrida que rehusas la preñez de átomos amorosos, cósmicos, inalienables.
Tu muralla enardecida,
infranqueable e incólume,
hipocresia desmedida,
es traslúcida
-aunque no quieras-
de tu orgía plutócrata.
Morirás, por Dios que morirás,
morirás sola, allá, a lo lejos,
allá donde mis sucias manos
de arañar la tierra no te alcancen.
Morirás por tu propia fuerza alacranada,
mientras con alacridad,
sembraré sobre tu cuerpo
las flores que mataste,
rubricando mi nombre: utopía.
Miguel Á. Olmedo Jiménez
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