José Luis Molina
PARA RECAPACITAR!!!:
Por Carles Capdevila, Periodista
Educar debe de ser una cosa parecida
a espabilar a los niños y frenar a los adolescentes. Justo lo contrario de lo
que hacemos: no es extraño ver niños de cuatro años con cochecito y chupete
hablando por el móvil, ni tampoco lo es ver algunos de catorce sin hora de
volver a casa. Lo hemos llamado sobreprotección, pero es la desprotección más
absoluta: el niño llega al insti sin haber ido a comprar una triste barra de
pan, justo cuando un amigo ya se ha pasado a la coca.
Sorprende que haya
tanta literatura médica y psicopedagógica para afrontar el embarazo, el parto y
el primer año de vida, y que exista un vacío que llega hasta los libros de
socorro para padres de adolescentes, esos que lucen títulos tan sugerentes como
Mi hijo me pega o Mi hijo se droga. Los niños de entre dos y doce años no tienen
quien les escriba. Desde que abandonan el pañal (¡ya era hora!) hasta que llegan
las compresas (y que duren), desde que los
desenganchas del chupete hasta que te
hueles que se han enganchado al tabaco, los padres hacemos una cosa fantástica:
descansamos. Reponemos fuerzas del estrés de haberlos parido y enseñado a andar
y nos desentendemos hasta que toca irlos a buscar de madrugada a la disco. Ahora
que al fin volvemos a poder dormir, y hasta que el miedo al accidente de moto
nos vuelva a desvelar, hacemos una siesta educativa de diez o doce años.
Alguien se estremecerá
pensando que este período es precisamente el momento clave para educarlos.
Tranquilo, que por algo los llevamos a la escuela. Y si llegan inmaduros a
primero de
ESO que nadie sufra, allá los esperan
los colegas de bachillerato que nos los sobreespabilarán en un curso y medio,
máximo dos. Al modelo de padres que sobreprotege a los pequeños y abandona los
adolescentes nadie los podrá acusar de haber fracasado educando a sus hijos. No
lo han intentado siquiera. Los maestros hacen algo más que huelga o vacaciones,
y la educación es bastante más que un problema. Pido perdón tres veces: por
colocar en un título tres palabras tan cursis y pasadas de moda, por haberlo
hecho para hablar de los maestros, y, sobre todo sobre todo, porque mi idea es
-lo siento mucho- hablar bien de ellos. Sé que mi doble condición de padre y
periodista, tan radical que sus siglas son PP, me invita a criticarlos por hacer
demasiadas vacaciones (como padre) y me sugiere que hable de temas importantes,
como la ley de educación (es lo mínimo que se le pide a un periodista esta
semana). Pero estoy harto de que la palabra más utilizada junto a escuela sea
'fracaso' y delante de educación acostumbre a aparecer siempre el concepto
'problema', y que 'maestro' suela compartir titular con 'huelga'. La escuela
hace algo más que fracasar, los maestros hacen algo más que hacer huelga (y
vacaciones) y la educación es bastante más que un problema. De hecho es la única
solución, pero esto nos lo tenemos muy callado, por si acaso.
Mi proceso, íntimo y
personal, ha sido el siguiente: empecé siendo padre, a partir de mis hijos
aprendí a querer el hecho educativo,
el trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira por donde, ahora aprecio a los
maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he de querer a una gente que se dedica a
educar a mis hijos? Por esto me duele que se hable mal por sistema de mis
queridos maestros, que no son todos los que cobran por hacerlo, claro está, sino
los que son, los que suman a la profesión las tres palabras del título, los que
mientras muchos padres se los imaginan en una playa de Hawai están encerrados en
alguna escuela de verano, haciendo formación, buscando herramientas nuevas,
métodos más adecuados. Os deseo que aprovechéis estos días para rearmaros
moralmente. Porque hace falta mucha moral para ser maestro. Moral en el sentido
de los valores y moral para afrontar el día a día sin sentir el aprecio y la
confianza imprescindibles. Ni los de la sociedad en general, ni los de los
padres que os transferimos las criaturas pero no la autoridad. ¿Os imagináis un
país que dejara su material más sensible, las criaturas, en sus años más
importantes, de los cero a los dieciséis, y con la misión más decisiva,
formarlos, en manos de unas personas en quienes no confía?
Las leyes pasan, y las pizarras dejan
de ensuciarnos los dedos de tiza para convertirse en digitales. Pero la fuerza y
la influencia de un buen maestro siempre marcará la diferencia: el que es capaz
de colgar la mochila de un desaliento justificado junto a las mochilas de los
alumnos y, ya liberado de peso, asume de buen humor que no será recordado por lo
que le toca enseñar, sino por lo que aprenderán de
él.
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