Entrevista a Leonardo Boff:
¿Qué Papa podemos esperar,
que no sea un Benedicto XVII?
2013-02-16
1. ¿Cómo recibió usted la renuncia de Benedicto XVI?
R/
Yo desde el principio sentía mucha pena por él, pues por lo que
conocía, especialmente de su timidez, imaginaba el esfuerzo que debería
hacer para saludar al pueblo, abrazar a las personas, besar a los
niños. Estaba convencido de que un día él aprovecharía alguna ocasión
sensata, como los límites físicos de su salud y el menor vigor mental,
para renunciar. Aunque se mostró como un papa autoritario, no estaba
apegado al cargo de papa. Me sentí aliviado porque la Iglesia está sin
un líder espiritual que suscite esperanza y ánimo. Necesitamos otro
perfil de papa más pastor que profesor, no un hombre de la
Iglesia-institución sino un representante de Jesús que dijo: “si
alguien viene a mí, no le echaré fuera”
(Evangelio de Juan 6,37), podía ser un homoafectivo, una prostituta,
un transexual.
2. ¿Cómo es la personalidad de Benedicto XVI ya que usted mantuvo cierta amistad con él?
R/
Conocí a Benedicto XVI en mis años de doctorado en Alemania entre
1965-1970. Oí muchas conferencias de él pero no fui alumno suyo. Él leyó
mi tesis doctoral: “El lugar de la Iglesia en el mundo secularizado” y
le gustó mucho hasta el punto de buscar una editorial para publicarla,
un tocho de 500 páginas. Después trabajamos juntos en la revista
internacional Concilium, cuyos directores se reunían todos los años en
la semana de Pentecostés en algún lugar de Europa. Yo la editaba en
portugués. Esto fue entre 1975-1980. Mientras los demás hacían la
siesta, él y yo paseábamos y conversábamos sobre temas de teología,
sobre la fe en América Latina, especialmente sobre San Buenaventura y
San Agustín, de los cuales él es
especialista y a los que yo hasta hoy frecuento a menudo. Después en
1984 nos encontramos en un momento conflictivo: él como juez mío en el
proceso del ex-Santo Oficio movido contra mi libro Iglesia: carisma y
poder(Vozes 1981. Sal Terrae 1982). Ahí tuve que sentarme en la silla
donde, entre otros, se sentaron Galileo y Giordano Bruno. Me sometió a
un tiempo de “silencio obsequioso”, tuve que dejar la cátedra y me fue
prohibido publicar cualquier cosa. Después de esto nunca más nos
volvimos a encontrar. Como persona es finísimo, tímido y extremadamente
inteligente.
3. Como cardenal fue su Inquisidor después de haber sido su amigo: ¿cómo vio usted esta situación?
R/
Cuando fue nombrado Presidente de la Congregación para la Doctrina de
la Fe (ex-Inquisición) me sentí sumamente feliz. Pensaba: finalmente
tendremos un teólogo al frente de una institución con la peor fama que
se pueda imaginar. Quince días después me respondió agradeciendo y
decía: creo que hay aquí en la Congregación varios asuntos suyos
pendientes y tenemos que resolverlos. Y es que prácticamente cada vez
que publicaba un libro llegaban de Roma preguntas de aclaración que yo
me demoraba en responder. Pero de Roma no viene nada que no haya sido
enviado antes a Roma. Aquí en Brasil había obispos conservadores y
perseguidores de teólogos de la liberación que enviaban las quejas de su
ignorancia teológica a Roma con
el pretexto de que mi teología podría hacer daño a los fieles. Ahí me
di cuenta de que él ya había sido contaminado por el bacilo romano que
hace que todos los que trabajan en el Vaticano rápidamente encuentren
mil razones para ser moderados y hasta conservadores. Y entonces más
que sorprendido quedé verdaderamente decepcionado.
4. ¿Cómo recibió el castigo del “silencio obsequioso”?
R/
Tras el interrogatorio y la lectura de mi defensa escrita que está
como anexo en la nueva edición de Iglesia; carisma y poder (Record 2008)
son 13 los cardenales que opinan y deciden. Ratzinger es solo uno de
ellos. Después someten la decisión al papa. Creo que el suyo fue un voto
discrepante del de la mayoría, porque conocía otros libros míos de
teología, traducidos al alemán, y me había dicho que le habían gustado e
incluso una vez, delante del papa en una audiencia en Roma, hizo una
referencia elogiosa. Yo recibí el “silencio obsequioso” como lo haría un
cristiano ligado a la Iglesia: lo acogí con calma. Recuerdo que dije:
“es mejor caminar con la Iglesia que solo con mi teología”. Para mí fue
relativamente fácil aceptar la imposición porque la
Presidencia de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB, en
portugués) siempre me había apoyado y dos de sus cardenales, don
Aloysio Lorscheider y don Paulo Evaristo Arns, me acompañaron a Roma y
participaron, en una segunda parte, del diálogo con el cardenal
Ratzinger y conmigo. Ahí éramos tres contra uno. Algunas veces pusimos
al cardenal Ratzinger en aprietos pues los cardenales brasileros le
aseguraban que las críticas contra la teología de la liberación que él
había hecho en un documento recientemente publicado eran eco de los
detractores y no un análisis objetivo. Y pidieron un nuevo documento
positivo. Él acogió la idea y realmente lo hizo dos años más tarde. Y
nos pidieron también, a mí y a mi hermano Clodovis que estaba en Roma,
que escribiésemos un esquema y lo entregásemos en la Sagrada
Congregación. En un día y una noche lo hicimos y lo entregamos.
5. Usted dejó la Iglesia en 1992. ¿Le quedó alguna amargura de todo el affaire del Vaticano?
R/
Yo nunca dejé la Iglesia. Dejé una función dentro de ella, que es la
de sacerdote. Seguí como teólogo y profesor de teología en varias
cátedras, aquí y fuera del país. Quien entiende la lógica de un sistema
cerrado y autoritario, poco abierto al mundo, que no cultiva el diálogo
y el intercambio (los sistemas vivos viven en la medida en que se abren
e intercambian) sabe que si alguien como yo no se alínea plenamente a
tal sistema será vigilado, controlado y eventualmente castigado. Es
similar al sistema de la seguridad nacional que hemos conocido en
América Latina bajo los regímenes militares de Brasil, Argentina, Chile
y Uruguay. Dentro de esta lógica, el entonces Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo
Oficio, ex-Inquisición), el card. J. Ratzinger condenó, silenció,
depuso de la cátedra o transfirió a más de cien teólogos. De Brasil
fuimos dos: la teóloga Ivone Gebara y yo. Por entender la referida
lógica, y lamentarla, sé que están condenados a hacer lo que hacen con
la mayor buena voluntad. Pero como Blaise Pascal dijo: “Nunca se hace
el mal tan perfectamente como cuando se hace con buena voluntad”. Sólo
que esta buena voluntad no es buena, pues crea víctimas. No guardo
ningún rencor o resentimiento pues tuve compasión y misericordia de
aquellos que se mueven dentro de esta lógica que, a mi modo de ver,
está a años-luz de la práctica de Jesús. Además, es cosa del siglo
pasado, ya pasado. Y evito volver a ello.
6. ¿Cómo evalúa usted el pontificado de Benedicto XVI? ¿Ha sabido manejar las crisis internas y externas de la Iglesia?
R/
Benedicto XVI fue un eminente teólogo, pero un papa frustrado. No
tenía el carisma de dirección y animación de la comunidad, como lo tenía
Juan Pablo II. Desgraciadamente, será estigmatizado de manera
reduccionista como el papado donde aumentaron los pedófilos, los
homoafectivos no fueron reconocidos y las mujeres fueron humilladas,
como en EE.UU.donde se negó el derecho de ciudadanía a una teóloga por
cuestión de género. Y también pasará a la historia como el Papa que
criticó fuertemente la teología de la liberación, interpretada a la luz
de sus detractores, y no a través de las prácticas pastorales y
libertadoras de obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que
hicieron una opción
seria por los pobres contra la pobreza y a favor de la vida y de la
libertad. Por esta causa justa y noble fueron mal interpretados por sus
hermanos en la fe y muchos de ellos detenidos, torturados y asesinados
por los órganos de seguridad del estado militar. Entre ellos se
encontraban obispos como el obispo Angelelli de Argentina y el
Arzobispo Oscar Romero de El Salvador. Dom Helder fue el mártir que no
mataron. Pero la Iglesia es más grande que sus papas y continuará,
entre sombras y luces, prestando un servicio a la humanidad, a fin de
mantener viva la memoria de Jesús y ofrecer una posible fuente de
sentido en la vida más allá de esta vida. Hoy sabemos por los Vatileaks
que dentro de la Curia romana están enfrascados en una feroz lucha por
el poder, especialmente entre la corriente Bertone, actual Secretario
de Estado, y el ex-secretario Sodano, ya emérito. Ambos tienen sus
aliados. Bertone, aprovechándose de las limitaciones del
papa, construyó prácticamente un gobierno paralelo. Los escándalos de
filtración de documentos secretos de la mesa del Papa y del Banco del
Vaticano, usado por los millonarios italianos, algunos de la mafia, para
lavar dinero y enviarlo fuera, afectaron mucho al Papa. Y se fue
aislando cada vez más. Su renuncia se debe a los límites de la edad y de
las enfermedades, pero agravadas por estas crisis internas que lo
debilitaron y que él no supo o no pudo atajar a tiempo.
7. El Papa Juan
XXIII dijo que la Iglesia no puede ser un museo, sino una casa con
puertas y ventanas abiertas. ¿Cree usted que Benedicto XVI intentó
transfomar la Iglesia de nuevo en algo así como un museo?
R/ Benedicto XVI es un
nostálgico de la síntesis medieval. Reintrodujo la misa en latín,
escogió vestimentas de los papas renacentistas y de otros tiempos
pasados, mantuvo los hábitos y ceremoniales palaciegos, a quien iba a
comulgar le ofrecía primero el anillo papal para que lo besase y luego
le daba la hostia, cosa que ya no se hacía. Su visión era
restauracionista y es un nostálgico de una síntesis entre cultura y fe
que existe muy visible en su Baviera natal, cosa que él comentaba
explícitamente. Cuando en la Universidad donde él estudió, y yo también,
en Munich, vió un cartel anunciándome como profesor invitado para dar
una conferencia sobre las nuevas fronteras de la teología de la
liberación pidió al decano posponerla sine die. Sus ídolos teológicos
son san Agustín y san Buenaventura, que mantuvieron siempre gran
desconfianza de todo lo que venía del mundo,
contaminado por el pecado y necesitado de ser rescatado por la Iglesia.
Es una de las razones que explican su oposición a la modernidad a la
que ve bajo la óptica del secularismo y el relativismo y fuera del
ámbito de influencia del cristianismo, que ayudó a formar Europa.
8. ¿La Iglesia, a su juicio, va a cambiar la doctrina sobre el uso del condón y la moral sexual en general?
R/
La Iglesia debe mantener sus convicciones, aquellas que estima
irrenunciables como el tema del aborto y la no manipulación de la vida.
Pero debería renunciar al estatus de exclusividad, como si fuera la
única portadora de la verdad. Debe entenderse dentro del espacio
democrático, en el cual su voz se hace oír junto a otras voces. Y las
respeta e incluso está dispuesta a aprender de ellas. Y cuando sea
derrotada en sus puntos de vista, debería ofrecer su experiencia y
tradición para mejorar donde pueda mejorar y aligerar el peso de la
existencia. En el fondo, ella tiene que ser más humana, más humilde y
tener más fe, en el sentido de no tener miedo. Lo que se opone a la fe
no es el ateísmo, sino el miedo. El miedo
paraliza y aísla a las personas de los demás. La Iglesia debe caminar
junto a la humanidad, porque la humanidad es el verdadero Pueblo de
Dios. Ella lo muestra más conscientemente, pero no se apropia
exclusivamente de esta realidad.
9. ¿Qué debe hacer
el futuro Papa para evitar la emigración de tantos fieles a otras
Iglesias, especialmente a las pentecostales?
R/
Benedicto frenó la renovación de la Iglesia incentivada por el
Concilio Vaticano II. No acepta que haya rupturas en la Iglesia, así que
prefirió un punto de vista lineal, reforzando la tradición. Sucede que
la tradición del siglo XVIII y XIX se opuso a todos los logros
modernos, de la democracia, de la libertad religiosa y otros derechos.
Él ha tratado de reducir la Iglesia a una fortaleza para defenderse de
estas modernidades y veía el Vaticano como un caballo de Troya a través
del cual podían entrar. No negó el Vaticano II, pero lo interpretó a
la luz del Concilio Vaticano I, que está centrado en la figura del Papa
con poder monárquico, absoluto e infalible. Así que se produjo una
gran
centralización de todo en Roma, bajo la dirección del Papa que,
¡pobre!, tiene que conducir una población católica del tamaño de la de
China. Tal opción ha traído un gran conflicto en la Iglesia e incluso
en episcopados enteros, como el alemán y el francés, y ha contaminado
la atmósfera interna de la Iglesia con sospechas, creación de grupos,
emigración de muchos católicos de la comunidad y acusaciones de
relativismo y de magisterio paralelo. En otras palabras, en la Iglesia
ya no se vivía una fraternidad franca y abierta, un hogar espiritual
común a todos.
El perfil del nuevo
Papa, en mi opinión, no debe ser la de un hombre de poder y ni un
hombre de la institución. Donde hay poder no existe amor y la
misericordia desaparece. Debería ser un pastor, cercano a los fieles y a
todos los seres humanos, independientemente de su situación moral,
política y étnica. Debería tener como lema las palabras de Jesús, que ya
he citado: "Si alguno viene a mí, yo no le echaré fuera”, pues Jesús
acogía a todos, desde a una prostituta como Magdalena hasta un teólogo
como Nicodemo. No debería ser un hombre de Occidente que ahora se ve
como un accidente de la historia, sino un hombre del vasto mundo
globalizado que sienta pasión por los pobres y el grito de sufrimiento
de la Tierra devastada por la avaricia consumista.
No debería ser un
hombre de certezas sino alguien que animase a todos a buscar los
mejores caminos. Lógicamente se orientaría por el Evangelio pero sin
espíritu proselitista, con la conciencia de que el Espíritu siempre
llega antes que el misionero y el Verbo ilumina a todo hombre que viene
a este mundo, como dice el evangelista san Juan.
Debería
ser un hombre profundamente espiritual y abierto a todos caminos
religiosos para juntos mantener viva la llama sagrada que existe en
cada persona: la presencia misteriosa de Dios. Y, por último, un hombre
de profunda bondad, al estilo del Papa Juan XXIII, con ternura por los
humildes y con firmeza profética para denunciar a aquellos que
promueven la explotación y hacen de la violencia y de la guerra
instrumentos de dominación de los demás y del mundo. Que en las
negociaciones que los cardenales hacen en el cónclave y en las
tensiones de las tendencias, prevalezca un hombre con este tipo de
perfil. Cómo el Espíritu Santo obra ahí es misterio. Él no tiene otra
voz ni otra cabeza que las de los cardenales. Que el Espíritu no les
falte.
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