Cuando el ser humano pierde el sentido de la fiesta, cuando la adultera en una orientación de consumismo y evasión, cuando pierde la capacidad de festejar, cuando desde un pragmatismo postmodernista, pierde la dimensión de lo simbólico, y hasta llega a presumir de ello con analfabeta obstentación, está perdiendo la dimensión de la sacramentalidad. No lo digo sólo en una dimensión religiosa, que también, sino en una dimensión ampliamente humana. Y cuando esto ocurre se empobrece en su humanidad. Pero todo esto lo explica mucho mejor Leonardo Boff y, por ello, con su artículo les dejo.
José Luis Molina
Festejar es
afirmar la bondad de la vida
2014-08 - 07
El tema de la fiesta es un fenómeno
que ha desafiado a grandes nombres del pensamiento como R. Caillois, J. Pieper,
H. Cox, J. Motmann y al propio F. Nietzsche. Y es que la fiesta revela lo que
todavía hay de mítico en nosotros en medio de la fría racionalidad. Cuando se
realizó la Copa del Mundo en Brasil en junio y julio del presente año, se
hicieron grandes fiestas en todas las clases sociales, verdaderas
celebraciones. Incluso después de la humillante derrota de Brasil frente a
Alemania, las fiestas no decayeron. En Costa Rica, que no fue campeona del
mundo, pero mostró excelente fútbol, hasta el presidente salió a la calle a
celebrar. No fue diferente en Colombia. La fiesta hace
olvidar los fracasos, suspende la terrible cotidianidad y el tiempo de los
relojes. Es como si, por un momento, participásemos de la eternidad, pues en la
fiesta no percibimos el tiempo que pasa.
La fiesta en sí está libre de intereses y
finalidades, aunque haya fiestas de negocios donde la fiesta se transforma en
beber, comer y negociar. Pero en la
fiesta que es fiesta, todos están juntos no para aprender o enseñar algo unos a
otros, sino para alegrarse, para estar ahí, uno para el otro comiendo y
bebiendo en amistad y concordia. La fiesta reconcilia todas las cosas y nos
devuelve la saudade del paraíso de las delicias, que nunca se perdió
totalmente. Platón sentenciaba con razón: «los dioses hicieron las fiestas para
que pudiésemos respirar un poco». La fiesta no es solo un día de los hombres
sino también «un día que el Señor hizo» como dice el Salmo 117,24.
Efectivamente, si la vida es un caminar trabajoso, necesitamos a veces parar
para respirar y, renovados, seguir adelante.
La fiesta es como un regalo que no depende ya de nosotros y que no podemos
manipular. Se puede preparar la fiesta, pero la festividad, es decir, el
espíritu de la fiesta, surge gratuitamente. Nadie la puede prever ni
simplemente producir. Solamente podemos prepararnos interior y exteriormente y
acogerla.
A la fiesta más
social (bodas, aniversario) pertenecen la ropa festiva, el adorno, la música y
el baile. ¿De dónde brota la alegría de la fiesta? Tal vez Nietszche encontró
la mejor manera de formularlo: «para alegrarse de alguna cosa, hay que dar la
bienvenida a todas las cosas». Por tanto, para poder festejar de verdad
necesitamos afirmar positivamente la totalidad de las cosas: «Si podemos decir
sí a un único momento entonces habremos dicho sí no sólo a nosotros mismos sino
a la totalidad de la existencia (Der Wille zur Macht, libro IV: Zucht
und Züchtigung, nº 102).
Ese sí subyace
a nuestra decisiones cotidianas, en nuestro trabajo, en la preocupación por la
familia, en la convivencia con los colegas. La fiesta es el tiempo
fuerte en el cual el sentido secreto de la vida es vivido incluso
inconscientemente. De la fiesta salimos más fuertes para enfrentarnos a las
exigencias de la vida.
La grandeza de una religión, cristiana o
no, reside en gran parte en su capacidad de celebrar y de festejar a sus santos
y maestros, los tiempos sagrados, las fechas fundacionales. En las fiesta cesan
los interrogantes del corazón y el practicante celebra la alegría de su fe en
compañía de hermanos y hermanas que comparten sus mismas convicciones, oyen la
misma palabra sagrada y se sienten próximos a Dios.
Viviendo de esta forma la fiesta
religiosa, percibimos cuan equivocado es el discurso que sensacionalistamente
anuncia la muerte de Dios. Se trata de un trágico síntoma de una sociedad
saturada de bienes materiales, que asiste lentamente no a la muerte de Dios,
sino a la muerte del hombre que perdió la capacidad de llorar, de alegrarse por
la bondad de la vida, por el nacer do sol, por la caricia entre dos enamorados.
Nuevamente volvemos a Nietzsche que
entendió mucho de la verdad esencial del Dios vivo, sepultado bajo tantos
elementos envejecidos de nuestra cultura religiosa y de la rigidez de la
ortodoxia de las iglesias: «la pérdida de la jovialidad, es decir, de la gracia
divina (jovialidad viene de Jupter, Jovis) es la consecuencia fundamental de la
muerte de Dios» (Fröhliche Wissenschaft III, aforismo 343 y 125).
Por haber perdido la jovialidad, gran
parte de nuestra cultura no sabe festejar. Conoce la frivolidad, los excesos de
comer y beber, las palabrotas groseras, y las fiestas montadas como comercio,
en las cuales hay de todo menos alegría y jovialidad.
La fiesta tiene que ser preparada y
solamente después celebrada. Sin esta disposición interior corre el riesgo de
perder su sentido alimentador de la vida que llevamos. Hoy en día vivimos en
fiestas. Pero por no saber prepararnos ni prepararlas, salimos de ellas vacíos
o saturados cuando el valor de las mismas era llenarnos de un sentido mayor para
llevar adelante la vida, siempre desafiante y para la mayoría, trabajosa.
2 comentarios:
Bienaventurados los que así celebran,
bienaventurados los que así permiten que los otros descubran a que lo hagan,
bienaventurados los que son capaces de dejar como legado a sus propios y añadidos,
privilegiada yo que descubrí junto a ustedes esta bienaventuranza este regalo del sentido de la
fiesta.
Dichosos ustedes: Dr. Honoris-causa Miguel y Peregrino de cabeza Nevada por ofertar-nos celebrar de otras maneras, afirmando la bondad de la vida.
Bendita la fiesta que nos enrola en el ayer, que nos enroca en el presente desde el ayer para el mañana. Bendita la fiesta que rompe con el pudor porque el sudor del amor es más fuerte. Bendita la fiesta que riega con buen vino las raíces de la historia. Bendito tú si descubres la fiesta y ay de ti si no la vives, si la profanas. Miguel
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