Yo no soy de 'Charlie Hebdo'
EL reciente atentado del terrorismo islamista ha despertado una oleada
de solidaridad en todo el mundo. Se trata de defender la libertad
de expresión, sí, pero sobre todo de rechazar el asesinato de personas
que sólo tienen su pluma y su palabra, y que están indefensos ante la
violencia asesina. Es indudable el componente religioso del doble
ataque, que caracteriza a las actuaciones de ese islamismo radical.
La toma de conciencia de que el atentado de París puede repetirse
en cualquier momento y en otro sitio también ha contribuido a la respuesta
colectiva, simbolizada por la gran manifestación francesa. Nadie
está seguro cuando los terroristas tienen capacidad de matar. Por eso,
el atentado ha suscitado una respuesta rápida y general.
Sin embargo, sería un error ver lo ocurrido como un simple atentado
a la libertad de expresión. Llama la atención el escaso eco y la poca
solidaridad que ha suscitado el hecho de que cuatro de las víctimas
sean hebreas. Parece que eso no importa tanto, cuando el antise-
mitismo sigue siendo una realidad amenazadora en Europa, también
en Francia, y se suceden incidentes antisemitas de una forma regular
y constante. El silencio y el desinterés al respecto nos interpela a todos,
porque muestra que todos son víctimas del terror pero no todos
suscitan parecida reacción solidaria. Faltan defensores de los que son
matados por la simple pertenencia a una religión, sea la que sea. En
general hay una indiferencia de la opinión pública respecto de los que
son perseguidos y asesinados por motivos religiosos.
A esto hay que añadir una segunda connotación, la de identificarse
no sólo con las víctimas sino con la revista contra la que se ha atentado,
sin más matices y consideraciones. Se trata de una revista que se ha
distinguido durante años por críticas, a veces soeces e hirientes,
a las tres religiones, el Islam, el judaísmo y el cristianismo. De forma
reiterada se ha agredido los sentimientos de las personas que pertenecen
a esas religiones, buscando no sólo criticar sus doctrinas y prácticas,
sino lastimar la sensibilidad de los que se adhieren a ellas. Muchas
veces se obtiene un éxito periodístico y de audiencia, en base a agredir
verbalmente o por escrito a los otros, aunque lo que se diga carezca
incluso de verdad y de respeto. Por eso, hay que diferenciar. Siempre
hay que estar contra los asesinos y defender a las víctimas, pero eso
no implica identificarse con todo lo que éstas han dicho o hecho.
En Francia hay varios millones de musulmanes y muchos de ellos viven
en condiciones de pobreza, de marginación social, y de racismo.
La identidad religiosa es de las pocas cosas que les quedan para auto-
afirmarse y eso diferencia al Islam de los creyentes de las otras religiones,
con más capacidad para asumir las ofensas sin recurrir
a la violencia.
Sienten una creciente hostilidad ante ciudadanos
europeos que les menosprecian y frecuentemente les humillan.
En esta situación, provocar a estas personas, atacando de forma
denigratoria su credo religioso, es una práctica inmoral, aunque
sea legal porque se basa en la libertad de expresión. Por supuesto
que hay que defenderla, pero eso no implica absolutizarla, como si
todos los derechos sociales no tuvieran limites y exigieran prudencia
cuando colisionan con otros, como la libertad religiosa. Provocar
a una minoría frustrada y humillada es una temeridad, aunque la ley
permita hacerlo.
Eso no quiere decir que el asesinato sea justificable, no lo es nunca.
Pero en una sociedad conflictiva en la que conviven distintos credos e
ideologías hay que también aprender a practicar las críticas, criticando
las ideas, pero procurando no herir a las personas, mucho menos
cuando estas ya se sienten bastante heridas. Europa tiene que aprender
a convivir en una sociedad compleja y heterogénea, en la que el respeto
al otro, individual y colectivo, es una condición sine qua non para
la paz social. Si no es así, se hará realidad el pronóstico de Huntington
sobre el choque de civilizaciones, motivado por enfrenta- mientos
con fuertes componentes religiosos.
Hay fanatismo religioso, pero también intolerancia radical laicista.
Ambas son semilla de conflictos, que degeneran en violencia. Defender
la libertad de expresión es una cosa, alentar a los que provocan
a gente que se siente explotada y humillada, es otra cosa. Por eso, "yo
no soy de Charlie Hebdo" ni me identifico con grupos, ideologías
y entidades que viven de agredir a los otros, frecuentemente a personas
que están entre las más débiles y marginadas de la sociedad. El progre-
sismo es también estar con los más pobres y marginados, no con los
que los humillan.
de solidaridad en todo el mundo. Se trata de defender la libertad
de expresión, sí, pero sobre todo de rechazar el asesinato de personas
que sólo tienen su pluma y su palabra, y que están indefensos ante la
violencia asesina. Es indudable el componente religioso del doble
ataque, que caracteriza a las actuaciones de ese islamismo radical.
La toma de conciencia de que el atentado de París puede repetirse
en cualquier momento y en otro sitio también ha contribuido a la respuesta
colectiva, simbolizada por la gran manifestación francesa. Nadie
está seguro cuando los terroristas tienen capacidad de matar. Por eso,
el atentado ha suscitado una respuesta rápida y general.
Sin embargo, sería un error ver lo ocurrido como un simple atentado
a la libertad de expresión. Llama la atención el escaso eco y la poca
solidaridad que ha suscitado el hecho de que cuatro de las víctimas
sean hebreas. Parece que eso no importa tanto, cuando el antise-
mitismo sigue siendo una realidad amenazadora en Europa, también
en Francia, y se suceden incidentes antisemitas de una forma regular
y constante. El silencio y el desinterés al respecto nos interpela a todos,
porque muestra que todos son víctimas del terror pero no todos
suscitan parecida reacción solidaria. Faltan defensores de los que son
matados por la simple pertenencia a una religión, sea la que sea. En
general hay una indiferencia de la opinión pública respecto de los que
son perseguidos y asesinados por motivos religiosos.
A esto hay que añadir una segunda connotación, la de identificarse
no sólo con las víctimas sino con la revista contra la que se ha atentado,
sin más matices y consideraciones. Se trata de una revista que se ha
distinguido durante años por críticas, a veces soeces e hirientes,
a las tres religiones, el Islam, el judaísmo y el cristianismo. De forma
reiterada se ha agredido los sentimientos de las personas que pertenecen
a esas religiones, buscando no sólo criticar sus doctrinas y prácticas,
sino lastimar la sensibilidad de los que se adhieren a ellas. Muchas
veces se obtiene un éxito periodístico y de audiencia, en base a agredir
verbalmente o por escrito a los otros, aunque lo que se diga carezca
incluso de verdad y de respeto. Por eso, hay que diferenciar. Siempre
hay que estar contra los asesinos y defender a las víctimas, pero eso
no implica identificarse con todo lo que éstas han dicho o hecho.
En Francia hay varios millones de musulmanes y muchos de ellos viven
en condiciones de pobreza, de marginación social, y de racismo.
La identidad religiosa es de las pocas cosas que les quedan para auto-
afirmarse y eso diferencia al Islam de los creyentes de las otras religiones,
con más capacidad para asumir las ofensas sin recurrir
a la violencia.
Sienten una creciente hostilidad ante ciudadanos
europeos que les menosprecian y frecuentemente les humillan.
En esta situación, provocar a estas personas, atacando de forma
denigratoria su credo religioso, es una práctica inmoral, aunque
sea legal porque se basa en la libertad de expresión. Por supuesto
que hay que defenderla, pero eso no implica absolutizarla, como si
todos los derechos sociales no tuvieran limites y exigieran prudencia
cuando colisionan con otros, como la libertad religiosa. Provocar
a una minoría frustrada y humillada es una temeridad, aunque la ley
permita hacerlo.
Eso no quiere decir que el asesinato sea justificable, no lo es nunca.
Pero en una sociedad conflictiva en la que conviven distintos credos e
ideologías hay que también aprender a practicar las críticas, criticando
las ideas, pero procurando no herir a las personas, mucho menos
cuando estas ya se sienten bastante heridas. Europa tiene que aprender
a convivir en una sociedad compleja y heterogénea, en la que el respeto
al otro, individual y colectivo, es una condición sine qua non para
la paz social. Si no es así, se hará realidad el pronóstico de Huntington
sobre el choque de civilizaciones, motivado por enfrenta- mientos
con fuertes componentes religiosos.
Hay fanatismo religioso, pero también intolerancia radical laicista.
Ambas son semilla de conflictos, que degeneran en violencia. Defender
la libertad de expresión es una cosa, alentar a los que provocan
a gente que se siente explotada y humillada, es otra cosa. Por eso, "yo
no soy de Charlie Hebdo" ni me identifico con grupos, ideologías
y entidades que viven de agredir a los otros, frecuentemente a personas
que están entre las más débiles y marginadas de la sociedad. El progre-
sismo es también estar con los más pobres y marginados, no con los
que los humillan.
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