A mis padres
Sí, les cuento como me enseñaron a contar.
fundidos en el iris de sus sueños.
Dos eran cada uno cuando se distanciaban,
para verse mejor, apenas en un hueco
donde nos encontrábamos nosotros
que, con ellos, formábamos el tres.
El cuatro fue, tal vez, su corazón abierto
donde fueron llegando otros muchos.
El cinco sí, sí, sí,
esos dedos que sentí acariciando,
esos dedos que descubrí temblando
de anhelo, de ternura y de miedo
por la suerte del otro.
Esos dedos que, entrecruzados, servirían
para poder columpiarnos
los cinco que, del tres, fuimos formando
el bosque de su soto
donde supieron amarse
y donde, sonriendo,
nos fueron enseñando que se amaban.
pero como lucero rutilando en la noche
y amaneciendo a ritmo de alborada.
Y el siete, si, el número perfecto
para ser plenitud, universalidad,
don de pasión y fuego
que, en setenta veces siete,
os lograsteis y fundisteis
y os hicisteis reguero
que me enseñó a ser aprendiz de acequia,
deseo de regato y sed de mar inmenso.
Hasta ahí me enseñasteis.
Los demás, primos y compuestos,
fueron viniendo solos,
fueron siepre cortejo
donde ensartar el siete
y comprender la infinitud del sueño
José Luis Molina
7 de agosto del 2015
1 comentario:
Lindo tú poema, profundo el aprendizaje y sobretodo solidario y hermosamente compartido con está gente que te aprecia. Tus padres son parte de la historia del Inti, aunque sus pies no llegaron a América, su espíritu sí, porque vinieron en tí y también se han dado para nosotros.
Gracias siempre José Luis.
MT.
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