GABRIEL Mª OTALORA, gabriel.otalora@outlook.com
BILBAO (VIZCAYA).
ECLESALIA, 04/01/16.- Mucho se ha hablado
y escrito sobre el descubrimiento de América, sobre los desmanes
coloniales que allí se perpetraron de manera continuada en nombre de
nobles causas. Sin embargo, hubo quienes denunciaron sin pelos en la
lengua aquella tropelía legalizada a manos de portugueses y castellanos,
de cristianos y maleantes, que allí todos fueron mezclados en busca de
riquezas y gloria, amparados en la necesaria conversión de aquellos
pueblos tratados como infrahumanos.
Hubo de todo, ciertamente, pero el regusto fue de
conquista con mucho salvajismo codicioso lleno de racismo. Y entre los
que alzaron la voz contra los latrocinios de los compadres del rey
Fernando, “El católico”, se encontraban dos dominicos: fray Bartolomé de
las Casas, que escribió un alegato que pone los pelos de punta (Alianza
lo sigue publicando en edición de bolsillo) y fray Antonio de
Montesinos, algo menos popular, pero que se merece igualmente un gran
lugar en la historia. Fue un poco antes de estas fechas navideñas de
1511, posiblemente a mediados del Adviento, cuando Montesinos pronunció
su célebre discurso en la actual República Dominicana, con el título
joánico de “Voz que clama en el desierto”.
Quienes fueron a escucharle, esperaban palabras de
refuerzo cristiano para sus acciones sanguinarias contra los indígenas.
Pero lo que se encontraron fueron preguntas como estas: ¿Con qué derecho
y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos
indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas
gentes que estaban en su tierras, mansas y pacíficas, con muertes y
estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan presos y
extenuados, sin darles de comer ni curarlos de sus enfermedades, que de
los excesivos trabajos que les dais se os mueren, y por mejor decir, los
matáis por sacar oro cada día? ¿Es que estos no son hombres? ¿No tienen
almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros
mismos?
Y así durante toda su alocución hasta anunciarles que
estaban en pecado mortal. Todos se quedaron consternados pero no parece
que cambiaron sus costumbres contra aquellos pueblos, tratados como si
fueran animales. Cuatro años más tarde, Montesinos y De las Casas
volvieron a la metrópoli española para denunciar con hechos las
salvajadas y los exterminios que estaban ocurriendo en ultramar. A
partir de entonces y durante muchos años, De las Casas defendería con
pasión en su país los derechos de los indios incluso frente a poderosos
teólogos españoles que justificaban el fin con lo injustificable.
Vaya nuestro reconocimiento a ambos religiosos, sobre
todo a Montesinos, que logró al menos una conversión, que ya no se
recuerda: influyó decisivamente en la de Bartolomé de las Casas, quien
en un principio tomaba parte en las conquistas sanguinarias por las que
recibió esclavos indígenas a su servicio así como sus bienes y tierras…
hasta que escuchó a su compañero dominico, cambiando radicalmente de
actitud.
Todavía estamos en fechas pascuales de Navidad.
Todavía somos muchos que nos decimos cristianos, o por lo menos no
contrarios al mensaje de Cristo. Y siguen las injusticias estructurales
en América latina y bastante más cerca, con muchos inmigrantes víctimas
directas de esta crisis tan injusta. La Buena Noticia pasa por este
mundo antes de llegar al otro, y precisa de todas las personas de buena
voluntad para hacer un mundo mejor, más solidario y menos esclavo, en
nuestro caso del consumismo capaz de deshumanizar hasta embrutecernos,
como lo estaban aquellos conquistadores esclavos de su tiempo. Tuvieron
mucho mérito los dos dominicos que al final no han sido tratados por la
Iglesia como se merecen los profetas. Ambos actuaron como los primeros
cristianos: tuvieron muy claro el tipo de armas que debían utilizar para
ser testigos de Cristo: servicio, coraje, amor y ejemplo. Supieron
darse y se hicieron vulnerables por amor a pesar de las
consecuencias (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión
de sus artículos, indicando su procedencia).
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