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GABRIEL Mª OTALORA, gabriel.otalora@outlook.com
BILBAO (VIZCAYA).
ECLESALIA,
24/06/16.- A los católicos acomodados del Primer Mundo se nos hace
cuesta arriba ejercer de buenos cristianos. Argumentamos que la cruz es
difícil y dolorosa la exigencia de la puerta estrecha. Pasamos por alto
que las normas de Dios son para nuestro beneficio, porque el camino
fácil acaba por endurecernos las entrañas secando lo mejor que existe en
el corazón humano; ya estamos viendo el tipo de selva que somos capaces
de crear cuando nos apartamos las enseñanzas del Maestro.
Pero
también solemos olvidarnos de los frutos maravillosos de la Buena
Noticia cuando se convierte en acciones de amor, aunque suele costar, y a
veces mucho. Subir a una montaña se puede percibir desde el cansancio y
las dificultades pero también desde la belleza que ofrece la naturaleza
y el sano ejercicio.
Veamos
un ejemplo concreto de hasta qué punto el mensaje de Jesús puede llegar
a ser maravilloso cuando damos un paso al frente. Nos lo cuenta Joan
Chittister en uno de sus libros. Ocurrió en una conferencia en Asia para
analizar los problemas de las mujeres de todo el mundo, pero en
especial de las necesidades de las de los países en desarrollo, donde la
mayoría de participantes eran pobres y mujeres, y solo unos cuantos
eran activistas bien financiados u observadores oficiales. Cuando se
intercambiaron los correos electrónicos entre los participantes para
mantener el contacto, una de ellas llamada Rose, una keniata pastora de
una iglesia presbiteriana africana, justificó dejar en blanco su
dirección de e-mail diciendo que no tenía correo electrónico porque era
muy caro para su comunidad. Y cuando podía utilizarlo, la conexión era
demasiado lenta para resultar eficaz y fiable. Cuando terminó la
conferencia y todos se despedían, otra conferenciante le dijo a Joan
Chittister justo antes de compartir el taxi juntas: “No puedo irme sin
ver antes a Rose. Le prometí que le daría una cosa”.
“¿Qué
le diste a Rose?”, le preguntó Chittester durante el trayecto en taxi a
su compañera. “Mi tarjeta de crédito”, me respondió. “¿Tu tarjeta de
crédito?” -dijo la religiosa asombrada-: ¿y por qué demonios se la has
dado?”, le volvió a preguntar. “Para que pueda pagar las mensualidades
de su correo electrónico”, le respondió tranquilamente.
La
alegría de compartir en estado puro toma aquí la más alta expresión de
madurez humana. Esta actitud de salir al paso de la necesidad ajena con
audacia, es la esencia de la Eucaristía. Y de la oración de petición
misma, en su mejor versión de pedir luz y fuerza para avanzar en el
camino de la solidaridad. En Occidente somos más de los Mandamientos que
de las Bienaventuranzas, estamos centrados en “no hacer el mal” más que
en “hacer el bien”. Nos olvidamos de la audacia del samaritano en su
camino a Jericó y de la flagrante transgresión de Jesús en varios Sabbat
cuando cura por amor a quienes sufren.
Ponemos
puertas intelectuales y espirituales a la audacia del amor. Nos falta
fe en las maravillas del Espíritu: Señor, haz que vea; que sea tu luz
para otros aunque tenga que ser a contracorriente de mis planes o mis
medidas. Amén (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión
de sus artículos, indicando su procedencia).
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