MIRANDO AL FIRMAMENTO
GABRIEL Mª OTALORA, gabriel.otalora@outlook.com
BILBAO (VIZCAYA).
GABRIEL Mª OTALORA, gabriel.otalora@outlook.com
BILBAO (VIZCAYA).
ECLESALIA, 26/09/16.- "Todos los hombres tienen por naturaleza el deseo de saber". Con estas palabras se inicia el libro primero de la Metafísica
de Aristóteles, quien se inspiraría seguramente mirando a las estrellas
en las noches luminosas que abundan en lo que hoy llamamos Grecia. Yo
también me he puesto a observar estrellas en una noche de verano, entre
las pocas que se ven en nuestro firmamento vasco. Y pensaba sobre el
hecho de que puede llevar muerta cientos de años dada la distancia que
existe con estos astros luminosos. Qué grande es captar la luz de
estrellas que están a millones de años luz de la Tierra. Imbuido en esta
reflexión, sentí la grandeza del universo desde la pequeñez humana
hasta interiorizar que la clave de la felicidad es la verdadera
humildad, la única fuente de la que mana la capacidad de asombro.
Curiosamente,
y a pesar de que la humildad es fácil de denigrar (actitud propia de
gente débil, etc.), nadie insulta ni desprecia a otro llamándole
"humilde". A lo sumo, se tolera como eufemismo pero no como algo
degradante, quizá porque todos sabemos que tras la humildad se esconde
la verdadera grandeza. Aunque nuestras limitaciones la proyecten como
virtud inalcanzable.
Una
persona humilde no se siente auto-suficiente; sus códigos de conducta
están alejados de los de la propia conveniencia egoísta. La humildad, en
cambio, nos predispone a cuestionar aquello que hasta ahora habíamos
dado por cierto, incluida la percepción de las estrellas. Y no se deja
manipular como muestra la paradoja de que, cuando manifestamos humildad
intencionadamente, se corrompe y desaparece; ya no es modestia. La
coletilla “en mi humilde opinión” no es más que nuestro orgullo
disfrazado que choca con la máxima de esta virtud: no se predica, se
practica.
Merece la pena aprovechar alguna de las noches veraniegas
que quedan para contemplar el cielo mientras sentimos admiración ante
la creación asombrosa de Dios que al mostrarnos nuestra pequeñez puede
hacernos más grandes por dentro. "La mariposa recordará siempre que fue
gusano", recordaba Mario Benedetti; la mariposa no lo recordaba para
desvalorizarse sino porque quería sentir el gozo de reafirmarse en la
maravilla que supone la transformación cuando trabajamos humildemente
por ella.
El
cosmos nos puede hacer humildes ante su infinitud de dimensiones
inabarcables para la mente humana. Es algo que no podemos contenerlo
mentalmente porque la realidad supera nuestra capacidad.
No
estamos en un cosmos inmutable que cabe en nuestra realidad minúscula,
sino en una especie de cosmogénesis o inmensa secuencia de eventos
interconectados en el desarrollo del universo cuyas magnitudes aconsejan
humildad: Leo que se llevan contabilizadas 80.000 millones de galaxias.
Y cada una de ellas, alberga cientos de miles de millones de soles como
el nuestro en los que, a su vez, cabrían un millón de planetas como el
nuestro. Cuando podemos ver una estrella como un lejano puntito, tenemos
que imaginarnos su enorme tamaño para verlas a simple vista. Hay que
tener en cuenta que una distancia normal entre dos estrellas es de diez
años luz, unos cien millones de kilómetros... ¡entre dos estrellas!
"Solo
en la oscuridad puedes ver las estrellas", decía Martin Luther King; y
si despojamos a la frase de su sentido metafórico profundo, puede ayudar
a ponernos en situación ante lo que abarca la vista y alcanza la
imaginación ante el firmamento: en la medida que reconocemos lo poco que
somos y podemos, eso que facilita nuestro deseo de buscar más; no es
necesario utilizar la arrogancia. El evangelio y la historia nos
muestran las consecuencias cuando optamos por la dirección
contraria (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de
sus artículos, indicando su procedencia).
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