El gran pecado de los seguidores de Jesús puede ser siempre el no
arriesgarnos a seguirlo de manera creativa. Es significativo observar el
lenguaje que se ha empleado entre los cristianos a lo largo de los años
para ver en qué hemos centrado con frecuencia la atención: conservar el
depósito de la fe; conservar la tradición; conservar las buenas
costumbres;conservar la gracia; conservar la vocación...
Esta tentación de conservadurismo es más fuerte en tiempos de crisis
religiosa.Es fácil entonces invocar la necesidad de controlar la ortodoxia,
reforzar la disciplina y la normativa, asegurar la pertenencia a la Iglesia...
Todo puede ser explicable, pero, ¿no es con frecuencia una manera de
desvirtuar el Evangelio y congelar la creatividad del Espíritu?
Para los dirigentes religiosos y los responsables de las comunidades
cristianaspuede ser más cómodo «repetir» de manera monótona los
caminos heredados del pasado, ignorando los interrogantes, las
contradicciones y los planteamientos del hombre moderno, pero ¿de
qué sirve todo ello si no somos capaces de transmitir luz y esperanza a
los problemas y sufrimientos que sacuden a los hombres y mujeres de
nuestros días?
Las actitudes que hemos de cuidar hoy en el interior de la Iglesia no se
llaman «prudencia», «fidelidad al pasado», «resignación»... Llevan más
bien otro nombre: «búsqueda creativa», «audacia», «capacidad de riesgo»,
«escucha del Espíritu», que todo lo hace nuevo.
Lo más grave puede ser que, lo mismo que el tercer criado de la parábola,
actitud conservadora, cuando en realidad estamos defraudando sus
expectativas.
El principal quehacer de la Iglesia hoy no puede ser conservar el pasado,
sino aprender a comunicar la Buena Noticia de Jesús en una sociedad
sacudida por cambios socioculturales sin precedentes.
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