Con un poquito de desfase
No estaba en la isla de Pátmos.
Estaba en una isla personal (iba a
poner particular y he cambiado porque no es excluyente). Una noche estaba en mi
isla personal. Es una isla que flota sobre el mar como si éste fura un inmenso
magma. A veces, este océano (magma) es ardiente como lava. Otras, gélido, como glaciar. Pero no atenta contra
mi isla, en la que me encuentro. Esta isla a veces permanece fijada, otras a la
deriva impulsada por corrientes que no siempre alcanzo a comprender.
Me encontraba en mi isla, repito de
nuevo. Era de noche. Acababa de llegar. Así, de pronto, llego como de un salto.
Otras aparezco allí.
Había estado viajando. Todo el mundo
viaja en estos días. Las carreteras se llenan de coches, los trenes agotan su
capacidad, los aviones necesitarían más pistas para evitar retrasos (sobre todo
si hay alguna huelga en ejecución). Todo el mundo viaja en estos días. Se
llenan los hospitales: Hay dolor y fastidio, muertes y lágrimas, planes
truncados. Los perros se van abriendo camino y hay hoteles donde ya se les
admite. Los viejos son un problema: ¿qué hacer con ellos?. En cuanto salen de
su entorno se ponen insoportables.
La España vaciada se queda más vacía:
las playas repletas, las calles de arquetípicas ciudades, repletas al sonido de
cornetas y tambores. Chocan unos cuerpos con otros en la playa, en los
supermercados, en los transportes colectivos, en las procesiones. Chocan unos
cuerpos con otros, a veces hasta con violencia, pero ya no se emplea tiempo en disculpas.
Ahora que he regresado a mi isla
personal después de no haber sucumbido en la tentación de viajar en estas
fechas de viajes, estoy tranquilo, solo, miro las estrellas y pienso: Y todo
esto, ¿por qué?
Semana Santa.
Tiempo Santo.
Santas tradiciones.
¿Qué?
¿Qué hay de santo?
Desterremos ese nombre. Al menos yo
reivindico que no lo profanemos.
El espacio, el tiempo, el lugar
santo, andan por otro lado. Solo será santo si está empapado de Dios caído como
rocío mañanero.
¿Dios está en esos viajes con los que
escapamos a no sé que parte (o sé a muchas) y con las que olvidamos a otros al
borde de la cuneta de cualquier camino de Jericó? ¿O, tal vez, estará
apretujado en las pateras mediterráneas? ¿Dios estará en la cerveza y los
whiskys de la playa o de las noches costeras o en el agua no potable que los
sudaneses tienen que conseguir tras caminar un montón de kilómetros? ¿En los
achuchones y apretujones que nos damos, concentrados y movidos por el
consumismo, pero ignorándonos unos a otros porque no hay encuentros en ellos,
estará Dios? ¿ O en ese caminar de quien viaja para encontrar a los que se
quedaron tirados e el camino?.
Semana Santa desde hace más de dos
mil años. Pero una cosa moderna en la de hoy: Después de estos días, la gente
regresa con el síndrome postvacacional: Resulta que no han bajado del calvario.
En la Semana Santa de Dios, la semana
cotidiana que eslabona la vida, se baja del calvario y se saborea la
resurrección.
Ah, no he dicho como se llama mi isla
personal. Se llama “Yo mismo”, y descubro, una vez más, que estoy a gusto en
ella.
José Luis Molina
18 de abril del 2019
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