lunes, 13 de mayo de 2019

EN TORNO A MI VEJEZ






Estoy triste.
¿Triste es la palabra?. No sé si es la acertada, pero, por ahora, voy a recurrir a ella.
Siempre he soñado con la libertad, la autogestión, la autonomía,… Creo que nada más empezar a esbozar mis primeros pasos ya me soltaba de los brazos de mi madre para hacer mi andadura. Pero no nos engañemos. Siempre recurría y recurrí a ellos, pero no para que hicieran mi camino sino para vivir el encuentro de donde nace y se nutre el amor.
Desde siempre, desde bien pronto, creo que con la ayuda de mi padre, pero con algo que nacía con fuerza en mi, me fui forjando en la autogestión, en ir fortaleciendo mi esqueleto para soportar, afrontar, asumir, las consecuencias de mis decisiones, de mis opciones.
Duro me golpeó la vida. Y estuve a punto de sucumbir, de buscar una madriguera y esconderme. ¡Me salvó una carcajada! (Bertol Brecht: “Las  muletas”). Me salvó ese afán de ser yo quien buscara, siguiera eligiendo e hiciera mi camino. Desde esta perspectiva, y a pesar de las dificultades, me he sentido feliz cuando el lápiz que escribía mi historia era mi mano quien lo sostenía y le hacía llenar, muchas veces emborronándolo, es cierto, el papel que estaba en mi mesa.
Nunca tuve miedo a la vejez. También intenté forjarme para afrontarla, para asumirla, para hacerla siendo yo mismo, pero, no sé si me equivoqué. Siempre concebí la vejez como “mi vejez” donde tendría que buscar y descubrir mi sitio. Bebedor asiduo de las Escrituras me sublevaba y rechazaba enérgicamente el texto de Juan que dice “… cuando viejo extenderás los brazos y será otro el que te ponga el cinturón para llevarte donde no quieres” (Jn 21, 18b). Me niego con todas las energías que aún me quedan a que eso sea la vejez. A lo sumo creo que será inevitable asumirlo en aquellos casos y circunstancias que hagan necesario suplir la imposibilidad, pero nunca llegar a constituir esencia de estado.


Me niego a que, aunque sea bajo formas disimuladas, otros piensen por mi, otros tomen decisiones por mí, otros aporten su comentario, sí,  pero no con la pretensión de que eso “vaya a misa”
¿Qué puedo equivocarme? ¿Cuántas veces nos hemos equivocado a lo largo de nuestras vidas?. Tengo derecho a equivocarme, ¡cómo todos!. El tema no está en que, paternalista o dictatorialmente, impidan que me equivoque. El asunto está en ayudarme a descubrir y admitir mis errores y, también , a asumir sus consecuencias. Reclamo este derecho. Lo reclamo para mi y admito a todo quien se adhiera a esta reclamación.
Ahora retorno al inicio. Y no debería ser, no sería acertado, decir “estoy triste”. A lo sumo puedo decir: Me agota esta pelea, esta lucha que no cesa. Pero no cejaré en ello. Me va lo que soy.
                                             José Luis Molina                        13 mayo 2019

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Peregrino de Cabeza Nevada, ¿sabes?, una vez más, tu estilo de vida "atípico-loco", plasmado en este escrito, me rompe los esquemas del concepto y miedo que tengo a la vejez, porque para mí la VEJEZ=dependencia=vivirse invisibles y una carga para los demás.
Reconozco que no somos educados para una vejez digna, como la que planteas, pero tampoco hacemos nada para prepararnos, asumirla y vivirla gozosamente.
Te mereces un besote
Anita Troya

José Luis Molina López dijo...

MUCHAS gracias por el besote y por el comentario. Hacía tiempo que no asomabas. Siempre es una alegría