Estoy triste.
¿Triste es la palabra?. No sé si es
la acertada, pero, por ahora, voy a recurrir a ella.
Siempre he soñado con la libertad, la
autogestión, la autonomía,… Creo que nada más empezar a esbozar mis primeros
pasos ya me soltaba de los brazos de mi madre para hacer mi andadura. Pero no
nos engañemos. Siempre recurría y recurrí a ellos, pero no para que hicieran mi
camino sino para vivir el encuentro de donde nace y se nutre el amor.
Desde siempre, desde bien pronto,
creo que con la ayuda de mi padre, pero con algo que nacía con fuerza en mi, me
fui forjando en la autogestión, en ir fortaleciendo mi esqueleto para soportar,
afrontar, asumir, las consecuencias de mis decisiones, de mis opciones.
Duro me golpeó la vida. Y estuve a
punto de sucumbir, de buscar una madriguera y esconderme. ¡Me salvó una
carcajada! (Bertol Brecht: “Las
muletas”). Me salvó ese afán de ser yo quien buscara, siguiera eligiendo
e hiciera mi camino. Desde esta perspectiva, y a pesar de las dificultades, me
he sentido feliz cuando el lápiz que escribía mi historia era mi mano quien lo
sostenía y le hacía llenar, muchas veces emborronándolo, es cierto, el papel
que estaba en mi mesa.
Nunca tuve miedo a la vejez. También
intenté forjarme para afrontarla, para asumirla, para hacerla siendo yo mismo,
pero, no sé si me equivoqué. Siempre concebí la vejez como “mi vejez” donde
tendría que buscar y descubrir mi sitio. Bebedor asiduo de las Escrituras me
sublevaba y rechazaba enérgicamente el texto de Juan que dice “… cuando viejo
extenderás los brazos y será otro el que te ponga el cinturón para llevarte
donde no quieres” (Jn 21, 18b). Me niego con todas las energías que aún me
quedan a que eso sea la vejez. A lo sumo creo que será inevitable asumirlo en aquellos
casos y circunstancias que hagan necesario suplir la imposibilidad, pero nunca
llegar a constituir esencia de estado.
Me niego a que, aunque sea bajo
formas disimuladas, otros piensen por mi, otros tomen decisiones por mí, otros aporten su comentario, sí, pero no con
la pretensión de que eso “vaya a misa”
¿Qué puedo equivocarme? ¿Cuántas
veces nos hemos equivocado a lo largo de nuestras vidas?. Tengo derecho a
equivocarme, ¡cómo todos!. El tema no está en que, paternalista o
dictatorialmente, impidan que me equivoque. El asunto está en ayudarme a
descubrir y admitir mis errores y, también , a asumir sus consecuencias.
Reclamo este derecho. Lo reclamo para mi y admito a todo quien se adhiera a
esta reclamación.
Ahora retorno al inicio. Y no debería
ser, no sería acertado, decir “estoy triste”. A lo sumo puedo decir: Me agota
esta pelea, esta lucha que no cesa. Pero no cejaré en ello. Me va lo que soy.
José Luis Molina
13 mayo 2019
2 comentarios:
Peregrino de Cabeza Nevada, ¿sabes?, una vez más, tu estilo de vida "atípico-loco", plasmado en este escrito, me rompe los esquemas del concepto y miedo que tengo a la vejez, porque para mí la VEJEZ=dependencia=vivirse invisibles y una carga para los demás.
Reconozco que no somos educados para una vejez digna, como la que planteas, pero tampoco hacemos nada para prepararnos, asumirla y vivirla gozosamente.
Te mereces un besote
Anita Troya
MUCHAS gracias por el besote y por el comentario. Hacía tiempo que no asomabas. Siempre es una alegría
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