Suelo soñar con frecuencia. Y suelo
recordar los sueños co detalles.
Me llamo José Luis pero podría
llamarme Elías.
José Luis ha soñado el sueño de
Elías.
Elías va buscando al Señor. Y recorre
el mundo: ríos, montes y quebradas, y en este buscar sufre hambre, cansancio,
persecución.
Y tropieza con impresionantes lugares
donde el oro brilla y se refleja a la luz de artificiales montañas de luz. El
lugar, le han dicho, huele a sagrado porque el incienso se expande lentamente
impregnándolo todo. Y le han dicho que el incienso es olor sagrado. Busca, pero no encuentra a Dios.
Mira con ahínco, pero no descubre a Dios. Comienzan a oírse armoniosos cantos.
Parece si se abrieran los cielos. Voces limpias cantan alabanzas pero, aunque
sigue buscando, no encuentra a Dios.
Elías reconoce una voz cálida,
próxima, que le enseñó que las lentes son para ver y los oídos para escuchar.
Que una vez le dijo que podría escuchar a Dios
en los “ayes” de quienes, descalzos, caminaban entre pedregales y
espinos. Que podría ver a Dios en las sombras que se hacían luz para iluminar
un mundo que sangra por la violencia, la agresión, los abusos.
Recordó que aquella voz cálida, que
aún acariciaba sus oídos, le descubrió que Dios siempre estaba ahí pero que,
para verlo, para descubrirlo, el camino no era la ostentación sino la vida que
llega tenue , sin estrépito, en lo cotidiano, pero que siempre aporta una maravillosa brisa que disipa los
rigores de
la canícula.
Elías, el que busca al Señor, sale del
atrincheramiento religioso en el que se refugió, se acerca a la entrada de la
gruta y, ante la inmensidad del Mediterráneo, mar de vida y de muerte, como un
eco, escucha la voz de Serrat y la poesía de Machado, y él mismo repite:
“quiero
cantar y puedo
al Jesús que anduvo en el mar”
que en el mar de la
vida sale al encuentro para ofrecer vida, que hace del deambular desesperado de
tanto ser humano cruzando estas aguas, experiencia de su encuentro y se hace
brazos que salvan evitando la condena y la exclusión.
Me desperté. Volví a
saberme José Luis. Mis manos no olía a incienso, olía a mar. Puestas sobre mis
oídos como caracolas, hacían emerger el grito, las ansias, las esperanzas del
hombre, del ser humano, que busca, muchas veces sin saberlo, la liberación[JLM1] , la libertad identitaria que él
derrama sobre el mar y que son tablas de salvación, estelas por donde avanzar.
Me acordé de mi padre.
En sus exequias proclamé este texto de 1º Reyes 19 . De él, aprendí a
comprenderlo.
Un abrazo.
José Luis Molina
13 de agosto del 2023
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