El pasado día 17 regresaba a Quito, a la Escuela Inti, después de un largo periodo en el que por razones docentes y de salud me vi obligado a estar ausente, físicamente, de este espacio geográfico y de sus gentes. Volvía para reencontrarme con los intirunas que habían estado conmigo mientras permanecí en España y que muchos, a consecuencia de esta estancia mía alla, habían estrechado relación con los intirunas de allá. Venía cargado de gratitud a la vida y a todos los que, mientras estuve allí, estuvieron conmigo: gentes singulares, personales y concretas, Asociaciones como Inti-Ecuador y A.L.F.A.S, la gente de la Parroquia de San Pedro de Alcántara, comunidad cristiana en la que en todo este tiempo me sentí acogido como me hubiera gustado hubiera ocurrido en otros espacios eclesiales más próximos, y tanta gente más, esos amigos entrañables y esos otros, igualmente entrañables que te sorprenden en cualquier momento con su capacidad de ternura y amistad. Ciertamente venía con esa gratitud rebosándome. Pero también venía con un pellizco en el alma: Todo reencuentro supone una puerta que se abre a una realidad conocida pero, igualmente, preñada de nuevos elementos. ¡Cuál sería el resultado final? ¡Cómo sería?
La metereología puso impedimentos y el vuelo tuvo que ser desviado a Guayaquil. Por fín, a las 12 y 30 de la noche (0 h 30 min), y con ocho horas de retraso llegaba al aereopuerto de Quito. Y allí estaban los intirunas quiteños esperándome. Llegaron por la tarde, a pesar de la tormenta, volvieron a casa y regresaron por la noche. Hubo pancartas de bienvenida, flores, globos, abrazos, besos, risas, lágrimas apenas contenidas, ... y en plena calle un brindis jubiloso. Seguía sintiéndome recibido con ese calor que me resultaba tan familiar y tan íntimo.
Luego al día siguiente, habría encuentro en una sesión de la Escuela de Padres de la Escuela Inti donde uno de los grupos de fe de INTIRUNA nos ofreció una escenificación sobre realidades de hoy donde se da la ausencia del Espíritu o su presencia y que terminamos compartiendo un chocolatito.
Por último, tanto por la mañana en el Rancho de los Pinos como por la tarde en los locales de la Escuela, en el barrio de la Lucha de los Pobres, celebramos unas emotivas, intensas y participativas eucaristías donde celebramos, desde la fe, y con hondura, la alegría del encuentro
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