jueves, 5 de julio de 2018

EL BESO






En la amanecida primavera de abril descubro el beso en la gota de rocío que se hace transparencia roja en el pétalo de la rosa que recorre.
El pulso me  tiembla al estrechar tu mano sintiendo que tu epidermis se enfrenta con la mía; un beso recorre, entonces,. todo mi epitelio.
Un beso, solo un beso, todo un beso, se afinca en mí, me domina y mi alma tremula cuando me atenazan tus ojos en un halo envolvente del que ni salgo ni quiero salir y, si pienso que debería salir, llena el aire de pretextos, de palabras trenzadas en atardeceres pastoriles.
Sentir un beso, sentirse inundado por un beso, ahogarse en un beso, es sentir la dorada pupila del sol alcanzando mi boca.
Un beso  es nada. Un beso es casi nada.  Un beso es, nada más y nada menos que penetrar y alcanzar las profundidades de tu esencia palpitante, remontarme hasta las cumbres inhiestas de tus senos, precipitarme por el sonoro torbellino de tu sonrisa.
 Lo anterior me enajena y hace del beso plataforma donde aterrizar sueños y despegar intentos de vuelos compartidos.
Un beso es mucho. Es bramido de ansia, de necesidad, nunca de miedo. Los besos son los vítores triunfantes de la lucha y el estruendo del mar jamás dominado. Sentir el beso es descubrir que tus labios no son de terciopelo sino de carne palpitante que culebrea mi cuello, se engarza en mis labios  y se pierde más allá de mis ojos, más acá, mucho más acá del rumor de tu pulso del vibrar de tu pecho.
El beso, un beso, es descubrir que la nada y el cielo, juntándose, se hicieron, en un todo, más que miel y terciopelo, necesidad y hondura, plenitud y rastreo.
Un beso, el beso, es la plenitud y el sueño de noche desvelada que no acierta a convertirse en noche de reposo. Es andariega noche donde sueño despierto mientras dormir anhelo.
José Luis Molina
                       5 de julio 2018





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