Un día me llamaron peregrino.
Y peregrinar es una vocación en mi.
Peregrinar, pero no yendo solamente
de paso.
Mi vocación de peregrinar es yendo
para quedarme, para hacerme, y que yo sea lo que me quedo, donde me quedo, para
llevarlo conmigo en mi constante peregrinar. Me hago peregrinando. Me hago
yendo. Incorporo a lo que soy, siendo desde entonces en mí, lo que he
peregrinado y el contenido de ese peregrinar. Peregrinar, por tanto, no es
pasar y pasar para, al recodo del camino, sacudirse el polvo de las sandalias.
Peregrinar es optar, es quedarse en la historia que va llegando para hacerse en
nuestro encuentro, para hacernos en nuestro abrazo en un copular que se derrame
fecundo por otras historias. Peregrinar es ser romero que salta alambradas para
abrir caminos, que no traiciona al amanecer por el microclima de los edredones, que, de donde llega, no se va porque ya lo
lleva siempre en su ininterrumpida andadura grabado en los surcos que curten su
frente.
Peregrino,
romero solo,
solo romero en el
caminar de muchos,
romero solo en el cielo
que surcan unos pies
que no se paran,
que sueña el corazón,
solo romero
pero no en soledad,
tal vez callado, sí,
pero no en silencio.
En la vida, en el
mundo, peregrino,
hablarán tus ojos
y sonreirá tu cielo.
Piedras pequeñas llevas
en tus alforjas,
nubes de luz y agua
ensortijan tu pelo
José Luis Molina
26 noviembre 2018
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