domingo, 5 de septiembre de 2021

¿DÓNDE ME SIENTO?

 




 

 

 

He leído las lecturas de hoy. He ido de una a otra dudando por dónde empezar. Definitivamente lo haré por la segunda, la carta de Santiago y es posible que me quede en ella.

Nada más empezar aparece claramente la condena del favoritismo. Es tajante la prohibición de enraizar la fe con el favoritismo con la acepción de personas, con la jerarquización y la categorización de las mismas por su dinero, su poder, su inteligencia, su preparación, sus título, etc. Y no hay que esforzarse mucho para descubrir lo estrechamente relacionado que está este favoritismo con el ansia de conseguir poder, prosperar, sobresalir, elevarse sobre los demás.

Si sigo leyendo tropiezo con un calificativo igualmente tajante: inconsecuente, incoherente. Y una afirmación igualmente rotunda: Dios escogió a los pobres y a los sencillos para que se llenaran de la plenitud del Reino.

Llego aquí y me encuentro perdido. Evidentemente hay que comenzar con la presunción de inocencia, pero cuando todos los indicios  marcan lo contrario, habría que demostrar la inocencia.

La realidad, frente a este texto de Santiago, apunta apabulladoramente que  no creemos en esta palabra, no la aceptamos, nos vamos por la parte contraria. Y esto no de ahora, sino desde siglos y siglos. Sí, es verdad que la poesía ha cantado la contingencia del poder y las riquezas        que los ríos llevan hasta el mar, y pintores que, como Valdés Leal, nos muestran  como las glorias del mundo se convierten en podredumbre. Lo admiramos, pero seguimos buscándolo y favoreciendo a quien lo posee con la esperanza de que nos llegue algo. Ahí tenemos, para ensalzar la soberbia humana, la capilla del Condestable de la Catedral de Burgos o el Moisés de Miguel Ángel del mausoleo del papa Julio II. Y hasta ayer estaban corriendo ríos de tinta, con respaldo de hábitos religiosos, frente a los restos del “muy católico y cristiano “ Franco y del mausoleo que él se levantó mientras parece cuesta trabajo ofrecer un pañuelo para enjugar las lágrimas de quienes tienen regadas las cunetas de nuestro país para que broten margaritas.

Y todo esto dándose en la gran liturgia de un pueblo que, desde pequeño, aprendió a acostarse y levantarse con Dios. ¿Con qué Dios?

Pero me estoy yendo por la política mientras la carta de Santiago se dirige a la comunidad cristiana y habla de la comunidad cristianan. No debemos olvidar ese detalle.

Pues bien, pensando en ella, se me viene a la memoria la celebración del 31 de julio en la catedral de Jerez. Allí no se habría podido proclamar la lectura de la carta de Santiago. Hubieran estallado las cristaleras. Claro, que tampoco se hubiera atrevido nadie a entrar con andrajos para ser conducido a los rincones de las naves laterales.

Otra equivocación: los “invitados” llevábamos trajes de fiesta, pero, ¿eran trajes de la fiesta del Reino?

Todo esto me ha removido esta lectura. Y mucho más, me parece, ha de seguir removiendo en mi interés para aclarar mi propio posicionamiento. Porque la diana a la que apunta la carta de Santiago también se instala en niveles más básicos en los que los trajes de fiesta y anillos  pueden revestirse de protagonismo, manipulación, culto al ego, y los andrajos los pueden vestir los más sencillos, más dúctiles y sumisos y con menos capacidad de discernimiento y por ello más manipulable.

En definitiva, la carta de Santiago descalifica para los creyentes en Jesucristo y entre los creyentes en Jesucristo, la ley de la selva, la ley del más fuerte y donde la soga se rompe por la parte más débil. Si así es el mundo, nuestros fundamentos son otros y nos toca nadar contracorriente y, al mismo tiempo, dolernos cuando descubrimos que también esos criterios de “favoritismo” se han instalado entre nosotros: Pero de ninguna manera el conformismo, la inanición, el disimulo o alambicados discursos justificatorios que, además, nunca convencen.

Ánimo. Un abrazo

José Luis Molina

4 de septiembre del 2021

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