Primero la alegre:
Mañana celebraré con millones de cristianos la explicitación de algo que ya es real y concreto para todos estos millones: Que Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, es un mártir, testigo de la fe y referente de la misma para todos nosotros que vemos en él como se produce la conversión al Reino cambiando valores que impulsan opciones concretas y por eso lo proclamamos santo de manera multitudinaria, cosa que no es extraña en la práctica cristiana remontándonos a los primeros momentos.
Después la dolorosa:
Si es cierto lo que en el siguiente artículo se dice, y no tengo motivos para dudar de su certeza por quien lo firma, me duele los trapicheos de Rouco Varela. Me produce reacciones que me gustaría no sentir. ¿Por qué no fue capaz de denunciar de política la congelación de beatificación a que en tiempos de Juan Pablo II se sometió el proceso estando en plena actividad eclesiástica? ¿Qué porcentaje de elementos políticos y económicos hubo en la visita de Benedicto XVI a Madrid en el encuentro con los jóvenes de los que él fue gestor fundamental y no tuvo reparos en dudosos acuerdos y asociaciones, ni con quienes? Y como éstas, muchas cosas más.
Pero aún me duele más sí es verdad que los Obispos españoles están ausentes de este evento bajo la presión de Rouco. Sí es debido a otras razones (y me gustaría que fuera así) ellos sabrán. Pero sí es como afirma el artículo, me duelen ellos y me duelen profundamente desde mi profundo sentido eclesial. ¿Cómo vivirlos como pastores si van tan lejos de sus ovejas, si no las conocen, si los pastos donde ellas tienen que alimentarse no son propiedad de estas dignidades para disponer a su caricho o conveniencia?
Termino escribiendo con gozo y dando gracias a Dios por el testimonio de Oscar Romero y del Papa Francisco (No me sorprende el comportamiento de Rouco. Supongo que a Francisco tampoco. El sabe muy bien tiene que pagar el precio de su actuar dede la libertad que proporciona el Evangelio)
José Luis Molina
El cardenal Rouco y monseñor Romero
La ausencia de prelados españoles avergüenza al propio Nuncio del Papa
Rouco presiona a los obispos para que no asistan a la “beatificación política” de monseñor Romero
El único representante oficial de la CEE será el sacerdote José María Gil
José Manuel Vidal, 21 de mayo de 2015 a las 19:39
Hasta hace poco, hablar de Romero, Gutiérrez, Casaldáliga o Helder Cámara era poco menos que nombrar a "herejes"
(José M. Vidal).- No se resigna a pasar a un segundo plano. El cardenal Rouco Varela
mandó tanto y durante tanto tiempo en la Iglesia española que se sigue
sintiendo como una especie de "reina madre" del episcopado. Y en calidad
de tal, ha llamado personalmente por teléfono a varios prelados
españoles, para disuadirlos de asistir a la elevación a los altares del
arzobispo salvadoreño, Oscar Arnulfo Romero, por considerar que se trata
de "una beatificación política".
Y las presiones de Rouco han surtido efecto, al menos por ahora. Oficialmente, ni un sólo obispo español estará en la beatificación del Santo de América. La única representación oficial del episcopado la ostentará el secretario general, José María Gil. A no ser que algún prelado se decida a última hora a coger un avión por su cuenta con destino a San Salvador.
En círculos eclesiales se habla de "vergüenza". Cuentan en esos mismos ámbitos que el propio Nuncio de Su Santidad en España, Renzo Fratini, se quedó de piedra al leer esta mañana la nota oficial de la Conferencia episcopal. Y llamó a su presidente, el cardenal Blázquez, para mostrarle su desacuerdo con la decisión.
En los pasillos de la última Plenaria, algunos obispos comentaron su deseo de ir a la beatificación de Romero. Ésos fueron precisamente los que recibieron las llamadas telefónicas del arzobispo emérito de Madrid.
Los demás son conscientes del feo que hace la jerarquía española a la Iglesia salvadoreña y, de rebote, al propio Papa, pero creen que ya es demasiado tarde, para enmendar el error, plantarse ante Rouco y plantearse el viaje de prisa y corriendo, dado que la beatificación es pasado mañana en San Salvador.
Poco tiempo y problemas de agenda han aducido la mayoría de los prelados a los que llamó el Nuncio del Papa, para quejarse. El cardenal Cañizares fue el que se mostró más abierto a la sugerencia de Fratini y hasta podría decidirse asistir al acto.
Pero el ridículo ya está hecho. Porque monseñor Romero es el arzobispo mártir de una Iglesia hermana, vinculada con la española por ser heredera de la fe que allí llevamos, por los misioneros que desde entonces hasta ahora han dejado allí sus vidas. Entre ellos, Rutilio Grande o Ignacio Ellacuría y sus hermanos jesuitas, asesinados por la dictadura militar salvadoreña.
Romero es un mito. Romero es un símbolo. Romero es la antítesis del obispo-príncipe. Romero es un modelo acabado de la Iglesia hospital de campaña, que apuesta por los pobres y da la vida (literalmente) por ellos. Él encarna como nadie esa otra forma de ser Iglesia, enraizada en el Evangelio y en la justicia, que ha estado reprimida y, ahora, de la mano de Francisco, vuelve por sus fueros.
Ante ese icono, el episcopado español se retrata una vez más. Y es que, en la etapa eclesial anterior a Francisco (hace menos de tres años), hablar de Romero, Gutiérrez, Casaldáliga o Helder Cámara era poco menos que nombrar a "herejes" y personajes anti-Iglesia. Ahora, Romero y Cámara van camino de los altares y tanto Casaldáliga como Gutiérrez (y la Teología y la espiritualidad de la Liberación, que representan) han sido rehabilitados por Roma.
Ese giro copernicano es el que no acepta el cardenal Rouco Varela ni el grupito de prelados que todavía lo secunda. Siguen en sus trece, fieles al viejo modelo eclesial y poniendo palos, abierta o camufladamente, en las ruedas del pontificado del Papa Bergoglio. Les parece que se está pasando de rosa al elevar a los altares a los iconos de la 'progresía'.
Otro grupo de obispos (entre ellos, los que decían en Añastro que querían ir a la beatificación) todavía se dejan condicionar por una llamada del cardenal gallego. Unos porque le deben favores. Otros, porque no se atreven a contradecirle.
Y la gran mayoría de los prelados se deja llevar por la vieja inercia del "no significarse". Es decir, mantenerse quietos y callados, sin hacer ruido y, por lo tanto, sin subirse decididamente y con ganas al carro de Francisco.
De ahí que esta espantada del episcopado español sea una anécdota con fuerza de categoría. Un episodio con fuerza significativa, que retrata a la perfección la situación actual de la jerarquía española y lo mucho que tendrá que remar el pontificado de Francisco, para que sus reformas y su forma de vivir y predicar el Evangelio llegue a España y cuaje en la jerarquía de su Iglesia.
Y las presiones de Rouco han surtido efecto, al menos por ahora. Oficialmente, ni un sólo obispo español estará en la beatificación del Santo de América. La única representación oficial del episcopado la ostentará el secretario general, José María Gil. A no ser que algún prelado se decida a última hora a coger un avión por su cuenta con destino a San Salvador.
En círculos eclesiales se habla de "vergüenza". Cuentan en esos mismos ámbitos que el propio Nuncio de Su Santidad en España, Renzo Fratini, se quedó de piedra al leer esta mañana la nota oficial de la Conferencia episcopal. Y llamó a su presidente, el cardenal Blázquez, para mostrarle su desacuerdo con la decisión.
En los pasillos de la última Plenaria, algunos obispos comentaron su deseo de ir a la beatificación de Romero. Ésos fueron precisamente los que recibieron las llamadas telefónicas del arzobispo emérito de Madrid.
Los demás son conscientes del feo que hace la jerarquía española a la Iglesia salvadoreña y, de rebote, al propio Papa, pero creen que ya es demasiado tarde, para enmendar el error, plantarse ante Rouco y plantearse el viaje de prisa y corriendo, dado que la beatificación es pasado mañana en San Salvador.
Poco tiempo y problemas de agenda han aducido la mayoría de los prelados a los que llamó el Nuncio del Papa, para quejarse. El cardenal Cañizares fue el que se mostró más abierto a la sugerencia de Fratini y hasta podría decidirse asistir al acto.
Pero el ridículo ya está hecho. Porque monseñor Romero es el arzobispo mártir de una Iglesia hermana, vinculada con la española por ser heredera de la fe que allí llevamos, por los misioneros que desde entonces hasta ahora han dejado allí sus vidas. Entre ellos, Rutilio Grande o Ignacio Ellacuría y sus hermanos jesuitas, asesinados por la dictadura militar salvadoreña.
Romero es un mito. Romero es un símbolo. Romero es la antítesis del obispo-príncipe. Romero es un modelo acabado de la Iglesia hospital de campaña, que apuesta por los pobres y da la vida (literalmente) por ellos. Él encarna como nadie esa otra forma de ser Iglesia, enraizada en el Evangelio y en la justicia, que ha estado reprimida y, ahora, de la mano de Francisco, vuelve por sus fueros.
Ante ese icono, el episcopado español se retrata una vez más. Y es que, en la etapa eclesial anterior a Francisco (hace menos de tres años), hablar de Romero, Gutiérrez, Casaldáliga o Helder Cámara era poco menos que nombrar a "herejes" y personajes anti-Iglesia. Ahora, Romero y Cámara van camino de los altares y tanto Casaldáliga como Gutiérrez (y la Teología y la espiritualidad de la Liberación, que representan) han sido rehabilitados por Roma.
Ese giro copernicano es el que no acepta el cardenal Rouco Varela ni el grupito de prelados que todavía lo secunda. Siguen en sus trece, fieles al viejo modelo eclesial y poniendo palos, abierta o camufladamente, en las ruedas del pontificado del Papa Bergoglio. Les parece que se está pasando de rosa al elevar a los altares a los iconos de la 'progresía'.
Otro grupo de obispos (entre ellos, los que decían en Añastro que querían ir a la beatificación) todavía se dejan condicionar por una llamada del cardenal gallego. Unos porque le deben favores. Otros, porque no se atreven a contradecirle.
Y la gran mayoría de los prelados se deja llevar por la vieja inercia del "no significarse". Es decir, mantenerse quietos y callados, sin hacer ruido y, por lo tanto, sin subirse decididamente y con ganas al carro de Francisco.
De ahí que esta espantada del episcopado español sea una anécdota con fuerza de categoría. Un episodio con fuerza significativa, que retrata a la perfección la situación actual de la jerarquía española y lo mucho que tendrá que remar el pontificado de Francisco, para que sus reformas y su forma de vivir y predicar el Evangelio llegue a España y cuaje en la jerarquía de su Iglesia.
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