ECLESALIA, 22/06/15.- Leí hace algún tiempo a González Faus una reflexión sobre que los obispos del s. XXI deberán ser hombres de frontera y no hombres de barreras. Esta es la actitud que ha tomado el obispo de Roma, a la sazón papa Francisco, al escribir su primera encíclica centrada en el problema ecológico que le hemos creado a nuestro planeta y sobre el cuidado de lo que él llama “la casa común”.
En una primera lectura, me quedo con su
escritura diáfana y clara, alejada de otro tiempo en el que las
encíclicas eran para iniciados en teología y que además estuvieran
familiarizados con el lenguaje formalista y curial; el texto que nos
ocupa es accesible a cualquier laico -incluido el precio, que no llega a
tres euros- por lo directo y de difícil doble interpretación. En su
llamada de atención, el papa recuerda textos de los papas anteriores
denunciando este problema estructural, a los que desborda por cantidad y
claridad hasta el punto de haber incomodado ya a algunos que se dicen
cristianos. Francisco nos señala que muchos de los esfuerzos por buscar
soluciones a la crisis medioambiental y al agotamiento de los recursos
naturales se frustran no solo por el rechazo egoísta de los poderosos
sino, atención, “por la falta de interés de los demás”; es decir, de los
cardenales, obispos y de todos nosotros.
Francisco analiza una realidad incómoda
para quienes vivimos en el Primer Mundo abusando de una huella ecológica
varias veces superior a la que nos podemos permitir, al tiempo que
señala a los que más pierden, que son los desheredados de la Tierra como
un sinónimo de los predilectos del Maestro; y les hemos apartado de una
vida digna por nuestras prácticas del consumismo extremo y selectivo de
una minoría consumista que entre otras cosas nos permitimos
desperdiciar casi un tercio de los alimentos. Por eso afirma que frente
al cambio climático, hay responsabilidades diversificadas (sic) donde los pueblos más vulnerables deben ser objeto de atención prioritaria.
Recuerda con valentía el sometimiento de
la política ante la tecnología y las finanzas que logran que el interés
económico prevalezca sobre el bien común. Escribe desde la esperanza
-“el amor social”-, la necesidad de diálogo en serio y la educación
porque lo cierto es que el actual sistema mundial es insostenible desde
diversos puntos de vista. Dedica un capítulo entero a “la raíz humana de
la crisis ecológica” donde la ciencia y la tecnología no son neutrales
en nuestra cultura del relativismo. Él lo resume en una idea troncal muy
clarificadora de que no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra
social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental que incluye
también a la ecología de la vida cotidiana.
El papa echa en falta con urgencia la
presencia de otra globalización que tenga una visión de futuro en la
que emerja una verdadera autoridad política mundial sin recetas
uniformes y no, añado yo, el poder omnímodo de la codicia que todo lo
envenena. Reitera lo contrario de lo que hoy es la hoja de ruta
bendecida por no pocos católicos: la política no debe someterse a la
economía y ésta no debe someterse a los dictámenes de la tecnocracia.
Llega a proponer que tenemos que convencernos de que desacelerar un
determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo
de progreso y desarrollo. Exactamente lo contrario al modelo de
globalización materialista que llevan con mano de hierro el Banco
Mundial, el FMI, la troika, los mercados, los actuales dirigentes de la
UE, de Estados Unidos, de España…
Naturalmente que también nos habla de
Dios y de Francisco de Asís (el título de la encíclica es una alabanza
que cantaba el santo) afirmando que la espiritualidad cristiana propone
un modo alternativo de entender la calidad de vida capaz de gozar
profundamente sin obsesionarse por el consumo, convertido en el modelo
omnipresente y obsesivo actual. Nos habla del amor social como fuente
del verdadero desarrollo más humano, más digno, en suma más cristiano.
Acaba la encíclica con dos bellas oraciones acordes con la sensibilidad
ecológica.
En definitiva, estamos ante un análisis
en clave de denuncia profética pero que no ha querido cargar sobre los
posibles culpables o responsables (en alguna medida todos lo somos) sino
en la urgencia de mirar el mundo con una mirada diferente, responsable y
madura, sintiéndonos amados por el amor del Dios de la vida y por el
sufrimiento de la mayoría de los seres humanos como sufridores que son
del grave atentado estructural a nuestra ecología. A quien le piquen las
palabras del papa, lo mejor es que se rasque la conciencia. (Eclesalia
Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos,
indicando su procedencia).
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