Al leer el texto de la Carta de Pablo
a los Efesios (4, 17.20-24) me vino a la cabeza ese anuncio de Lola Flores, no
porque me guste precisamente pues, personalmente, no me parece acertado como no
sea para maravillarnos del poder de la técnica.
Y se me vino a la mente porque si
algo queda grabado en la mente del receptor es la idea: CON ACENTO. Con acento como signo de identidad, con
acento como perfil de determinación y definición frente a la ambigüedad y a la
conciencia anodina o ausente. Con acento, la denominación de origen y el ADN
impreso en la esencia del ser.
No sé si con lo anterior me intuyen
por donde apunto.
San Pablo también nos habla por ahí.
Nos dice que por nuestra condición de cristianos, se nos tiene que reconocer
por el acento: Acento de nueva condición humana por injertados en Cristo,
revestidos de Cristo, con impronta de imagen de Dios, resumiéndolo en justicia
y santidad verdadera, es decir, acento de Dios, de su ser y de su hacer.
Y esto Pablo lo pone en condicional:
este acento será si es que hemos oído a Jesús
asumiendo su propuesta.
Por eso Pablo no se engaña. No dice
que sirva cualquier acento. No admite que sirva el hombre viejo por el simple
peso de la rutina o la costumbre. Rechaza, decididamente la coexistencia del
acento de Jesús con otros acentos seductores con los que la vida se presenta identificada.
Hoy voy a ser breve. No valen
componendas. Pero no lo dIgo para aplastarnos por el miedo. Allá nosotros. Pero
si nos falta el acento de Jesús nos quedamos sin la fiesta del Reino.
Pidamos por una Iglesia con acento.
Acento de pan de vida y de vida hecha pan compartido. No nos aferremos a los
arquetipos religiosos. Hablemos al mundo y vivamos en el mundo con
acento.
Un abrazo
José Luis Molina
1 de agosto del 2021
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