Estoy a mediados de semana.
Me dispongo a adentrarme en los
textos del próximo domingo para estructurar un poco la reflexión que os
comparto cada semana.
Leo el libro 1º de los Reyes 19, 4-8.
Me imagino a Elías. Está huyendo. Su voz
es una voz de fuera de Israel. De al otro lado del Jordán. En Israel el
profetismo está amordazado y prisionero del poder político. Su voz oficial,
como voz profética, está comprada y al servicio del poder político, económico y
social. Por eso la Palabra del Señor, su palabra profética, tenía que venir de
fuera, necesitaba llegar y pronunciarse desde la libertad.
Es lo que hace Elías: Los poderosos
imponen sus criterios y conveniencias por encima del valor y del respeto a la
vida humana (Léase la Viña de Nabot 1 Re.
21), se engaña, se construye la vida sobre la falsía y las “buenas formas”,
ocultando las verdaderas motivaciones con las que los poderosos, desde el rey,
entretejen la vida.
Y Elías no calla. Ha venido de Galaad
y se enfrenta directamente con todo lo
anterior. Y perseguido tiene que huir. Es el pasaje de hoy.
Como os decía al principio me imagino
a Elías. Está cansado, agotado, harto, al límite, y le pudo el sueño. Un sueño
reparador. En la Biblia el sueño es símbolo de comunicación personal y singular
de Dios.
Elías comió, bebió y recuperó fuerzas
para seguir avanzando cuarenta días y cuarenta noches de vida hasta lograr
llegar al Horeb, al encuentro con el Señor.
Y así, imaginando a Elías,
reconstruyendo a Elías, buscador de experiencias como las de Elías, me quedé
como traspuesto. No, no fue sueño. Fue un querer solo en el que la realidad no
deja de ser lo que es pero se perfla
transcendente e imponente.
La imagen de Elías se me fue
difuminando y en su lugar aparecieron unos ojos que me miraban, desde una
cabeza ligeramente ladeada que dejaba escapar levemente una sonrisa.
Había calma .El ambiente rezumaba
vida. Yo, que me encontraba pasando situaciones y momentos difíciles de ubicar,
de encajar en mi archivo personal, me sentía cansado, agotado, desalentado.
Fue una mirada cruzada con la mía.
Fue un encuentro en interioridad. Fue un
encuentro en intensidad.
Comprendí que ahí está el camino, la
vida y la palabra para ser construido,
vivida y anunciada. Siempre sentiremos necesidad de encontrar unas retamas o
una cueva para alcanzar el Horeb. Pero será imprescindible estar enamorado de
ese Dios que sale a nuestro encuentro en la entrada de la cueva. Que bueno si
hemos llegado allí a pesar de los pesares. Entonces desde la experiencia
podremos recitar el salmo:
“Gustad y ved que bueno es
el Señor,
dichoso el que se acerca a
él”.
Que ahí nos encontremos.
Un abrazo
José Luis Molina
8 de agosto 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario