Nos encontramos frente al domingo de
la Santísima Trinidad.
Si quiero ser sincero con ustedes,
tengo que reconocer que es de esos
aspectos de nuestra fe que me resultan un tanto, o un mucho, complicado para
afrontarlo desde la perspectiva que nos ocupa.
No quiero decir, ni mucho menos, que
sea negacionista de la Trinidad, la rechace
o cualquier otra cosa por el estilo.
Por el contrario creo de su
esencialidad en la realidad de nuestra
fe, pero ante cualquier propuesta de reflexión sobre la Trinidad, siempre me
quedo corto, siempre acabo con el convencimiento de que no llego, …
Si intentara fundamentarme en el
tratado teológico de la Trinidad, pienso no iba a arreglar mucho, sino,
probablemente, liarlo más. Me acuerdo de ese dicho que más o menos dice: “Esto
es mayor lío que lo de Dios en Cristo”. Pues, si además le añadimos el Espíritu
Santo. ¡Buff!.
Entonces, ¿qué hacer! …
La clave de salida me la ha dado
hacer memoria, recordar que finalidad y por qué motivos aterrice en estas
reflexiones dominicales.
Yo comencé, con estas reflexiones,
con la intención y el deseo de caminar, aunque en algunos casos sea a la
distancia, con ustedes en nuestro
proceso de fe.
Ponerme a pensar sobre la reflexión que iba a compartirles, ya
me situaba a mi en tensión de reflexión. Luego, al tratar de darle forma para
ofrecérosla, ya os tenía conmigo, ya os sentía próximos, embarcados en un mismo
proyecto. Por último, no sé si llamarlo aspiración, o mejor lo dejamos en
deseo, pues bien, por último, mi deseo de que estas reflexiones compartidas
sirvieran para darnos luz, para cuestionarnos, para encontrar fuerzas y ánimo
frente al desaliento, compromiso y realidad gozosa, compartida, de ir
constituyendo una concreción, una experiencia de seguimiento de Jesús, de
nuestra pertenencia a su Iglesia y de asumir y trabajar por su Reino.
Pues miren por donde, como les decía
evocar esta motivaciones, me dio pauta y luz.
Pues me parece que lo importante es
situarnos hoy, fiesta de la Santísima Trinidad, en algunos de los muchos puntos
de mira desde donde podamos acercarnos a ella. Por ejemplo:
· Dios Padre, creador, autor de la vida, y hace brotar la vida sin
competencias ni rivalidades.
Creer en Dios Padre es mirar la vida
desde sus ojos y su corazón:
una vida para todos, donde no se
excluya a nadie de ella.
El primero, el segundo, el
tercer… mundo es una realidad contra
Dios. Arrebatar la dignidad del ser humano y apropiarnos de él mediante la trata, la esclavitud, la banca
y el dinero, la incultura, etc, nos invalida en la afirmación de creer en él.
Para sustento de esa vida que brota
de él aparece el mundo. Contaminarlo, agostarlo, desertizarlo, parcelándolo
para apropiarse unos, y otros quedan fuera, también rechaza a ese Dios Padre
· Segunda Persona: El Hijo. LA PALABRA. La Palabra Bíblica (EL VERBO). La
identidad de Dios, su deseo, es que esta vida, este proyecto sea concreción y
toda esa Sabiduría de Dios, se hace concreta y tangible en Jesús de Nazaret.
Dios, en su deseo eterno, el Dios Amor eterno se hace humano en el amor para
que el amor humano alcance a tocar al amor
Dios.
No es pues, la Segunda Persona, el
Hijo encarnado, “aterrizado” en Jesús de Nazaret teoría o biografía para una
maravillosa historia. Es la historia de la humanidad según Dios. Meternos en
esa historia, “Historia de Salvación” es renovación vital, no es una doctrina,
nos hace ser actores de ella, constructores, continuadores de la Encarnación,
prolongadores del proyecto.No es compatible
ponerse de lado, quedarse de brazos cruzados para no romper un plato:
Los platos se han hecho para usarlos, y es evidente que alguno se romperá. Pero
no será un plato perdido porque sirvió hasta el final, no como el que quedó
durmiendo en el anaquel. Ese nunca se impregnará de la comida contenida porque
no la contuvo.
Pero continuemos
· Esta realidad divina requiere un perfil concreto: Su Espíritu.
Si conocemos la realidad esencial de
Dios, y la experiencia de Jesucristo, y nos quedamos ahí, la propia experiencia
de nuestra vida nos dice de las veces que los trenes, al salir de la estación,
tomarán o pueden tomar, una vía que no
era si previamente no han determinado la ruta por donde seguir.
Por eso, esa presencia de Dios se
hace completa en nosotros cuando emprendemos la marcha y es el Espíritu de Dios
quien ilumina, acompaña, proporciona energía y da fundamento a la ruta en todos
y cada uno de sus momentos.
Concluyo, después de lo reflexionado
y compartido, que será difícil conceptualizar la Trinidad, pero que creo que
tener experiencia trinitaria está al alcance de nuestras manos.
Que así sea para todos.
José Luis Molina
12 de junio del 2022.
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