domingo, 5 de febrero de 2023

LA CUESTIÓN ESTÁ EN EL PRINCIPIO

 

 

 

Creo que en los procesos educativos que mayoritariamente se hicieron y, tal vez, que nosotros mismos hayamos aplicado, no los comenzamos de la manera adecuada,

Hagamos un pequeño ejercicio de reflexión:

·      Hubo un día que nacimos.

·      También hubo un día que nos nacieron nuestros hijos, nuestros nietos.

·      También, a los que no tenemos ni hijos ni nietos, hubo un día en que nos nacieron personas que han crecido junto a nosotros, a los que hemos visto crecer, a los que hemos acompañado, compartido vida, con los que hemos hecho historia.

Desde el primer momento nuestra preocupación era afanarnos por poder ofrecerles, poner a su alcance, “lo mejor”.

Así brillaban con las lindas ropitas que estrenaban,  -si podía ser de tiendas o marcas de renombre, mejor – aunque solo fuera para una semanas pues ellos crecían más rápidos que el uso.

Los juguetes llegaron a ser un problema pues no tenían capacidad para jugar, aprendiendo a vivir, con todos: Eran demasiados, no nos cabían, no les gustaban, al poco tiempo soñaban con lo último que las fuerzas sociales y económicas ponían en primera página.

Descubrimos que “no debíamos ocultarles nada” (había que acabar con los tabúes) , y por ello no privatizábamos en absoluto (Digo privatizar, no digo ocultar o engañar). Por ello, los hacíamos testigos de nuestros juicios, algunos poco edificantes como, por ejemplo, sobre los profesores que habían emitido bajas calificaciones pero ante lo que nos habíamos molestado en estar en contacto frecuente con ellos para , juntos, asumir el proceso educativo. Tampoco estuvimos dispuestos a admitir que los nuestros podían ser copartícipes de lo que condenábamos y criticábamos de los demás.

Permitimos y contribuimos, sin alternativa, a que se engancharan en máquinas que les proporcionaban “cientos y miles de amigos” pero les incapacitaba para relacionarse . Sin las máquinas no sabían que hacer cuando estaban juntos.

Pero, y sobre todo, fuimos construyendo su Disneyland particular, su palacio fantástico. Nuestros métodos de motivación fueron hacer las cosas por la recompensa, , medir la recompensa para decidir si aceptaba o rechazaba mi actuar.  Aprendimos a comprarlos y ellos aprendieron también a comprar y a venderse. Las metas se convirtieron en ser escaparates, fueron pódiums a alcanzar, desde donde, ubicados en ellos los demás aparecieran como hormiguitas pequeñas a las que enseñar a aplaudir. Y desde ahí, descubrir, mientras se estuviera  allí, los pequeñas que eran y lo distantes que estaban. Y al bajar, a ser posible para subir a otro pódium más elevado, entender como inevitable aplastar a las que estuvieran en el camino.

Luego, cuando al menos los cimientos de lo anterior ya estaban puestos, pretendimos, al menos teóricamente, ponerles los zapatos para caminar una andadura específica. Le presentábamos la alternativa de la opción de fe.

Y los pies no entraban en los zapatos. Vacilaban las rodillas. Nos habían dado alforjas para tener, no alma para ser, para ser sirviendo.

 

Leamos con detenimiento las lecturas de hoy. Especialmente la segunda, la Primera Carta de Pablo a los Corintios 2, 1-5.

¿Suscribimos el texto?

Dichosos los que se apoyan en el poder y la sabiduría de Dios. Así entenderemos lo que es ser sal en la vida insípida y luz para un mundo en tinieblas. Y seremos felices porque nuestra recompensa no tendremos que comprarla. La tendremos en el ser que estamos consiguiendo ser.

Un abrazo

José Luis Molina

5 de febrero del 2023

 

 

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