Creo que en los procesos educativos
que mayoritariamente se hicieron y, tal vez, que nosotros mismos hayamos
aplicado, no los comenzamos de la manera adecuada,
Hagamos un pequeño ejercicio de
reflexión:
·
Hubo un día que nacimos.
·
También hubo un día que nos nacieron
nuestros hijos, nuestros nietos.
·
También, a los que no tenemos ni
hijos ni nietos, hubo un día en que nos nacieron personas que han crecido junto
a nosotros, a los que hemos visto crecer, a los que hemos acompañado,
compartido vida, con los que hemos hecho historia.
Desde el primer momento nuestra
preocupación era afanarnos por poder ofrecerles, poner a su alcance, “lo mejor”.
Así brillaban con las lindas ropitas
que estrenaban, -si podía ser de tiendas
o marcas de renombre, mejor – aunque solo fuera para una semanas pues ellos
crecían más rápidos que el uso.
Los juguetes llegaron a ser un
problema pues no tenían capacidad para jugar, aprendiendo a vivir, con todos:
Eran demasiados, no nos cabían, no les gustaban, al poco tiempo soñaban con lo
último que las fuerzas sociales y económicas ponían en primera página.
Descubrimos que “no debíamos
ocultarles nada” (había que acabar con los tabúes) , y por ello no
privatizábamos en absoluto (Digo privatizar, no digo ocultar o engañar). Por
ello, los hacíamos testigos de nuestros juicios, algunos poco edificantes como,
por ejemplo, sobre los profesores que habían emitido bajas calificaciones pero
ante lo que nos habíamos molestado en estar en contacto frecuente con ellos para
, juntos, asumir el proceso educativo. Tampoco estuvimos dispuestos a admitir
que los nuestros podían ser copartícipes de lo que condenábamos y criticábamos
de los demás.
Permitimos y contribuimos, sin
alternativa, a que se engancharan en máquinas que les proporcionaban “cientos y
miles de amigos” pero les incapacitaba para relacionarse . Sin las máquinas no
sabían que hacer cuando estaban juntos.
Pero, y sobre todo, fuimos
construyendo su Disneyland particular, su palacio fantástico. Nuestros métodos de
motivación fueron hacer las cosas por la recompensa, , medir la recompensa para
decidir si aceptaba o rechazaba mi actuar. Aprendimos a comprarlos y ellos aprendieron
también a comprar y a venderse. Las metas se convirtieron en ser escaparates,
fueron pódiums a alcanzar, desde donde, ubicados en ellos los demás aparecieran
como hormiguitas pequeñas a las que enseñar a aplaudir. Y desde ahí, descubrir,
mientras se estuviera allí, los pequeñas
que eran y lo distantes que estaban. Y al bajar, a ser posible para subir a
otro pódium más elevado, entender como inevitable aplastar a las que estuvieran
en el camino.
Luego, cuando al menos los cimientos
de lo anterior ya estaban puestos, pretendimos, al menos teóricamente, ponerles
los zapatos para caminar una andadura específica. Le presentábamos la
alternativa de la opción de fe.
Y los pies no entraban en los
zapatos. Vacilaban las rodillas. Nos habían dado alforjas para tener, no alma
para ser, para ser sirviendo.
Leamos con detenimiento las lecturas
de hoy. Especialmente la segunda, la Primera Carta de Pablo a los Corintios 2,
1-5.
¿Suscribimos el texto?
Dichosos los que se apoyan en el
poder y la sabiduría de Dios. Así entenderemos lo que es ser sal en la vida
insípida y luz para un mundo en tinieblas. Y seremos felices porque nuestra
recompensa no tendremos que comprarla. La tendremos en el ser que estamos
consiguiendo ser.
Un abrazo
José Luis Molina
5 de febrero del 2023
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