Hoy en las tres lecturas nos llegan
palabras, unas explícitas y otras implícitas, desde
orígenes distintos, direcciones distintas, intenciones distintas.
Vamos a empezar delimitando estos
orígenes diversos.
Por una parte nos llega palabra desde
Dios a través de los profetas, de los signos de los tiempos, y sobre todo desde
Jesucristo que es, para nosotros, su palabra encarnada.
También nos llega palabra desde el
mundo, un mundo con autonomía
identitaria y es desde esa identidad desde donde se forjan las metas que generan su palabra.
Por último, en tercer lugar, también
desde nosotros, lanzamos al viento nuestra palabra nacida de la propia
identificación y, muchas veces, en mezcla, amalgama , concubinato con el
consumo que es el paraíso donde nos movemos , lamentablemente, con demasiada
frecuencia vulnerado, vendido, negociado, cambiado por una fruta
cualquiera o por un plato de
lentejas. ,
Por todo ello me parece fundamento
suficiente que orientemos hoy nuestra reflexión hacia la Palabra .
Para que nuestras reflexiones
semanales tengan un hilo conductor quiero establecer con el evangelio del
domingo pasado una conexión importante.
La última frase del evangelio decía:
“Entre vosotros que el sí sea sí y el no
sea no Lo que pase de ahí viene del maligno”.
Por consiguiente, Dios nos hace una propuesta de ser INDIVIDUOS
DE PALABRA. Digamos sí cuando sea sí y no cuando sea no.
Qué lejos estamos de esto cuando
nuestro hablar se construye con palabras y expresiones tales como: “Bueno,
sí, pero…”, “Esto está bien, pero… tú ya sabes”, o nuestros silencios
que más tarde se convierten en palabras marrulladas, a escondidas , por la
espalda o por los pasillos, a media voz, etc.
Esto anterior, ¿qué es?: Sí, sí o no, no, o “Bueno ya veremos…” , “qué más quisiera yo si pudiera…” …
Hay que fiarse del fiable, pero
¿quién es el fiable? ¿el que está en el sí, sí, o en el no, no , o el que se mueve en el “sí, pero…”. ?
Pues bien, si seguimos avanzando, para
estas personas que somos nosotros, nos llegan
del primer grupo: Dios, profetas, Jesús, palabras tales como:
· “Sed santos porque yo, vuestro Dios, soy santo” (Levítico 19,2)
· “Sois templo de Dios y el Espíritu Santo habita en vosotros. … el templo de dios es santo y ese templo
sois vosotros “ (1ª Cor 3, 16).
· “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48)
Frente a esto las voces del mundo se
modulan seductoras y envolventes: No hay otra vida que la que tenemos y solo merece la pena si aprendemos a esquivar
los golpes, le caigan a quien le caigan, y a aprovechar el momento pasando por
donde sea necesario. Para afrontar estas lides, escuchad estas palabras y estos
principios, que si bien no siempre estará bien visto decir, y habrá que
disimular, estarán en el impulso de funcionamiento:
· El fin, sobre todo si eres tú, (si soy yo) justifica los medios”
· No pasa nada. Sea lo que sea, ande yo caliente…
· Hay remedios y paliativos a montones: sedantes, ansiolíticos,
psicotrópicos, barbitúricos, alucinógenos, antihistamínicos, alcohol,
materiales evasivos (redes, movimientos de masas, modas,…) y , perdón si parece
fuerte, hasta el suicidio.
Denunciar lo anterior se le combate
con etiquetas infernales: negativismo, pesimismo, amargado,…
Por último, nos queda fijarnos en el
tercer grupo que dirige palabras: Nosotros mismos.
Como decía antes, también
nosotros lanzamos nuestra palabra. Somos
seres de palabras: palabras que se
piensan, palabras que se pronuncian, palabras que se ocultan, palabra que se
comparte, palabra que engendra, palabra que destruye, palabra que es arte, poesía
y hecatombe.
En definitiva, por aquí va la
cuestión: Somos palabra, plasmación de nuestro pensamiento convertido en
existencia, en historia.
Pero ocurre que nuestra morada está
con puertas a dos calles: los dos
puntos de origen ya tocados .
Y nos debatimos entre ellos con resultados diversos.
Ante la palabra del primero
enumerado, nosotros, con falsa humildad y algo de hipocresía, y de bañarnos y
guardar la ropa, decimos: “No somos santos, somos humanos, imperfectos,
limitados. Con ello pretendemos salir medio airosos ante la primera palabra sin
tener que confesarle nuestra claudicación ante la segunda.
Y es que hemos perdido terreno en lo
ya referido a nosotros como palabra. En nuestras claudicaciones y posteriores
componendas hemos devaluado la palabra y, al hacerlo, nos devaluamos a nosotros
mismos. A estas alturas, la palabra ya no tiene valor. No nos identifica
ni nos identificamos en ella Y, sin embargo, tamaña contradicción, no lo
es en una fenomenología religiosa, sino en una palabra, la palabra hecha
humanidad que se manifiesta como lo único santo, lo santo, y nos llama a ser,
con él, santo , participando de su
palabra que nos va modificando.
Os invito a la oración profunda hecha
palabra profunda en mi, que recojo el eco de esa Palabra ( con mayúscula ).
Oración en que sopese en que medida me voy haciendo palabra (las lecturas de
hoy dan abundantes pistas). Y, después, antes de decir amén, hacerme palabra que sea sí sí, en el irme empapando,
embriagando, de lo santo que, recuerdo,
no debo separar de la vida.
Después, ya, decir amén . Suerte.
Que así sea.
José Luis Molina
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