Os propongo una lectura vulgar del
texto de Mateo 9, 36- 10, 8. Espero que pueda servirnos.
Jesús llevaba ya algún tiempo de su
vida pública. En el Jordán asumió la misión que recibió del Padre y comenzó la
tarea.
Así fue entrando en contacto con
gente que fueron constituyendo el grupo de los seguidores entre los que estaban
los discípulos y los apóstoles.
Sí, sí, creo que es necesario
distinguir entre estos tres conceptos que a veces utilizamos como sinónimos.
Lógicamente empezamos por seguidores.
Un seguidor es, simplemente, un entusiasta de algo o alguien y que puede
quedarse simplemente ahí, en la admiración, o puede avanzar. En el primer caso
venera, se exalta, pero él permanece
igual. Este entusiasmo, fuera de los momentos de exaltación, no
repercute en sus opciones vitales pero si pueden dar forma a ciertas
aspiraciones cuando se convierte en fanatismo, lo cual es muy peligroso. Su
vida queda igual pero disfrazada por la devoción , casi siempre, hecha a medida.
En como el fanático del futbol que ni juega, ni es deportista
Pasamos al siguiente: discípulos.
Discípulo es una palabra latina que
significa alumno, pupilo. Discípulo es el
que aprende. Pero este concepto va mucho más allá que el de seguidor. El
discípulo aprende involucrándose en ello, en lo que aprende, haciéndolo suyo.
Por ejemplo, los discípulos de Platón
formaron la escuela platónica. Estos filósofos ejercían sus propios
razonamientos filosóficos pero enraizados en los de Platón.
El discípulo estaba allí, seguía a
Jesús, aprendía de él los valores del Reino, el sentido de la vida, la
construcción y concreción de la Nueva Humanidad, de la Buena Noticia. Por lo
tanto aprendían pero no para organizar mítines, procesiones o convenciones,
sino transformando sus vidas aceptando y asumiendo la propuesta de Jesús.
Y un paso más nos llevará a los apóstoles.
Estos son a los que, de entre los
discípulos, se les encarga, se
les encomienda, se les envía (porque en griego apostello significa enviar) para llevar a otros la misma propuesta
de Jesús.
Pero volvamos a la neolectura del
texto evangélico que habíamos comenzado.
Jesús, ya con sus discípulos, se
movía entre la gente, observaba la vida y a la gente en ella, reflexionaba de
qué manera, o hasta dónde, la realidad
daba sentido a la vida de la gente o no.
Y concluyó que no. Observó que
estaban extenuados y abandonados como ovejas sin pastor.
Y
no se quedó
indiferente. No se
puso de perfil,
sino que se
com-padeció, es decir asumió como propia su pasión, el paso de ellos por
la historia siguiendo la intención del Padre.
Y por eso se dirigió a sus discípulos
· Para que ellos cayeran en la cuenta, fueran realistas y miraran de frente
la realidad.
· Para que no se engañaran. Les indicó que la tarea es ardua, difícil,
ingrata, riesgosa.
· Que esa humanidad es “mies” de Dios y es con él, siguiendo su intención,
como hay que ir a ella.
Y entonces, de entre sus discípulos,
saca a 12 y los hace apóstoles (el texto aquí cambia la palabra de discípulo
por la de apostol) y les encomienda la tarea, la misión.
Reciben su mandato, su envío, su
“autoridad”.
Y les da instrucciones para la tarea,
para la misión: curad enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos, echad
demonios, haced hombres libres, honestos y dignos, haced que el Reino de Dios
esté cerca pero no por palabrerías y sermones, sino porque su “hacer” lo
construya.
Por tanto tengamos clara una cosa:
Hay que contar con nuestros fallos, nuestras incoherencias, pero no se puede
asumir el envío de trabajar por la mies si nos mantenemos enraizados en un
vivir desde la apariencia, la falsedad,
la falta de limpieza y transparencia, la mentira y el disimulo, convertidos en
virtud al servicio de intenciones solapadas, etc.
Todo lo anterior debemos hacer por
combatirlo y desterrarlo de entre el discipulado.
Se lo debemos a los demás
gratuitamente, sin regatear ni
escamotear esfuerzos, porque gratis lo hemos recibido.
Un abrazo
José Luis Molina
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