Hoy, en la primer lectura y el Evangelio tenemos
un ejemplo clarísimo de la necesidad de saber situarnos ante la biblia cuando
nos disponemos a leerla o escucharla como Palabra de Dios, como un espacio de
fe a través del cual Dios se comunica con nosotros, cuando esos textos llega
hasta nosotros y nos ofrecen la posibilidad de vivir su presencia en el mundo.
Por el contrario podemos hacerle decir
cosas que son diametralmente opuestas a lo que él nos dice, a lo que él
es. Y de eso, por desgracia, hay
demasiados ejemplos.
Voy a ir intentando expresar mi
pensamiento y mi reflexión respaldado desde los propios textos bíblicos.
El texto del Levítico, primera
lectura, es duro. Incluso podría parecer cruel y despiadado. Pero hay que tener
en cuenta algo
El texto se refiere a Israel andando
por el desierto. Está referido a una población que camina apiñada, en estrecho
contacto de unos con otros y por ello, muy fácil el contagio. La medida es
sacarlo del campamento, ponerlos en situación de cuarentena, para evitar la
propagación de enfermedades, cosa fácil , pues tampoco podrían ser demasiado
eficaces las condiciones higiénicas.
Estas enfermedades, consideradas como
castigo divino, hace que, a quienes las padecen, se les considere
impuros. Pero no se renuncia a ellos. Irán alrededor del campamento, caminando
con él, pero desde fuera y el pueblo debe dejarles a distancia donde
alimentarse. Al mismo tiempo sobre ellos se hace recaer el deber de evitar el
contagio. (Sería interesante lo tuvieran en cuenta en época de pandemia, el
deber ético de ser responsable de evitar contagiar con posturas sensatas y
respetuosas, algo más serio que el negacionismo). Por eso deben ir gritando su
situación de apestado, impuro, para
evitar encuentro fortuitos y riesgos de nuevos contagios.
Así
estaba la cosa y, por eso, nacieron estos enunciados en el Levítico,
Antiguo Testamento.
Pero aquel pueblo, que colocó a Dios
en sus labios, pero no en su corazón, se olvidó de la misericordia para poder
comprender a Dios.
Los sacerdotes se consideraron los
puros, los intocables e intachables y, ya en Israel (la tierra prometida),
interpretando la Palabra literalmente y olvidándose, repito, de la misericordia
de Dios, se subieron a un púlpito, se apropiaron de la cátedra de Moisés, y los
excluyeron del pueblo condenándolos a no vivir en ningún pueblo o aldea,
viviendo en cuevas o a un caminar errante. La declaración de impureza era lo
mismo que exclusión. No pertenecían al pueblo de Dios.
Haciendo una pequeña intercalación,
esto no está muy lejos, es la misma familia que la del racismo, machismo,
xenofobia, etc. ¿No creen?
Y ahí, en esa situación, aparece
Jesús. ¿Qué es lo que hace?
Los cura.
En definitiva, los libera, es
devuelve su condición de seres humanos, sus derechos, su dignidad, su
pertenencia al pueblo de Dios, destruye el ostracismo, la exclusión, aquello
por lo que a unos se les consideraba inferiores. Todo esto con más
autoridad que los poderes que excluyen,
condenan.
Estos poderes rompen líneas
rojas. Jesús, Dos actuando en Jesús, no
excluye, integra, llama a su Reino.
Por encima de los preceptos humanos,
e incluso de los religiosos, cuando perjudican al hombre, está el ser humano.
Por eso se acerca, lo toca, (cosa
prohibida) porque está conmovido, tiene compasión, ha hecho suyo el “paso” de
marginación a que está sometido hacia la libertad a la que está llamado.
Esto tiene su dificultad porque va en
contra de lo establecido: Revolución del Reino que se hace transformando la
vida, destruyendo el clasismo y la jerarquización social en favor de la
dignidad de la vida. Admiramos a Jesús viéndole curar leprosos, devolviéndole
la dignidad. Pero más importante es comprobar que , ampliando el significado de
la lepra, también es un reto para nosotros en nuestro participar de Jesús.
Ánimo
Un abrazo
José Luis Molina
11 de febrero del 2024.
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