En la lectura del evangelio de
este I domingo de Adviento, con el que
empieza el nuevo año litúrgico, hay una palabra mágica: ¡VELAD!
Y reflexionando sobre ello me surgió
este poema que os ofrezco y con el que inicio la reflexión.
Después del poema os sugiero como
símbolo mío, personal, de esta primera semana, un FARO, un faro a la orilla del
mar
No soy de playa y sombrilla,
pero sí de arena y mar,
de rojo atardecer en
las pupilas,
de brisa para los
labios salar,
de paseos serenos que
me dejan
gozar del mar,
inmensidad que canta,
siempre cantando en
azul cantar
a la luz del sol o las
estrellas.
¡Pasear por la playa
dejar huellas
que el agua va
borrando!.
Las huellas ya
borradas, ¿ se perdieron?
¡NO!. En un momento de
eternidad
la captó una mirada
de ansiosa pupila y
ansioso corazón,
y fue llamando a
muchos,
a muchos pies bordeando
la mar.
Y junto al mar, un
faro,
¡grito de luz
que siempre
sorprendiendo
campea por la noche!:
Nos la acerca,
asequible,
para poder gozarla
entre las rocas del
acantilado.
Su luz hace brillar tus
ojos,
hace brillar las gotas
que las olas,
al chocar, anclaron en
tu pelo
mientras, al escuchar
un arrastrar de conchas
en la arena,
aprende uno a rezar,
desde el día acabado
y el que habrá de
llegar,
en medio de la noche.
El faro, velando,
nos invita a velar
para que no se pierdan
ninguna de las huellas.
Velar y esperar.
Mañana, con el alba,
te sentirás ligero, en
avanzada,
y huellarán tus pisadas
la arena
sutilmente selladas,
profundamente hendidas,
de búsqueda de abrazos,
de sed de amores
insondables,
insaciables, eternos,
que no embarrancarán
porque los guiará el
faro
para surcar la vida.
Serena va la noche,
ahí está, con su
incansable fuego,
el faro que encandila,
siempre al borde del
mar.
José Luis Molina (28
noviembre 2020)
Todo esto va porque el velad del evangelio no lo entiendo desde el temor
o la amenaza. Para mi es advertencia para que no nos durmamos, para que no
caigamos en la mediocridad, para evitar que, dormidos, nos roben la ocasión del
brillo del sol en los ojos o las gotas de agua en el pelo, del abrazo o de las huellas que el mar empapa y las hace
trascendentes. Y el faro es la luz de esa vigilia para ver aunque sea de
noche.
Por eso, asumir el faro como símbolo lleva descubrir la llegada y la
presencia del Señor pero no solo escatológicamente, sino en el hoy real y
concreto.
Velemos para dar a luz y hacerlo con sentido. Dar a luz a la indignación
frente a la madre que perdió a su hijo en el Mediterráneo, ante los emigrantes
que son considerados como lacras, apestados e infravalorados frente al confort,
la comodidad, el consumismo, la corrupción,… Pero una indignación comprometida
social y políticamente para optar por transformar la realidad.
Velemos para que no nos “despistemos” y nos pongamos de perfil elaborando
mecanismos de justificación ante la evasión.
Velemos para que no se nos pase de largo la llegada del Señor en medio de
una sociedad y un mundo que prima el “TENER” sobre el “SER”, el aparentar sobre
el vivir, el poder sobre el servicio, el
disimulo sobre la frontalidad.
Que el faro nos alumbre para no estrellarnos en los arrecifes que pululan
en este tiempo de pandemia.
En fin, que en nuestro vivir en este surcar el mar de la vida o caminar por
la playa no se nos apague el faro que, como seguidores de Jesús, tenemos. Nos llega en su luz y no la vemos si cerramos
los ojos o nos envolvemos con mantos y turbantes.
Recordemos: Hace tan solo unas semanas escuchábamos: ¡Qué viene el
esposo, encended las lámparas!
José Luis Molina
29 de noviembre 2020
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