sábado, 28 de noviembre de 2020

EL FARO

 

 


En la lectura del evangelio de este  I domingo de Adviento, con el que empieza el nuevo año litúrgico, hay una palabra mágica: ¡VELAD!

Y reflexionando sobre ello me surgió este poema que os ofrezco y con el que inicio la reflexión.

Después del poema os sugiero como símbolo mío, personal, de esta primera semana, un FARO, un faro a la orilla del mar

 







No soy de playa y  sombrilla,

pero sí de arena y mar,

de rojo atardecer en las pupilas,

de brisa para los labios salar,

de paseos serenos que me dejan

gozar del mar, inmensidad que canta,

siempre cantando en azul cantar

a la luz del sol o las estrellas.

¡Pasear por la playa

dejar huellas

que el agua va borrando!.

Las huellas ya borradas, ¿ se perdieron?

¡NO!. En un momento de eternidad

la captó una mirada

de ansiosa pupila y ansioso corazón,

y fue llamando a muchos,

a muchos pies bordeando la mar.

Y junto al mar, un faro,

¡grito de luz

que siempre sorprendiendo

campea por la noche!:

Nos la acerca, asequible,

para poder gozarla

entre las rocas del acantilado.

Su luz hace brillar tus ojos,

hace brillar las gotas que las olas,

al chocar, anclaron en tu pelo

mientras, al escuchar

un arrastrar de conchas en la arena,

aprende uno a rezar,

desde el día acabado

y el que habrá de llegar,

en medio de la noche.

 

El faro, velando,

nos invita a velar

para que no se pierdan ninguna de las huellas.

Velar y esperar.

Mañana, con el alba,

te sentirás ligero, en avanzada,

y huellarán tus pisadas la arena

sutilmente selladas,

profundamente hendidas,

de  búsqueda de abrazos,

de sed de amores insondables,

insaciables, eternos,

que no embarrancarán

porque los guiará el faro

para surcar la vida.

Serena va la noche,

ahí está, con su incansable fuego,

el faro que encandila,

siempre al borde del mar.

José Luis Molina (28 noviembre 2020)

 

Todo esto va porque el velad del evangelio no lo entiendo desde el temor o la amenaza. Para mi es advertencia para que no nos durmamos, para que no caigamos en la mediocridad, para evitar que, dormidos, nos roben la ocasión del brillo del sol en los ojos o las gotas de agua en el pelo, del abrazo  o de las huellas que el mar empapa y las hace trascendentes. Y el faro es la luz de esa vigilia para ver aunque sea de noche.

Por eso, asumir el faro como símbolo lleva descubrir la llegada y la presencia del Señor pero no solo escatológicamente, sino en el hoy real y concreto.

Velemos para dar a luz y hacerlo con sentido. Dar a luz a la indignación frente a la madre que perdió a su hijo en el Mediterráneo, ante los emigrantes que son considerados como lacras, apestados e infravalorados frente al confort, la comodidad, el consumismo, la corrupción,… Pero una indignación comprometida social y políticamente para optar por transformar la realidad.

Velemos para que no nos “despistemos” y nos pongamos de perfil elaborando mecanismos de justificación ante la evasión.

Velemos para que no se nos pase de largo la llegada del Señor en medio de una sociedad y un mundo que prima el “TENER” sobre el “SER”, el aparentar sobre el vivir,  el poder sobre el servicio, el disimulo sobre la frontalidad.

Que el faro nos alumbre para no estrellarnos en los arrecifes que pululan en este tiempo de pandemia.

En fin, que en nuestro vivir en este surcar el mar de la vida o caminar por la playa no se nos apague el faro que, como seguidores de Jesús, tenemos.  Nos llega en su luz y no la vemos si cerramos los ojos o nos envolvemos con mantos y turbantes.

Recordemos: Hace tan solo unas semanas escuchábamos: ¡Qué viene el esposo, encended las lámparas!

                                  José Luis Molina

                                        29 de noviembre 2020

 

 

 

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