Hoy voy a centrar mi
reflexión en la segunda lectura, Carta a los Hebreos 12, t5-13.
Comienzo tomando conciencia de que
poco a poco, hasta nuestros días, y en estos últimos a una velocidad de
vértigo, hemos ido construyendo una realidad existencial donde todos sabemos de
todo, aunque no sea mucha o sea muy escasa la profundidad de nuestra sabiduría.
Vivimos con una alta tecnología que nos proporciona una inmensa información que
manoseamos pero no digerimos ni asumimos con toda sus dimensiones.
Hablamos de todo, opinamos de todo y,
de pronto, por obra y gracia de esta información no masticada, nos sentimos
psicólogos, médicos, pedagogos, artistas
y … hasta toreros si no fuera por eso de los cuernos. Hablamos de
metástasis, aunque ignoremos lo más elemental sobre las células, opinamos como
tendrían que proceder los bomberos que luchan contra un incendio forestal,
diagnosticamos una depresión como huida del miedo que nos da enfrentar la
realidad a pecho descubierto, hacemos filosofía de las mascotas (que
indudablemente tienen su razón de ser) sin admitir las carencias que
manifiestan. Hemos descubierto la “teología del toro” que sufre pero no hacemos
lectura teológica comprometida del hombre que sufre, padece, se desangra y
muere, sobre el que nuestra mirada pasa rápida, casi acostumbrada y entonando
la letanía de “es inevitable”.
Es la cultura del barniz teñidor de
color madera (icono de un pronunciamiento superficial y desde la apariencia),
pero debajo de esa capa de barniz lo que hay sigue si ser madera.
Es la cultura del slogan: Llenamos
nuestras paredes con grafitis, nuestras camisetas de slogans, nuestra piel de
tatuajes, nuestra boca de frases hechas
repetidas y aprendidas de memoria. Acuñamos expresiones : “como no puede
ser de otra manera”, “dicho lo dicho” (aunque no se le haya prestado atención
mientras se decía), “este acontecimiento me ha cambiado la vida”, “después de
la covid ya nada será igual”, etc.
Bueno, después de todo esto, a mi me parece que no debiera ser
así el perfil de la humanidad personal y colectivamente. Pero hay algo que me
preocupa aún más. A mi juicio, consecuencia de lo anterior, resulta que el ser
humano que surge, que ya está surgiendo, es un ser humano débil.
Sí, es verdad que un niño o un
adolescente es capaz de enfrentarse, e incluso atemorizar, a sus mayores, pero
luego, estructuralmente, son débiles. A su esqueleto les falta calcio y ante
las dificultades, los momentos difíciles, las angustias, los palos de la vida,
el dolor, la muerte, se rompen y se evaden, lamentablemente, muchas veces, sin
solución.
Es un problema que no debemos
ignorar. Posiblemente, cuando nos llega cerca, intentemos disimularlo, pero las
olas del tsunami nos llegarán.
¿Qué hacer?
No quiero aparecer pesimista, aunque
a primera vista pueda dar esa impresión, pero lo primero de lo que tenemos que
tomar conciencia es de que muchas veces llegamos demasiado tarde, cuando tal
vez ya no haya remedio o sea muy difícil. Y entonces brotan los lamentos. No
acabamos de asumir responsablemente que un alma mortífera en manos o mentes
inadecuadas generará muertes en aulas escolares de menores cuyo momento y forma
de morir fueron inadecuados e injustos.
Decía que no me considero pesimista
porque estamos a tiempo con la vida que tenemos por delante. Resituémonos.
Y para ello creo que nos puede servir
partir del texto de Hebreos 12, 5-13.
Se trata de la corrección, la
corrección fraterna de la que también
hablan los evangelios. Y cuando digo corrección no digo reprimendas, violencia,
castigos, etc. Digo diálogo, respeto, claridad en las posiciones adecuadas y
claridad para plantear la situación, firmeza y ejercitarse en ciertas virtudes
como la responsabilidad, la coherencia, asumir las consecuencias,
responsabilizarse de lo hecho, etc. Esto ayuda a fortalecer las rodillas
vacilantes, ser maduros. Pero “educar así” es difícil. No se nace sabiendo.
Tenemos que prepararnos. Es otra dimensión muy interesante desde contemplar
nuestra responsabilidad.
En Hebreos, versículo 8, se dice que
si se nos exime de la corrección sería considerarnos como bastardos, no como
hijos. No es el paternalismo ni las frases aprendidas, por de moda, las que
hacen personas fuertes. Nos fortalecemos desde la corresponsabilidad con el
otro que no nos hace las cosas pero está a nuestro lado como servicio para que
nosotros lo hagamos.
Ojalá me haya explicado.
Dichoso yo si esto que os comparto os
ayuda.
Un abrazo
José Luis Molina
20 de
agosto del 2022
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