Estaba reflexionando sobre el texto
del evangelio.
Pensaba que Jesús no condenó la ley
del levirato, sino que fue más allá pues mientras ésta se centra en poner el
valor absoluto en la descendencia como modo de persistencia, Jesús lo pone en
la vida, en que la vida, lo que realmente es, la existencia, es META.
Pensando en esta idea me surgió lo
que sigue:
Días de transcendencia,
de búsqueda incesante.
Días adormecidos porque
larga la noche me ocupó en vigilia.
Días donde la duda
intenta abrirse paso
para ocupar su trono
convertido, por ella,
en desasosiego y desencanto,
en terror que llega a hacerse pánico.
Simplemente: no temo
que aparezca la duda.
Fue siempre compañera
que royó mis talones.
Pero, firme bastón,
un sombrero que me libró del sol
y ese capote donde bailó la luna
y resbaló la lluvia,
conmigo hacían camino.
Estos fueron: La fe
en un Dios que no desaparece,
el amor, tan fuerte
que es la vida que alienta,
y esta vida, donde la sincronía
reclama la perfección exista,
y ese Dios que la hizo
estaría loco o jugando distraído
si como fin quisiera destruirla.
Yo, el que ahora escribo,
el mismo cuando pienso
o cuando sueño, despierto o dormido,
el que llora cuando se descubre
pisó la calle de la indiferencia
y ríe cuando se encuentra
con el abrazo, el beso, la caricia,
la solidaridad y la arena
cayendo entre los dedos
para ser siempre arena,
ese yo, creo
tuvo principio
y si pasó por estados de existencia,
útero, peregrino o en el futuro inmerso,
ya es eternidad,
y en tinta permanente dibujado quedó,
no mi pelo, tampoco mis arrugas,
pero sí mi yo, mi esencia.
José Luis Molina
6 de noviembre 2022
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