Hoy me acuerdo de María Teresa.
María Teresa fue una mujer que conocí y me enseñó muchas
cosas.
Era, si no analfabeta entonces, hoy si lo sería, porque su leer era
deletrear. Pero sabía leer de otra manera: Mirando a la vida y leyendo en ella
con ojos limpios.
El no ser muy docta no la hacía ignorante. Le podía faltar
instrucción, conocimientos del mundo , tecnología, saber de la vida de los
famosos y dejarse manipular por los influences. Pero era muy difícil engañar a
María Teresa. Sencillamente porque su llenarse de la realidad (sabiduría) lo
ejercía de una forma transparente y gratuita tanto para recibir como para dar.
Para recibir porque desde lo único
que filtraba, y a lo que no le daba cabida, era a lo que traicionara o agrediera a sus principios éticos y a su
coherencia con los demás. Gratuidad para dar porque su yo personal se engrandecía, se revitalizaba, ofreciendo y
dando lo que era con una autenticidad sorprendente. Estoy seguro, nunca esperó
que la ensalzaran o recibir otra recompensa que la gozosa plenitud de la
armonía entre ella misma y su actuar.
Recurro a una anécdota.
Una vez se me acercó y me dijo que
quería darme explicaciones. Para mí era un gozo hablar con ella, me llenaba
felizmente de cuanto me transmitía. Así que me dispuse a escucharla.
Y así, mirándome a los ojos, sin
titubear, me dijo que habría observado
que cuando estaba en la misa, ella se ponía hacia atrás y, cuando llegaba la
homilía, se salía discretamente fuera, a la placita, y volvía a entrar cuando
se reanudaba la liturgia. Y me dijo: “He pensado que lo mismo me molestaba o me
ofendía, pero tenía la esperanza de que yo entendiera. Pero, sin embargo,
porque podía provocar equívoco, quería explicarlo.
Le dije que no estaba ofendido, era
verdad, pero que si quería decirme algo,
lo hiciera. La verdad es que deseaba
saber por dónde caminaba su pensamiento
Continuó pues. Me dijo que yo sabía como a ella, a sus ochenta y
bastantes años, la golpeaba el reuma y sus dolores, y que éstos aumentaban en el invierno, y con la humedad,
de la que el templo no estaba escaso. Por ello, ocurría que no aguantaba el
tiempo de la duración de la misa. Por
eso, cuando se terminaba de leer el evangelio, se salía a que la calentara el
sol y, cuando terminaba la “homilía” volvía a entrar reconfortada por la
resolana. Y terminó diciendo que a ella le parecía importante lo que yo les
hablaba pero que, como tenía que escoger, tenía muy claro que la preferencia se
la tenía que dar a la Palabra de Dios.
Cosas pequeños de María Teresa que,
con otras muchas, yo conservo en mi corazón y con las que me enseñó mucho a mi.
Y una de las más importantes fue que
de ella aprendí a diferenciar lo que significa
ser sencillo y no confundirlo con los comportamientos “estudiados “ según las circunstancias. Por eso, el texto
del evangelio de hoy me hace aflorar a
María Teresa y a entender eso de que los sencillos son los que pueden entender,
abrirse y llenarse de la experiencia de Dios.
No quiere decir que Dios esté en contra
de la sabiduría, la cultura, la capacitación, las aptitudes, etc. Todo lo
contrario.
Lo malo es cuando perdemos los
papeles y todo eso que debería hacernos “próximos” a los demás lo utilizamos
para auparnos, lo utilizamos como adorno personal y se nos nota como un postizo
que nos hemos colocado y que , aparte de
no acercarnos a nadie, todo lo
contrario, termina asfixiando el tesoro
que podríamos ser y que nos comprendiéramos como seres de gratuidad total y
radical.
Para entender todo esto y, es más,
para valorarlo, es condición sine qua non
la sencillez de la persona .
Gracias, Padre, por María Teresa y
otros muchos como ella.
Un Abrazo
José Luis Molina López
9 de julio del 2023.
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