Mucho se ha escrito sobre el Domingo
de Ramos y muchas veces desde una ideología, una mentalidad y una filosofía que
nos han modificado el paisaje.
Esta manera de comenzar se justifica
y se explica con lo que sigue. Y quiero ser breve.
Litúrgicamente, a este domingo, al
evangelio que le corresponde o muchas de las cofradías procesionales que lo
evocan, sabemos denominarlos y encuadrarlos con nombres y títulos grandiosos:
Entrada “Triunfal” de Cristo en
Jerusalén, o términos similares. Y el adjetivo “Triunfal” se utiliza desde un
sentido de éxito, de grandiosidad, magnificencia. Tan es así en las procesiones (no hablo de
las de la borriquita, que tiene más elementos costumbristas y folklóricos),
sino de las litúrgicas, las que se integran en la celebración de la Eucaristía.
En éstas, la entrada de Jesús es más solemne, más triunfal, cuanto más
importantes sean las personalidades religiosas que las presiden y las
autoridades civiles y militares que participan. Y aquí, en España, este
esplendor se va a medir por un elemento externo clarísimo: La palma que estas personas
llevan en sus manos. Si las preside un obispo, (de ahí para abajo), y guardando
sitios de honor a las autoridades, se sabrá de lo triunfal que es lo que se
celebra en esa liturgia por la
grandiosidad de la palma, algunas, cuanto más excelsas las manos que la
sostienen, mejor, son en la artesanía de sus filigranas, auténticas obras de
arte.
Y, sin embargo, la lectura del
evangelio nos sitúa frente al acontecimiento de la pasión de un Dios que se
despojó de todo para asumir su papel en
la historia en favor de los débiles,
oprimidos, perseguidos. Y ese es su triunfo que, precisamente, lo enfrentó con
los que portean palmas como victoriosos trofeos.
En estos momentos me viene, con
añoranza, la ocasión en la que, en la
comunidad de Quito (Ecuador) concluimos,
como síntesis de reflexión, llamar a este domingo litúrgico “Domingo de la
opción de seguir al Justo injustamente perseguido”.
Es otra manera, bien distinta, por
cierto, de ver el triunfo. Ciertamente los evangelios toman elementos
triunfales de su cultura medio-ambiental. Pero los mantos por el suelo y las
ramas de aclamación no son proclamar y vitorear el triunfo de una competición,
o la consecución de posiciones por encima o delante de los demás. Es optar y
aclamarlo desde los caminos de la vida en la que nuestro espíritu, nuestra
identidad, se hace sendero por donde transitará su propuesta y llegará a otros,
al mundo, no olvidando que esta propuesta es una propuesta de cambio, de
transformación de lo que deshumaniza y denigra por lo que da plenitud al ser
humano en el que Dios se hace historia con nosotros.
Por eso, con los ramos en las manos,
durante esta liturgia, pensemos , con claridad a quien aclamamos con nuestras
vidas.
Un abrazo
José Luis Molina
24 de marzo del 2024.
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