Todos los que me conocéis, sabéis (si
no estáis de acuerdo, decídmelo) que una de mis características es estar
siempre en búsqueda. Búsqueda del conocimiento, búsqueda de encuentros con el
otro, búsqueda introspectiva de uno
mismo en un afán de saberme, búsqueda de esforzarme por lograrme, búsqueda del
crecimiento para saber perdonar y, sobre todo, perdonarme.
Y en este afán de búsqueda me he
valido de muchos medios: lectura, análisis, crítica, reflexión, etc.
Uno de ellos, y por cierto no de
menos importancia y transcendencia, ha
sido siempre viajar.
Viajar ha supuesto siempre en mi vida como unas ventanas que se abren al amanecer para que entre la luz, la frescura de la mañana, el aroma del campo, el sonido de la vida y , también, por la noche, el guiño de los luceros. Pues, en uno de mis viajes, llegué hasta un imponente farallón que se levantaba consciente, rompiendo la cómoda y bucólica llanura que se abría ante él.
Lo iba buscando Había oído hablar de
una pequeña capilla rupestre excavada en él. Y efectivamente la encontré.
Pocas aberturas presentaba. Una
angosta puerta y dos pequeñas ventanas.
Aquel espacio religioso no estaba
bajo la advocación de ningún santo. Grabado en la roca, como si fura en el
dintel de la puerta, aunque no lo era
pues su abertura aparecía abierta como un orificio sin fisura, aparecía el nombre de la iglesia. Este nombre era EFFETÁ.
Effetá que quiere decir “ábrete”.
· Ábrete a la vida.
· Ábrete a la vida que viene.
· Ábrete a la vida que engendra más vida.
· Ábrete a todo lo que puedes SER.
· Ábrete a todo lo que puedes DAR.
· Abre los brazos a todo lo que puedes recibir.
· Ábrete a cambiar.
· Ábrete a romper cadenas.
· Ábrete a ser el tú que tú quieres ser, el tú que descubres te llama, el tú
que te está llegando en cada instante.
· Ábrete al encuentro con el otro, con los otros, en lo que lograste.
Esto iba pensando y desgranando como una letanía mientras entraba en el eremitorio. El
principio, descronometrando lentamente muchos latidos de corazón hasta que
comencé a distinguir el interior. Prácticamente vacío. A modo de bancos, unas
piedras donde sentarse. En una de ellas
me senté mientras se realizaba el
proceso de abrir mis ojos a la luminosa oscuridad que fui desentrañando.
En el suelo , enrollado, descubrí un papel. Lo tomé y leí despacio.
PARA TI. ¿Cómo te ves? En los
siguientes enunciados coloca una A o una
C según te veas abierto o cerrado.
· Valorar el prestigio o la categoría
por encima de la persona
· Hacer acepción de personas según categorías.
· Buscar el TENER por encima del SER
· Encuentras a Dios cuando te aíslas o cuando te encuentras con la vida y
en la vida..
· Guardas silencio tú para oir a Dios o hablas tanto que lo que te dices
decides que lo dice Dios.
· Lo busca o ya lo tienes trazado a tu imagen y cerrado te niegas a
descubrirlo permanentemente.
Y así, muchas más.
Me puse a intentar contestar mi papel..
Comprendí que en
aquella ermita no era donde tenía que hacerlo. Allí lo descubrí entre la luz
que se iba abriendo camino.
Con él en la mano para
seguir continuándolo, al salir, volví a leer el effetá. Mientras me iba
adentrando en el valle, comencé a oir cantar a unos ángeles que se llaman Quilapayun , una canción que pertenece a la
buena noticia de Nicolás Guillén y que
más o me decía:
Traiganme todas las
manos,
los negro sus manos
negras,
los blancos sus blancas
manos
…
desde la playa hasta el
monte
…. allá sobre el
horizonte
Al corazón del amigo:
effetá.
Al veneno y al puñal:
cierra la muralla…
Un abrazo
>José Luis Molina
8 de septiembre del
2024
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