Pedro Calderón de la Barca fue un
escritor español del Siglo de Oro. De entre su producción dramática, son muy
conocidos los Autos sacramentales.
Los Autos Sacramentales, por ejemplo
el Gran teatro del Mundo, eran una especie de maravillosas parábolas, en forma
de obras teatrales, donde se representaban a través de unas narraciones
altamente simbólicas, diversos temas de fe. Son magníficas alegorías para
llegar a la realidad existencial de la fe.
Pues bien, hoy he empezado con los comentarios
anteriores sobre los Autos Sacramentales porque, a mi, el relato de Jesús
entrando en Jerusalén me parece un magnífico Auto Sacramental de donde se
puede, y se debe, llegar al meollo de la
fe.
Intentemos verlo de esta manera.
Lo primero que vemos es un paisaje
impresionante: Jerusalén, la gran Jerusalén, la magnífica Jerusalén con su
magnífico templo y que los judíos consideraban el centro del mundo. Jesús
aparece en escena caminando con sus discípulos desde Betania.
Betania , el lugar íntimo de la
amistad de Jesús con los hermanos Marta, María y Lázaro, el lugar mismo de la
liberación y ruptura de ataduras para vencer las esclavitudes de muerte. Pero,
a pesar de toda esta historia, los discípulos van ingenuamente felices y
confiados: Se dirigen a la gran Jerusalén. Ingenuamente piensan en Dios
implantando su Reino en la gran ciudad.
Atraviesan el Monte de los Olivos.
Las ramas de olivos símbolo de paz y de
restauración en la paloma del Arca de Noé.
Y en esta escena Jesús hace que la
atención de sus discípulos cambie: La
aldea de enfrente.
Frente a la gran capital, la pequeña
aldea; frente al poder religioso y político, la sencillez de la vida donde
implantar su Reino porque allí se es pueblo, no clase dominadora dominando al
pueblo, y de él llegará no el brioso corcel sino el humilde jumento para
caminar hacia la plenitud de la Historia de la Salvación. Producirá extrañeza
todo este trasiego y la explicación es sencilla: No es extraña, es así porque
el Señor es así. Los caballos y las trompetas, en Jerusalén.
Traen el asno que nadie ha montado
todavía. Esto no significa tener coche de primera mano, no usado.. En las
cabalgaduras, montar más que usar se refiere a domesticar. Por ello lo que le
traen, el vehículo sobre el que irá a Jerusalén será el de la libertad no
sometida, a pesar de su pequeñez, frente al poder que destruye y esclaviza
sometiendo a la vida humana.
Y aparece la gran sinfonía: Hosannas
de aclamación y vítores al son de las ramas y colocan a sus pies sus mantos (el
manto en el mundo bíblico simboliza al espíritu de las personas que se abren
para aceptar, recibir, al que viene triunfante).
Este podría ser el auto sacramental.
Pero o podemos quedarnos en el espectáculo. Tenemos que llegar a donde nos
lleva todo lo construido. Y es que nos faltan unos elementos que, por sus
propias características deben pasar desapercibidos. Son los infiltrados También
levantaron ramas, pero es posible que intencionada y simultáneamente, le dañen la
vista a algunos; también dirían hosannas pero en un tono asfixiante y
sembrarían el pánico. Son los vendidos al poder en la oscuridad. Son los que
siempre estarán diciendo que es mejor el caballo que el asno, que para el rey,
el caballo, que no se puede comparar una magnífica alfombra roja, toda
uniforme, de una pieza, con los harapos y mantos sucios y deshilachados de
aquella turba que se queja. Y, lógicamente, una vez colocada la alfombra, hay
que combinarla con indumentarias que no
desdigan y esas indumentarias no las
saben llevar cualquiera, hay que tener clase y así, todo el relato, nos hará
enfrentarnos con una importante cuestión. El poder de la manipulación que acaba
con la vida que salía hacia el pueblo que aclamaba esa buena noticia que les salvaba
para, a los pocos días , convertirse en la algarabía de gritos de condena del
justo inocente.
Y esto sigue siendo de impresionante
actualidad aún hoy y en muchos aspectos.
Espero haber sabido hacerme entender
José
Luis Molina
28 de marzo 2021
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