lunes, 4 de octubre de 2021

YO, MI, ME, CONMIGO

 YO, MI, ME, CONMIGO



Después de entender que el pecado original es otra cosa y que, desde luego, no es algo que nos hace llegar torcidos, pienso en nosotros, los seres humanos,  y lo hago también de otra manera, sobre todo en ciertos aspectos.

Me gusta, y con frecuencia recurro a ella cuando me autoanalizo o  tengo que enfrentarme con realidades desbocadas externas a mí,  con una afirmación de Ortega y Gasset. Decía: “Yo soy yo y mis circunstancias”.

Efectivamente en ese soy yo aparecen nuestras potencias y virtualidades, pero de ninguna manera podemos ignorar nuestro componentes biológicos, químico, histórico y  hasta geográfico-espacial que nos perfilará de una manera o de otra.

Lo mismo te extrañas con esta retahíla con la que he empezado, pero, es que en las lecturas de hoy aparece con una exuberancia que llena el escenario, el tema de la envidia.

¡La envidia!

¿Por qué la envidia?

¿Consecuencia del pecado original?

Caín y Abel: La envidia. ¿Solo hay el bueno y el malo?

¿Somos culpables de todo comportamiento envidioso o hay que tener en cuenta otros factores?

…   …    …

Por ahí pretendo circular hoy y soy consciente de que lo hago con un cierto desorden y probablemente no con suficiente rigor científico pues no soy especialista. Solo tengo el vicio de pensar.

Lo que si opino es que creo que a todos, alguna vez al menos, nos ha mordido la envidia. Y si es algo tan generalizado, y a veces difícil de controlar, erradicar, etc,  no debemos infravalorarlo. Si, además, todos sabemos que, a veces, eso     que llamamos envidia provoca crisis y cataclismos vitales terribles y deleznables, no podemos o no debemos ignorarlo.

Bueno, pues, entonces me meto directamente en mi reflexión sobre la envidia buscando esclarecimiento responsable y comprometido.

Cada uno de nosotros, cuando nacemos, no somos envidiosos en esencia. Al contrario física, biológica, y antropológicamente hablando, nos sentimos con necesidad del otro, lo buscamos y nuestro mundo, pequeño e infinito, se rebosa de felicidad con la voz que nos acaricia, el seno donde nos alimentamos y refugiamos, los ojos donde nos vemos y los latidos de corazón que nos hacen cantar.

Esto, en principio tendría que ser motor que nos impulsara a ser universales, de acogida abierta y de entrega libre y gratuita.

Pero…   pronto aparece los peros. Por lo pronto si habría que tener en cuenta las circunstancias del mundo exterior que rodeaba al útero donde nos encontrábamos pues allí ya , según y cómo, pudiéramos recibir marcas, improntas, que nos acompañarán.

Pero una vez nacidos, a pesar de que he dicho que no nacemos egoístas, sin embargo las primeras palabras que aprendemos (dejemos a mamá y papá los primeros puestos) son posesivas: MIO lo mismo que a cerrar los brazos y las manos aferrando la realidad para nosotros sin dejar espacios para los demás.

Pero eso son una solas observaciones del principio.

Mirando el mapa humano, creo que la pandemia del egoísmo es muy contagiosa. Empezamos porque nosotros queremos a nuestros hijos para nosotros. Decimos, sin pudor, que es bueno tener hijos “para la vejez”  y, para ello, “con las hijas hay más seguridad” por eso, al menos una mujercita. Nos cuesta la misma vida vayan teniendo criterios propios y, en vez de ayudarlos a que sean coherentes con los mismos, intentamos se acoplen con los nuestros. Algunos no son capaces de asumir que sus hijos emprendan su propio vuelo.

Y lo que aún es peor: Intentamos manipularlos a nuestro favor comprándolos. No nos escandalicemos. Esto desde chiquito: “Si me das un beso te doy chuches”, “te concedo un capricho para que te calles y te portes bien”, “mereces un premio(y lo tendrás) por haber aprobado. Resultaría absurdo pensar que sería respuesta  y motivación suficiente la alegría de aprobar, de haber hecho lo que debía y compartir con él nuestra alegría por sus resultados. Qué cosa más normal decir al hijo que abrazamos que lo queremos más que a nadie, … y esto  en presencia de otros hijos, … ¿Sería muy difícil el  “más que”  por “mucho”?.

En fin, sería interminable todo lo que se podría enumerar.

Pero, para ir concretando, diré que entiendo que la envidia es una consecuencia de muchos de los elementos con los que construimos lo que llamamos “educar” o el proceso histórico de cada persona.

Mientras eduquemos en la competencia, en la competitividad, tendremos envidia cuando no ganemos.

Mientras lo importante no sea la persona que hace y se compromete toda ella en su hacer (aunque los logos  sean demasiado exitosos por razones ajenas) sino que lo que importe sean los resultados “brillantes” , aunque , incluso, hayan sido conseguidos con trampas o favores, humillarán y aplastarán a otros y estaremos abonando el terreno para la  envidia y e rencor.

Mientras el vestido con el que nos cubramos sea la comparación, estaremos llamando a gritos al enfrentamiento y, si somos de los “exitosos” correremos fuertemente el riesgo de ser unos peleles de los resultados, del que dirán, etc  y poniéndonos en peligro de perder lo esencial: “ser nosotros mismos para los demás”.

Esto último es la Buena Noticia, la clave del Evangelio, lo que nos convierte en hijos de Dios.

Pedir perdón por la envidia y no modificar este chip competitivo y comparativo, no sirve para nada.

Y educar por esos carriles de la competencia es cierto que colaboraremos en producir  mucho desgraciado y muchas amarguras.

No es posible pasar por la vida sin producir sombra. Inevitablemente será trascendente nuestra posición respecto del sol.

Un abrazo

José Luis Molina

19 de septiembre del 2021

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