domingo, 27 de febrero de 2022

ELOGIO DE LA PALABRA

 



 

 

 

La primera lectura de hoy hace un elogio clarísimo de la PALABRA.

Sin embargo, no sé si a ustedes les pasará lo mismo, mientras la leía,  me quedaba un pero escociéndome en la garganta, pues pienso que es muy fácil tener experiencia de los grandes mentirosos, de los grandes embaucadores, de los solapados y ladinos tentadores del desierto, de los grandes palabreros y charlatanes cuya palabra suena a “música celestial” y que luego se desvanece como una nube por el calor.

Es esa palabra que se mueve en los indefinidos: “ya sabes…, bueno pero…, parece ser…” y dejan reinando la incertidumbre, la duda, el desconcierto y tapando el engaño. Palabra de los políticos prometiendo el oro y el moro mientras buscan conseguir votos y respaldo, palabras que prometen lo que ni quieren , ni en muchos casos pueden conceder. Palabras de amistad que a la hora de la verdad enmudecen, traicionan o dan la espalda, etc.

Ciertamente todo eso está ahí. Pero eso no resta ni una pizca del valioso contenido del texto del Eclesiástico. Porque, lo que es claro, es que hay que tener en cuenta que el libro del Eclesiástico está escrito en una época donde la palabra no era un mero sonido articulado y ya está, era mucho más. La palabra era la propia persona dándose, asomándose al exterior para el encuentro. La palabra era la intención exteriorizada de la persona, concretizada, compartida, hecha comunión.

Recordemos que Juan, en su evangelio, capítulo 1, prólogo, llama Palabra (Verbo) al Hijo y éste es el deseo de Dios saliendo hasta la humanidad, dándose. Concretándose en la vida, compartiéndose con nosotros.

Hasta hace poco era muy frecuente decir como elogio, señal de dignidad y calidad humana “es una persona de palabra”.

Con todas estas acotaciones creo es más fácil recibir sin reparo la primera lectura.(Eclo.27, 4-7)

Por eso, desde esta primera lectura, creo que no es desbarrar considerar que la palabra es más que una articulación fonética. La palabra sería la esencia de la persona saliendo de si misma, por el medio que sea, para encontrarse con el otro.

Entendido así creo que la lectura del Eclesiástico adquiere hondura. Porque de esa salida, de ese encuentro del otro conmigo, de yo con el otro, de sus frutos, del posicionamiento, se descubrirá el corazón y la persona “quedará ratificada”.

Y creo que también es necesario caer en la cuenta de una palabra gruesa que retumba en el evangelio de hoy (Lc 6, 39-45) . Esta palabra es HIPÓCRITA.

Posiblemente si no la que más, es una de las que en el Evangelio aparece con más fuerza, con más energía, con más radicalidad . Hipócrita suena a portazo en el rellano de la escalera.

Porque la hipocresía está reñida con la palabra.

Y, sin embargo, la hipocresía es una devoción muy venerada:

·      La hipocresía que rinde culto a las buenas formas y la apariencia y no pone en valor los frutos de un árbol sano tales como la frontalidad, la honestidad, la coherencia.

·      La hipocresía que guarda silencio conveniente y oportuno ante lo “políticamente intocable” pero riega, en el silencio y nocturnidad, semillas de la traición o la difamación , lo que mancha al otro, movida no por un compromiso con la justicia, ese es el disfraz, sino porque serruchando el piso del otro, elevo la altura de mi escalón que tiene vocación de pódium.

Por eso, lo contrario de la hipocresía, que es la palabra valiente, honesta, sin doblez, coherente, comprometida con la esencia de la vida, asoma por la boca porque el corazón está lleno de ella. De ahí los frutos que serán autentificación de la verdad.

Termino pensando:

Y la Palabra se hizo ser humano y nos llamó a ser palabra comprometida con lo que las palabras significan”

Un abrazo

José Luis Molina

27 de febrero del 2022

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