No podemos confundir la fe con un
poder mágico que ejerce un sortilegio y arregla las enfermedades, los
entuertos, los reveses, los golpes que la vida trae y que, también, tantas
veces te dan los demás.
No, nada de eso. Lo escuchamos en el
profeta Habacuc (1,2-3;2,2-4):
· Él es testigo de violencia en la vida.
· Es testigo de sufrir bajo el dolor, la opresión, mientras todo él clama
liberación.
· Es testigo de crímenes, destrucción, aniquilamiento
· Es como si Habacuc estuviera contemplando las guerras de África, Oriente
medio o Ucrania, como si estuviera contemplando naufragar las pateras y flotar
los cadáveres en el mar, como si experimentara la hambruna, la corrupción de
los poderosos perjudicando a los débiles y desamparados.
· Está hastiado de despilfarros,
desenfrenos, acumulaciones
asesinamente ensangrentadas. Le aterran las víctimas que no dejan de aumentar
en la violencia de género y se le desgarra el corazón ante tanta humanidad
desestructurada. Y la respuesta de Dios es que a él tampoco le agrada y nos
propone no más, confirmemos si creemos en su proyecto.
· Ahí está la fe: aceptar el proyecto de Dios que difiere de lo que la
realidad nos muestra cada día
· Fe para mover montañas y cuya fuerza y poder se resumen en el texto del
evangelio:
“Hemos hecho lo que teníamos que hacer”
· Y en el compromiso de nuestra fe: Hacer lo que sabemos que tenemos que
hacer concretándolo en
+ Optar
por, y potenciar, cauces adecuados.
+
Engendrar y construir una humanidad humanizada.
+ Estar atentos y comprometidos con los signos
de los
tiempos.
Y todo lo que, en esa línea, se nos
ocurra y descubramos es lo que tenemos que hacer.
Ánimo
Un abrazo
José Luis Molina
2 de octubre del 2022
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