En este domingo 26 del Tiempo
Ordinario, os propongo que, antes de seguir yo con mi reflexión y ustedes
recibiéndola, deis a la pausa, toméis
una biblia y busquéis la 1ª lectura de Ezequiel 18, 25-28.
Léanlo despacio. Si es preciso, dos
veces o las que necesiten. Reflexionen sobre ello y traten de elaborar una
síntesis.
Clarificaos. Según esta lectura:
· ¿Qué significa, según ella. La muerte, morir?
· ¿Cómo entender, según ella, que es la vida, vivir?
· Y, por último , piensen en la última frase: “vivir y no morir”
Estos ejercicios que os propongo son
sumamente importantes y necesarios.
Es obvio que no se está refiriendo a
la vida o la muerte física. Pero tampoco está hablando en categorías o
pensamientos espirituales. Creo, me atrevo a indicar que está haciendo
referencia a la persona como un todo. Y, por lo tanto, el concepto de vida o
muerte hay que aplicarlo a la realidad esencial e insustituible de la persona.
Hago hincapié en todo lo que precede
porque sin ello no se puede entender, al
menos una parte, de la Palabra de Dios que está manifestada en la lectura.
Sigamos pues:
Intenten escribir de manera sencilla,
lo que han entendido pues por vida o por muerte.
Una vez hecho todo esto, pensemos:
*¿Estamos de acuerdo?
*¿Estamos de acuerdo con lo que dice?
*¿Nuestro mundo, nuestra historia
personal, colectiva, comunitaria, se construye desde estos presupuestos,
teniéndolos en cuenta a la hora de seleccionar y utilizar los distintos
materiales con los que lo vamos haciendo?
Desde todo esto la vida o la muerte
es situarnos en la historia individual y
colectiva participando de la justicia de Dios o desde otros criterios, otros
valores, otros pilares que no solo no tienen nada que ver sino que, por el
contrario, obstaculizan y corroen lo que
debía sostener el Reino.
Desde este punto concreto de la
reflexión es necesario resaltar, pues el camino no es la desesperación o el desencanto, que el único camino es la
conversión. Pero la conversión como una
implicación plena en la opción por el retorno a lo que abandonamos. Y esto es
más que el simple arrepentimiento, semi falso, si no nos lleva a la conversión.
Y esto nos lleva a la segunda lectura
de Filipenses. Preciosa toda ella. Y muy conocida por el Himno Cristológico que
contiene, pero hoy os invito a que, primero, nos fijemos en la primera parte
del texto.
Es la realidad con la que San Pablo
se identifica para que la comunión con
los Filipenses engendre alegría: la conversión de las realidades de muerte: El
destierro de la ostentación, el abandono
de la rivalidad y la competencia, el respeto y valoración del otro no
sometiéndolo a manipulaciones, que los interese propios no construyan murallas
de aislamiento ni torpedeadores de la
realidad del otro o de la colectiva.
Y esta proposición que Pablo hace
para alegrarse en ellos, lo lleva directamente al Himno: Tened los mismos
sentimientos de Cristo.
Es la manera de doblar la rodilla y
creer en él: Revistiéndonos de él. No solo admirándolo. Todo el himno es
invitarnos a que lo cantemos con nuestro vivir, con la historia que hacemos.
Por eso os lo adjunto.
Oídlo, gustadlo, pensadlo.
Deo gracias.
Un abrazo
José Luis Molina
1 de octubre del 2023
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