Esta frase, con la que pongo título a
mi reflexión de esta semana, inmediatamente, al leerla, me evocó una anécdota
real de mi historia.
De vuestra indulgencia espero me lo
aceptéis pues voy a intentar elaborar mi reflexión a partir de ella. Quien me
conoce sabe que intento enraizar y contrastar mis posicionamientos de fe con la realidad concreta de datos de mi
experiencia vital.
Pues a ello voy:
Era en el año de 1978. Ya estaba
establecida la fecha de mi ordenación sacerdotal y todos los minutos de mis
días, de alguna manera, se movían en torno al acontecimiento que se iba
acercando, a veces lentamente, otras con enorme rapidez.
Uno de aquellos días, ya próximo a la
fecha, mis padres y mis hermanos me entregaron un paquete con una simple y
breve nota: “De tus padres y hermanos”
Confieso que me podían los nervios.
De inmediato lo abrí. Dentro había un cáliz y una patena de metal envejecido con
relieves de un apostolado románico. Francamente eran preciosos. Al menos para
mi. Emocionado, con ellos en las manos, miraba a mi familia, a mis padres de
manera especial. Buscaba los ojos chiquitos que mi padre ponía en ciertas
ocasiones esenciales y esperaba encontrar levantada una de las cejas de los
ojos de mi madre, un gesto también muy definido.
Ella me dijo: “Hijo, nuestro deseo
era que este presente hubiera sido mejor, no digo de oro, per al menos de
plata, pero a tanto no alcanzamos”.
Yo le respondí: “Pues que bueno. Éste
lo usaré, de seguro. Pero si hubiera sido de oro o de plata, te hubiera
dicho que buscaras sitio en alguna
vitrina o repisa de la casa y lo expusieras allí?.
Y seguí preguntándole: “¿Tú crees que
estaría bien que fuera de oro o de plata?”.
Ella me contestó: “Hijo, yo creo que
a Dios hay que ofrecerle lo mejor”
Yo respondí: “Creo que para Dios ni
el oro ni la plata, por los que los
seres humanos se traicionan y se destruyen, son lo mejor. ¡Qué bueno
vuestro regalo de simple metal¡. Será para mi sacramento de ofrenda y acción de
gracias. Y si queréis implicaros en la sacramentalidad de lo que me regaláis,
pedid a Dios , y ayudadme, a que en la eucaristía cotidiana, que es la vida en
perspectiva de fe, yo ponga en vuestro cáliz y patena lo mejor de lo que en mi
vida haya.
A mi me gustan mucho los cálices y
patenas de barro, de cerámica. Me parecen que retienen el calor humano, el amor
de las manos del alfarero. Pero éste de mi ordenación, se convirtió en signo
sacramental. Ha ido conmigo en mis periplos y, como sacramento real, en los
momentos importantes y transcendentes de mi vida.
En Ecuador, cuando me veían que lo
utilizaba y no tenían datos del por qué, en el ofertorio me preguntaban: “José
Luis, en este día, ¿qué es?.
Hoy, al toparme con el Evangelio y
removérseme todo lo comentado,
termino frente a la pregunta: En el
cáliz y la patena de mi vida, ¿se ha ido haciendo realidad lo que prometí a mi
madre?
Y en ir concretándome en la respuesta
quedo.
Un abrazo
José Luis Molina
22 de octubre dl 2023
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