Hace unos días, alguien, haciéndome un comentario, me refirió la experiencia de El Principito y la rosa:: "Yo soy responsable de mi
rosa"
Son
muchas las veces que he leído esta maravilla de libro. Tantas que casi no
necesitaría ir pasando las hojas para transitar por él. Pero en esta ocasión que comento, la
referencia me provocaron las ganas de pasearme por él una vez más.
Y me puse de nuevo a leerlo. Pero los años no perdonan. Cuando me
encontraba por la archiconocida conversación
del Principito y el zorro, de la espera como presencia anticipada, de
los campos de trigo y del amor que hace transcendente la realidad, empecé a sentir sueño. Y me fui durmiendo. Lo
curioso es que yo me daba cuenta de irme durmiendo, de apoyar mi cabeza sobre
mis brazos encima de la mesa y, por fin, de sentirme dormido.
Seguí dándome cuenta de que estaba dormido pero empecé a abrir los
ojos, no sé si estaba saliendo del sueño, y a la altura de mis ojos aparecía la
superficie brillante del tablero de la mesa. Era inmensa. Era una superficie
inmensa como las llanuras de Castilla o La Mancha. Pero esta superficie grande,
brillante, aparecía blanca, como nevada.
Y empecé a oír como un rumor de cantos de júbilo, de fiesta. Si, eran
rumores alegres, cantos de fiesta. No había camino en aquella superficie
helada. Pero en un momento comencé a ver como una especie de sendero que se iba
abriendo y, por él, acercándose mucha gente. Yo diría que una multitud (Ap. 7) Al principio eran tan solo unas
manchas, sin color definido. Se fueron acercando y, poco a poco, pareció como
si el blanco se soltara de la nieve y, elevándose, iba cubriendo, vistiendo a
los caminantes. Y en los lugares de donde se había elevado el blanco que vestía
a aquella multitud progresivamente, el suelo se iba dorando y de él se
levantaban espigas mecidas por el viento
como los cabellos del Principito. Y comprendí; Esta tierra, preñada de pan
abrazaba, mecía y cantaba nanas cuando el aire se movía entre las espigas. Esta
tierra dorada, hecha pan para la vida, eran los cabellos del Principito soñado,
añorado, esperado. Estas espigas, hechas promesas de pan eran un mundo
posible.
De
pronto, junto a mi, el Principito me decía: Mira, observa: Las personas, al
mismo tiempo que la túnica blanca las viste, ellas visten el campo de trigo
dorado. Y van dorando los campos a medida que avanzan haciendo camino,
escribiendo la historia de cierta manera. Mira ahora: Allá hay un grupo que al
vestirse de blanco, de sus manos cayeron amapolas en medio del trigal. Vienen
de Gaza, cayeron con una bomba que los derribó mientras luchaban por mantener
las vidas que estaban siendo arrebatadas.
Y, si observas, también suenan cantos de pájaros diversos. Son aquellos
otros que se convirtieron en besos, en abrazos, para amainar los alaridos de dolor y llanto..
Otros de más allá, vestidos de blanco pero con guirnaldas multicolores en el
pelo fueron coronados en sus esfuerzos por la igualdad, el respeto y la
aceptación de la diversidad. Y las gargantas
que cantan, también igualmente revestidas de blanco, han sentido
trocarse sus gritos de reclamo de justicia y de denuncia de iniquidades o de
defensa de los débiles.
Ya estaba llegando hasta mi la comitiva.
Nuevamente el Principito me habló. Me decía: Ánimo. Adelante. Tú también tienes
tu sitio. Ocúpalo. No lo dejes pasar. Cuando vayas en el camino, al contemplar
como se van dorando los campos, sentirás que yo, lo que amabas y reflejabas en
mi pelo dorado, están contigo.
Al llegar aquí me desperté. Entre mis manos había unas cuartillas de
papel, escritas, y un bolígrafo.
Ahí os las dejo. Un
abrazo
José Luis Molina
1 de noviembre del 2023
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