Cuando en mi complicada vida, y
después de , medianamente, superar acontecimientos tremendos, me encontré
tomando la decisión de estudiar teología y optar por el ministerio de cura, me
puse en contacto con el obispo. El que me correspondía, por mi residencia, era
el de Sevilla.
Había que ir a plantearle mi
intención. Hablamos de muchas cosas, me
hizo muchas preguntas: debía ser lógico, creo, en todos los casos. En el mío,
dadas las circunstancias y
características de mi historia, entendía, perfectamente , intentara
posicionarse lo más claramente posible.
El me propuso que, por escrito, yo le
presentara mi intención (vocación) y tratara de fundamentársela. Que ello me
ayudaría, a él y a mi, en nuestros respectivos discernimientos.
Y yo lo hice y, para ello, me apoyé
recurriendo al capítulo 25 de Mateo.
Y lo hice porque, desde esa parábola
entendía, y puedo decir que me fue muy costoso entender, que la concepción de la vida, desde
Jesucristo, y en este evangelio “escatológico” está muy claro, no es no romper
un plato, no tocarlos, no usarlos, tenerlos guardados a buen recaudo, sino todo
lo contrario. Que la vida, desde Jesús, es arriesgarse, arriesgarse a que se
rompan los platos, pero por usarlos, por ponerlos al servicio, porque sean
útiles. Que eso no nos exime de tomar las precauciones óptimas, todas, pero
nunca permanecer en la repisa en inanición.
Entendí que la prudencia no es
guardar silencio inteligente y oportuno, no implicarse en las situaciones
vitales, sino todo lo contrario, eso sí, preparándose para saber hacerlo, pero
que el hacer sea beneficioso, produzca sus frutos, aunque haya que correr el
riesgo de también tener que asumir, en los momentos que sean, los platos rotos
y. la responsabilidad y la tarea de
reconstrucción
Comprendo que ser buen padre/madre,
pedagogo, sacerdote, compañero de camino, no es abrir las alas como paraguas
protector para meter bajo ellas a los polluelos, resolverles los problemas y
dificultades dándoles el camino trillado o impidiendo que cada uno construya su
historia, sino todo lo contrario, era abrir los brazos para caminar juntos,
tenernos a su lado para ser luz, apoyo, fuerza y abrazo que sellará la
historia.
Comprendí que, lo importante no era
tener muchos dones, muchas facultades, sino que asumiera el dinamismo vital de
esos dones.
Entendí, en definitiva, que
participar del Reino, vivir de él y en él, era la aventura de descubrir que en
esos dones para servir estaba el premio, la plenitud de lo que realmente somos
cada uno. Que quien optaba por no arriesgarse, por guardar precautoriamente,
por “no hacer nada malo” pero a costo de “no hacer todo lo bueno (servicio) que
estaba al alcance de mi mano”, se quedaba fuera. Tendría vida tranquila, sin
sobresaltos, pero no tendría Reino.
En la lápida no quiero: ”no tuvo
enemigos, todos le querían”. Mejor que ponga “ Se ENCONTRÓ con los demás”
Un abrazo
José Luis Molina
19 de noviembre del 2023.
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