De sobras es conocido por todos el pasaje del evangelio de hoy: La multiplicación de los panes y los peces.
Y al ser tan conocido corre el riesgo
de leerlo mas de prisa, de dos en dos renglones, pensando que ya lo he
reflexionado muchas veces. Y la verdad es que casi no necesitamos mirar el texto para seguir el relato.
Por eso, para la reflexión de hoy,
voy a permitirme recurrir a un relato que es histórico y es auténtico, aunque,
a primera vista parezca no tengan nada que ver los dos.
En el relato evangélico se nos
presenta a Jesús. A este Jesús le están siguiendo, según el relato, multitud de
gentes. Lo cual, bíblicamente, quiere decir que esa propuesta y presencia de
Jesús no es para unos pocos tan solo. Acuden muchos que descubren, y esperan
recibir de Jesús respuestas, soluciones para su vivir. No tienen una vida
fácil. Por eso buscan la Buena Noticia y en ese buscar acuden a Jesús.
Y la situación de aquella humanidad
que lo rodeaba se manifiesta en que, seguir a Jesús, los tiene ubicados en una situación de
intemperie: No tienen que comer.
Ante ello es contundente: Hay que
darles de comer.
Hay respuestas un tanto desabridas:
Que se vayan a sus casas o se busquen la vida pero no vengan “por lo poco” que
tenemos.
Jesús insiste: Hay que darles de
comer.
Pero el que aparezca comida en
abundancia para todos (sobraron 12 canastos de pan) no hay que despilfarrar. No
es para eso. Es para que entendamos que no será justo mientras haya alguien sin
comida, sin una vida con soportes dignos. No es de justicia, tampoco,
tirar el pan porque a mi me sobre.
Y bien, esto es una manifestación de
Jesús. Jesús es el Profeta. Pero no por mago milagrero que saca del sombrero de
copa la comida. Es profeta porque, con su signo, dice con claridad la opinión de
Dios para el existir de los seres
humanos.
Pues bien , después de esto, ahí os
entrego mi relato de hoy:
Estamos en el verano y tenemos este
querido mar Mediterráneo nuestro. Nos asomamos a él desde la playa, desde los
acantilados.
Gozamos de él y con él en las
fiestas, chiringuitos, espetos, paella y granizados.
Y resulta que nos está resultando
incómodo mirar este mar. Tan lindo en su arco septentrional, de Algeciras a
Estambul de Serrat, pero surcado de innumerables pateras, llenas de gente que vienen sin comer
y sin comida y pretenden que repartamos la nuestra, ahora que hemos conseguido
una calidad de primera.
Y no terminamos de invitarlos a
compartir la mesa. Algunos se mezclan entre la gente y encuentran migajas que
caen. Otros tienen que sufrir la vergüenza de que los miren con miedo porque
los consideran poco fiables. Otros tienen que regresar peor que cuando
embarcaron.
Mientras, esa ribera norte del Mediterráneo,
manda a sus técnicos para traerse de los países allende la otra ribera las
materias primas que nos permiten a nosotros despilfarrar, atesorar y negar que
los que han hecho el mismo camino que estas materias no puedan beneficiarse de
ellas.
Siempre me gustó el Mediterráneo. Con
Serrat, cuando lo canta, me emociono. En mi mundo de fantasía soñé que sus
aguas se convertirían en prados de hierba verde donde podríamos sentarnos
muchos en la gran romería de la solidaridad nacida de la cultura milenaria y
alimentada por la sombra de los campanarios de las numerosas iglesias que lo
miran desde las orillas.
Llevo algún tiempo también con
pesadillas. El verde mantel testigo del pan y los peces multiplicados al
repartirse, y compartido era feroz desierto que engullía ríos de sangre.
Rezo a quien no se avergüenza de la
compasión para que no nos deje caer en el conformismo.
Un Abrazo
José >Luis Molina
28 de julio del 2024.
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