Voy a empezar fijándome en la segunda
lectura, la Carta de Santiago y dedicándole mi admiración, elogios y mucho
tiempo de reflexión que, por mucho que sea, no será suficiente porque la verdad
es ue no tiene desperdicio y cuanto más se profundice en ella más enjundia
obtendremos si con honradez la buscamos.
Cuesta trabajo situase de frente a la
franqueza y claridad con la que el autor de esta epístola se expresa..
Y cuesta trabajo porque, al leerla sabemos
que tiene razón.
Tiene razón en el terreno del mundo
social, económico, político. La envidia y la rivalidad, el afán y la
competencia por el poder estamos acostumbrados a ver como progresivamente va
deteriorando la clase política, la tarea política, las relaciones
internacionales.
Somos testigos de lo bajo que pueden
caer y caen aquellos que se consideran representantes del pueblo y tienen que
velar por el bien común. ¿Cómo se puede , consecuencia de esas envidias y
rivalidades, ir en arremetida contra aquello que tienen que defender y hacer posible y a los valores
que nos dignifican a los humanos los
pisotean? La actividad política se ha convertido en una auténtica carrera por
ver quien es capaz de superar el desvarío del competidor más cercano.
Cuesta trabajo, también, situarnos
con frontalidad a título personal. Cada uno de nosotros sabremos de en qué
medida tenemos esto como dato de experiencia y
es una parcela sobre la que nuestra reflexión personal es
intransferible.
Otro tanto podría decirse del terreno
familiar. ¿Cuántas rivalidades y sucios manejos en las relaciones afectivas,
hereditaria, etc?
Pero, de manera especial, os invito a
que, en nuestra reflexión pongamos la lupa de manera especial en nuestros
respectivos espacios y realidades religiosas, de fe, pastorales, etc.
La carta de Santiago puede servir
para cualquiera pero, de manera especial, está redactada y dirigida a los
discípulos, a los bautizados, donde, por eso de andar en una vida nueva, , de
una forma nueva, y con valores nuevos, estas cosas deberían estar superadas o
en constante proceso de superación. Y para eso debería servirnos la comunidad
cristiana. Para eso deberíamos servirnos unos a otros. Pero me parece trágico,
deplorable constatar la experiencia de todo lo contrario.
Santiago habla desde la experiencia a
los bautizados. Nosotros, bautizados, debemos leer a Santiago confrontándolo
con nuestra experiencia.
¿De cuántas veces tenemos datos de
como en nuestros grupos de fe, religiosos, comunitarios, catequéticos, las
envidias de los dones de los otros, las rivalidades por no quedarse para atrás
y ser primeros y destacados, generan toda clase de males, provocan divisiones,
impiden avanzar, vician el ambiente, la convivencia y obstaculizan la paz si no
la hacen imposible? Y de esto tenemos experiencia, lamentablemente , desde el
Vaticano hasta la esquina de nuestra calle y los rincones de nuestras
sacristías. Y, además, seamos conscientes de la responsabilidad moral que nos
corresponde ante el riesgo de ser obstáculos para la fe.
Y tampoco nos autoengañemos. No es
una paz ramplona, infantil como “vamos a darnos la mano” o “vamos a darnos un
abrazo” mientras nos sigue ardiendo el rencor.
Santiago dice que la paz da como fruto
la justicia. Y viceversa. Otro tanto podría añadirse que la paz es fruto de la
justicia.
Para terminar esta reflexión creo que
viene muy oportunamente aquel poema de S. Pedro Casaldáliga titulado
“Equívocos” a quien Ricardo Cantalapiedra lo hizo canción.
Con él os dejo. Espero os sirva.
Un abrazo
José Luis Molina.
22 de septiembre del 2024
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